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Unidos por el mar. Debbie MacomberЧитать онлайн книгу.

Unidos por el mar - Debbie Macomber


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una chaqueta casi idéntica de la talla de Kelly. La niña se la probó delante del espejo y después la dejaron reservada en el mostrador.

      Kelly salió corriendo en dirección a la cafetería para informar a su padre y Catherine la siguió.

      —Es rosa, verde y azul. No el mismo azul que el de Catherine pero muy parecido. Me la puedo llevar, ¿verdad? Yo pagaré un poco —dijo la niña sacando un billete de cinco dólares y algunas monedas del bolsillo del pantalón.

      —Vale, vale. Me rindo —contestó Royce poniéndose en pie. Miró a Catherine y le guiñó un ojo.

      Ella no se lo creía. El hombre de hielo era capaz de guiñar el ojo como cualquier otro ser humano. Royce Nyland se comportaba de una forma en la oficina, de otra en la pista y de otra distinta con su hija.

      —Bueno, parece que todo está controlado por aquí —dijo Catherine dispuesta a marcharse. Se sentía incómoda con él.

      —No te vayas —le pidió Kelly agarrándole la mano—. Papá me ha dicho que vamos a comer pizza y quiero que vengas con nosotros.

      —Estoy seguro de que Catherine tendrá otros planes —afirmó él.

      —La verdad es que sí que tengo cosas que hacer. Me quería pasar por la tienda de animales para comprarle unas cosas a mi gato —admitió ella un poco decepcionada por que Royce no hubiera insistido.

      —A mi me encanta la tienda de animales. Una vez me dejaron acariciar a un cachorro. Yo me moría de ganas de llevármelo, pero papá dijo que no podíamos porque no iba a haber nadie en casa durante el día para cuidarlo —explicó—. Oh, Catherine, ven con nosotros, por favor.

      Catherine miró a Royce. Esperaba encontrarse con una mirada fría e indescifrable. Sin embargo, parecía estar dudoso y con ganas de invitarla. Catherine sintió un escalofrío.

      —¿Estás seguro de que no voy a ser una molestia? —preguntó. Sabía que debía declinar la invitación. Estaban a punto de prender un fuego que acabaría por consumirlos pero ninguno de los dos parecía estar dispuesto a hacer nada por evitarlo.

      —Estoy seguro —contestó Royce.

      —¡Bien! —exclamó la niña ajena a lo que estaba sucediendo entre los dos adultos—. Espero que no te gusten las anchoas. Papá siempre se las pide en su mitad de la pizza. A mi me dan asco esas cosas.

      Media hora después, estaban sentados en una pizzería. Catherine y Kelly compartieron una pizza de salchichas y aceitunas y Royce se pidió una para él con las anchoas que tanto asco daban a las dos damas.

      A pesar de la buena temperatura que hacía en el restaurante, Kelly insistió en comer con el abrigo nuevo puesto.

      —¿La uñas largas que llevas son de verdad? —preguntó Kelly. Catherine asintió con la boca llena—. ¿No son de las postizas?

      —No —repuso Catherine.

      Los ojos de Kelly se abrieron admirados y le tendió la mano a Catherine, que sacó del bolso un pequeño juego de manicura y le fue explicando para qué servía cada instrumento.

      —¿De qué estáis hablando? Por lo visto, las mujeres tenéis vuestro propio idioma —dijo Royce en tono de burla.

      Kelly cerró el estuche y se lo entregó a Catherine. Después miró a su padre y de nuevo a Catherine, quien se imaginó lo que estaba pensando la niña.

      —¿Estás casada, Catherine? —preguntó la niña con inocencia.

      —Ah… no —contestó ella en tensión.

      —Mi papá tampoco. Mi mamá murió, ¿sabes? —comentó Kelly sin parecer muy afectada.

      —No… no lo sabía —contestó tratando de no mirar a Royce.

