Reina de conveniencia. Natalie AndersonЧитать онлайн книгу.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Natalie Anderson
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Reina de conveniencia, n.º 2813 octubre 2020
Título original: Shy Queen in the Royal Spotlight
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-910-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
FI?
Hester oyó cómo la puerta principal se cerraba de un portazo y se quedó quieta.
–¿Fifi? Maldita sea, ¿dónde estás?
¿Fifi? De pronto cayó en la cuenta de a quién pertenecía aquella voz. Como asistente de la princesa Fiorella en Boston, había conocido a algunas de las personas importantes con las que se relacionaba, pero solo se había encontrado en presencia de su hermano en una ocasión. Por supuesto no había hablado con él pero sabía, como todo el mundo, que era un hombre desvergonzado, arrogante y petulante, lo cual no era sorprendente, dado que gobernaba la maravillosa isla mediterránea que era el lugar de esparcimiento favorito del mundo.
–¿Fifi?
Nadie le hablaba con esa familiaridad a la princesa, y mucho menos con aquella inconfundible impaciencia. Por un instante valoró la posibilidad de quedarse callada y esconderse, pero no tardaría en localizarla en su habitación, así que decidió salir al salón.
Y allí estaba el Príncipe Alek Salustri de Triscari, haciendo de aquel salón que la princesa y ella compartían una habitación liliputiense, ya que no solo era un príncipe poderoso, sino un hombre físicamente perfecto, como quedaba patente gracias al traje y la camisa negros y hechos a medida que llevaba en aquel momento. Con las gafas de aviador en la mano, desprendía impaciencia y peligro, no solo por el lujo y la calidad de su ropa, sino porque se le veía perfectamente cómodo con el lugar que ocupaba en el mundo, tremendamente seguro y confiado porque lo poseía todo. Todo.
Pero en aquel momento estaba enfadado, y cuando su mirada de ojos negros como el carbón se clavó en ella, su ira creció todavía más.
–Ah. Eres la secretaria.
–Alteza –lo saludó, inclinando la cabeza. Imposible ejecutar una reverencia–. La princesa Fiorella no está.
–Ya lo veo –contestó entre dientes–. ¿Dónde está?
Entre sus obligaciones estaba la de proteger a la princesa de interrupciones no deseadas, pero el príncipe ocupaba el lugar más alto de esa lista. Era el depredador alfa.
–En una práctica. Volverá en media hora más o menos, a no ser que se vaya a tomar un café en lugar de volver directamente a casa.
–Maldita sea… ¿Está con gente? –preguntó, y volvió a pasearse por la habitación.
Hester asintió.
–¿Y no se ha llevado el móvil?
–Su guardaespaldas sí, pero la princesa prefiere no llevárselo a clase. ¿Quiere que le dé algún mensaje de su…
–No –espetó–. Tengo que verla a solas. La esperaré aquí.
Parecía tan enfadado que Hester sintió la tentación de enviarle un mensaje a Fiorella, aunque desobedecer tan a las claras una orden recibida no parecía buena idea. Siguió yendo y viniendo por la habitación, esquivando el escritorio de Hester, escrupulosamente ordenado.
–¿Puedo ayudarlo en algo? –se ofreció, nerviosa. Con la princesa nunca se sentía así, pero es que no sabía bien cómo manejar a aquel hombre. Bueno, ni a aquel, ni a ningún otro.
Él se detuvo y la miró atentamente, como si la viera por primera vez y Hester se sintió atrapada por sus ojos negros. No podría decir si eran enternecedores o estremecedores, pero sí que no podía apartar la mirada de ellos. De pronto cayó en la cuenta de lo absurdo de su pregunta. ¿Ella… ayudar al príncipe Alek… el príncipe de la noche, del pecado, del escándalo?
Su teléfono vibró y contestó con impaciencia.
–He