Deseo en la toscana - Sin piedad - Un magnate despiadado. Susanne JamesЧитать онлайн книгу.
por la cicatriz que afeaba su por otro lado inmaculada piel, Fabian se preguntó cómo se la habría hecho. Pero aquello no era asunto suyo. Laura sólo trabajaba para él y sus asuntos personales eran exactamente eso, personales.
–Si Carmela iba a llevarte de vuelta a casa, ¿por qué no dejas que te lleve yo? –se oyó sugerir–. Pensaba volver enseguida. Vamos a buscarla para decírselo.
–No querría abusar de su amabilidad…
–¡Tonterías! ¿Cómo ibas a abusar de mi amabilidad si trabajas para mí además de alojarte bajo mi techo? Además, te agradecería que me tutearas. Eso facilitaría las cosas.
Laura asintió tímidamente.
–En ese caso acepto la oferta… grazie.
Ya había empezado a anochecer y las luces del coche de Fabian iluminaban las sinuosas curvas del estrecho camino por el que circulaban a bastante velocidad.
Fabian miró un momento a Laura y captó la inquietud de su expresión.
–¿Estoy conduciendo demasiado rápido para tu gusto? –preguntó en un tono a la vez divertido y burlón.
–No dudo de que seas un magnífico conductor, pero mentiría si dijera que no me asusta circular por estos estrechísimos caminos a esta velocidad. ¿Te importaría reducir un poco la marcha?
El impresionante Maserati en que circulaban respondió de inmediato al toque de Fabian y Laura sintió que la poderosa máquina adquiría un ritmo mucho más aceptable. Su alivio de suspiro fue claramente audible en los íntimos confines del lujoso exterior.
Miró de reojo a Fabian. Probablemente pensaría que era una mojigata. Tenía muchos motivos para ser especialmente cautelosa, pero su nuevo jefe no lo sabía…
–¿Así está mejor?
–Mucho mejor, gracias.
–¿Qué te ha parecido nuestra pequeña ciudad?
–Me ha parecido encantadora. He tenido la sensación de que hay un auténtico sentido de comunidad entre sus habitantes. Y el paseo por la plaza ha sido fascinante.
–Como probablemente sabrás, somos una cultura muy tradicional, y eso se nota aún más en las pequeñas ciudades como ésta y en los pueblos. Pero Italia también es muy moderna… especialmente sitios como Milán o Roma.
–Para un inglés siempre han sido destinos turísticos especialmente sofisticados, y aunque me encantaría visitarlos, creo que prefiero tu pequeña ciudad, aunque no sea tan moderna.
–¿De manera que eres una tradicionalista? ¿La clase de mujer que prefiere un hogar y una familia a una carrera y una sofisticada vida social?
–Nunca me ha interesado especialmente llevar una sofisticada vida social, pero el conflicto entre tener hijos y mantener una profesión no parece haber mejorado para las mujeres. Sin embargo, creo que la decisión de tener un hijo es tan trascendental que las necesidades y el bienestar de éste deberían anteponerse a las exigencias de una profesión. Pero en una relación de igualdad eso debería aplicarse también al hombre que decide ser padre. Si eso me convierte en una tradicionalista, supongo que debo serlo.
Fabian permaneció un momento en silencio, pensativo.
–Me alegra saber que aún hay mujeres jóvenes a las que les preocupa tanto el bienestar de sus hijos que elegir quedarse en casa en lugar de seguir con su profesión no supone un sacrificio tan terrible –comentó–. Cuando los valores que aún podamos conservar en la cultura occidental han sido tan degradados por la televisión y los medios de comunicación, resulta reconfortante comprobar que no todo el mundo se ha visto tan influenciado por éstos.
Después de aquello permanecieron en silencio como por mutuo acuerdo, como si a ambos les hubiera sorprendido comprobar que compartían aquellos puntos de vista.
Poco después divisaron las luces de la villa.
–Ya casi estamos en casa –dijo Fabian.