      —¿Así que mi papá y tú trabajáis juntos? —prosiguió Kelly.

      —Kelly Lynn —dijo Royce en un tono que Catherine conocía perfectamente de la oficina. Por lo visto le servía para llamar la atención tanto de sus soldados como de su hija.

      —Sólo estaba preguntando.

      —Entonces deja de hacerlo.

      —Vale, pero no estaba haciendo nada malo —repuso la niña volviendo a la pizza—. Catherine va a venir al cine con nosotros, ¿verdad? —le preguntó a su padre—. Te dejo elegir la película.

      Aquél debía de ser todo un honor porque padre e hija debían de tener gustos muy dispares y la elección probablemente fuera una dura batalla.

      Catherine no sabía qué era lo que estaba pensando Royce. La propuesta de la niña estaba fuera de lugar. Comer juntos era una cosa y estar sentados juntos en el cine otra bien distinta.

      —¿Papá?

      Royce y Catherine se miraron fijamente. La tensión era palpable.

      —Catherine tiene otras cosas que hacer —le contestó a su hija.

      —Es verdad, bonita. Quizá otro día —se apresuró a añadir Catherine.

      La niña asintió con la cabeza pero parecía decepcionada. Y no era la única. A Catherine le pesaba el corazón. Nunca hasta entonces se había sentido tan cerca de Royce. Con su hija, aquel hombre bajaba la guardia y dejaba ver la faceta cariñosa y cálida que escondía tras un muro de orgullo y disciplina.

      Catherine se limpió las manos y tomó su bolso.

      —Gracias a los dos por la comida. Es hora de que me vaya —dijo.

      —Me encantaría que vinieras al cine con nosotros —se quejó Kelly.

      —A mí también me encantaría —susurró Catherine mirando a Royce.

      Cuando ya estaba en la puerta del restaurante, Royce la detuvo. Había salido corriendo detrás de ella. No dijo nada durante unos instantes, pero no dejaba de mirarla. Su rostro no delataba lo que estaba sintiendo. Era un experto a la hora de esconderse.

      Le dijo la película y la sesión a la que iban a ir sin apartar su mirada intensa.

      —Por si cambias de opinión —finalizó Royce antes de volver con su hija.

      Cuando Catherine se metió en el coche, comenzó a temblar. ¿Qué le pasaba a Royce? ¿Se había vuelto loco?

      Era su superior, una persona consciente de las consecuencias, y la estaba invitando a ir al cine. No obstante, estaba dejando la decisión en manos de Catherine. Y ella se moría de ganas de aceptar.

      Después de todo, ir al cine tampoco era acostarse con él. Los dos podrían haber coincidido en la misma película a la misma hora, no había nada de malo en eso. Las normas no decían que no pudiesen ser amigos. Amigos que se habían encontrado en el cine y que se habían sentado juntos, ¿no?

      Catherine no sabía qué hacer. Su cabeza le decía una cosa y su corazón otra. Ambas carreras profesionales estaban en peligro. Era un riesgo demasiado grande sólo por estar sentados uno junto a otro en el cine.

      Cuando llegó la hora, Catherine estaba detrás de un grupo de adolescentes, y su corazón latía tan fuerte que pensaba que la gente se iba a dar cuenta. Royce y Kelly estaban sentados en la última fila y la niña no tardó en divisar a Catherine. Pegó un bote y salió al pasillo para abrazarla.

      —¡Sabía que ibas a venir! —dijo tomando la mano de Catherine y guiándola hasta su asiento.

      Catherine no miró a Royce. Tenía miedo de lo que se pudiera encontrar en sus ojos.

      —Missy está ahí. ¿Puedo ir a enseñarle mi abrigo nuevo?

      Royce dudó un instante y luego le dio permiso a la niña para que saludara a su amiga.

      Catherine se sentó dejando un asiento libre entre los dos. Royce seguía mirando hacia delante, como si no conociese a Catherine de nada.

      —¿Estás


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