«En casa…». Laura deseó que el sueño que aquello evocaba en ella fuera una realidad… la realidad que tanto anhelaba su corazón.
–Fabian me ha pedido que nos reunamos a comer con él –dijo Carmela distraídamente mientras examinaba unos papeles con el ceño ligeramente fruncido.
–¿En serio? –de rodillas en la suntuosa alfombra que cubría el suelo del despacho, mientras desembalaba otra caja de copas de champán y comprobaba si había alguna rota, Laura miró a su amiga con expresión de sorpresa.
Los ventiladores dispersos por la casa apenas servían para aliviar el sofocante calor y su vestido rosa sin mangas parecía pegarse a su acalorada piel. Sin embargo, Carmela parecía fresca como una rosa.
–Ya sé que se suponía que me iba al mediodía, pero Fabian ha insistido en que me quedara a comer, y he aceptado –Carmela volvió su encantadora mirada hacia Laura–. ¡Y cuando Fabian insiste en algo es muy difícil negarse! Además, ha sido muy bueno conmigo y no quiero decepcionarlo. Es un hombre generoso y considerado… no un tirano, como algunos jefes de los que se oye hablar.
–Sí, ¿pero por qué me ha invitado a mí también? –preguntó Laura sin ocultar su desconcierto–. Sólo estoy aquí temporalmente, y hay tanto que hacer que debería seguir trabajando. Puedo comer algo luego.
–Fabian ha insistido en que comamos las dos con él. Le gusta atender a su gente cuando está en casa, algo que no sucede a menudo, porque viaja mucho. Le ayuda a relajarse, y una comida como ésta también es una oportunidad para conocerte un poco mejor antes de que empecéis a trabajar juntos.
–En ese caso, supongo que tendré que ir.
Laura pensó en el trayecto del día anterior en el coche de Fabian. La intimidad de la situación le había hecho sentirse muy consciente de su cercanía, y la poderosa fuerza de su presencia le había impedido sentirse totalmente cómoda. Pero la conversación que mantuvieron le sirvió para tranquilizarse, y, a pesar de la velocidad con que había conducido Fabian al principio, hacía tiempo que no se había sentido tan relajada yendo en coche.
El recuerdo de todo ello había dejado una intensa impresión en sus ya recargados sentidos que resultaba difícil de disipar. Pero lo que acababa de decirle a Carmela era totalmente cierto. Tan sólo quedaban cuatro días para el concierto y, a pesar de lo confiada que parecía Carmela en sus habilidades para resolver cualquier problema, ella aún tenía que ganarse la confianza de su nuevo jefe.
Fabian se permitió una leve sonrisa mientras miraba en torno a la elegante mesa. Rodeado de aquellas tres bellas mujeres, no podía quejarse de no estar en su elemento.
Mientras Aurelia Visconti, una morena y vivaz cantante de ópera de Verona, charlaba con Carmela sobre la inminente luna de miel de ésta, Fabian posó su mirada en la joven inglesa. Parecía un tanto acalorada bajo el lujoso toldo que se hallaba junto al invernadero, donde estaban comiendo, y su delicado pelo rubio enmarcaba con sus sedosas mechas su rostro en forma de corazón…
–Tengo la sensación de que nuestro clima hace que te sientas un tanto incómoda, Laura.
Laura pareció momentáneamente sorprendida, pero enseguida sonrió.
–Ya me acostumbraré. Lo creas o no, cuando salí del Reino Unido hacía casi tanto calor como aquí. Me temo que el clima está cambiando en todo el mundo.
–Eso parece.
–Sin embargo, cuando se examina la historia, la tierra siempre parece salir adelante de un modo u otro. No pretendo decir que no haya que tomar medidas para mejorar las cosas, o que no haya que reconocer nuestra parte de responsabilidad en lo que está sucediendo, pero al final el asunto está fuera de nuestras manos.
–¿Tal vez otro indicio de que no somos nosotros quienes dictamos nuestro destino?
–Sí.
–No es un pensamiento especialmente