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Los Hermanos Karamázov. Fiódor DostoyevskiЧитать онлайн книгу.

Los Hermanos Karamázov - Fiódor Dostoyevski


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una palabra.

      Miúsov lanzaba a Iván Fiódorovich miradas de odio mientras pensaba: “¡También es desahogado este! Se queda como si nada hubiera sucedido. Tiene el cutis de bronce y la conciencia de... Karamázov”.

      Capítulo VI

      Aliosha acompañó a Zossima hasta su aposento y le ayudó a sentarse sobre el lecho.

      La celda era bastante reducida y estaba amueblada con verdadera humildad.

      Zossima estaba realmente fatigado. En sus ojos brillaba la fiebre: respiraba con dificultad.

      Luego miró a Aliosha, fijamente, como si estuviese absorto en sus pensamientos.

      —Vete, hijo mío —le dijo después—. Porfirio me atenderá. Tú eres más útil allá arriba. Ve a casa del padre superior a servir el almuerzo.

      —Permítame que no le abandone —dijo Aliosha con voz suplicante.

      —Repito que serás más útil allá, tendrán necesidad de ti. Si se agitan los demonios, reza; y ten presente, hijo mío (Zossima gustaba de dar este título a Aliosha), que tu porvenir no está aquí. Acuérdate de esto: ¡Apenas me haya llamado el Señor a su seno, abandona el monasterio... abandónalo!

      Aliosha se estremeció.

      —¿Qué te sucede? —prosiguió el monje—. Por el momento te digo que tu puesto no está aquí. Tu peregrinaje será largo todavía. Deberás casarte, será preciso. Antes de volver a este lugar, deberás haber soportado muchas cosas. Por lo demás, no dudo de ti; precisamente por eso te envío hacia el peligro. Jesucristo está contigo: sele siempre fiel. Él no te abandonará... Tendrás contratiempos, sufrirás desventuras, pero serás consolado. He aquí mi testamento: Busca tu felicidad en las lágrimas. Trabaja continuamente y no olvides lo que hoy te digo. Todavía tendré ocasión de hablarte, pero no solo están contados mis días, sino también mis horas.

      El rostro de Aliosha reflejaba una emoción profunda.

      Los ángulos de sus labios temblaban.

      Zossima sonrió dulcemente.

      —No te aflijas, hijo mío. Nosotros los religiosos nos alegramos cuando parte uno de los nuestros, y nos limitamos a rogar por él. Quédate cerca de tus hermanos... pero no de uno solo, ¿entiendes?... No, no. Cerca de los dos.

      Zossima levantó la mano para bendecir al joven.

      Aliosha hubiera querido preguntarle el significado de aquel profundo saludo que había hecho delante de Dmitri, pero no se atrevió. Sospechaba, no obstante, que debía tener algún significado misterioso, extraño, y tal vez terrible.

      Mientras atravesaba el recinto del convento y apresuraba el paso para llegar a tiempo al departamento del superior, el joven sentía que se le oprimía el corazón.

      Se detuvo un momento.

      En su memoria vibraron de nuevo las palabras del anciano, relativas a su próximo fin. Una predicción tal, tan precisa, debía realizarse sin duda alguna: Aliosha lo creía ciegamente.

      ¿Qué sería de él, entonces?

      ¡Vivir sin verlo, sin oírlo!

      ¿Y adónde iría?

      —¡Me prohíbe que llore! —murmuró—. ¡Y me ordena que abandone el monasterio! ¡Dios mío! ¡Dios mío!

      Hacía mucho tiempo que Aliosha no había estado tan triste.

      Apresuró el paso y llegó a un bosquecillo que separaba el monasterio, y allí, no pudiendo soportar por más tiempo sus pensamientos, se puso a considerar los árboles seculares que limitaban el sendero con el bosque. La travesía no era larga: quinientos pasos a lo sumo.

      A aquella hora el camino estaba ordinariamente desierto pero, en una curva, Aliosha encontró al seminarista Rakitin.

      Este parecía estar esperando a alguien.

      —¿Me esperas a mí? —le preguntó Aliosha, acercándose a él.

      —Precisamente —respondió Rakitin, sonriendo—. ¿Vas a casa del padre superior? Sé que hay alguien convidado a almorzar allí. Por cierto, que el día que recibió al obispo y al general Pakhatof estuvo bastante mal servida la mesa, ¿te acuerdas? Yo no voy... Oye, Aliosha, ¿qué significa el saludo que antes hizo el viejo Zossima a tu hermano Dmitri? Me han dicho que tocó el suelo con el cráneo.

      —¿Con el cráneo?

      —Perdona si no me expreso con el debido respeto... Dime lo que eso significa.

      —No lo sé, Miguel.

      —Pensaba que él te lo hubiera explicado. Sin embargo, creo que es bastante fácil de suponer.

      —¿Qué supones?

      —En verdad, no acierto a verlo claro; pero sospecho que eso suene a....

      —¿ A qué?

      —A reproche.

      —¿A reproche?

      —Sí.

      —¿Por qué?

      —Por lo mal que se comporta tu familia. En tu casa se adivina el delito...

      —¿Delito de qué?

      —Tampoco sabría explicártelo; pero entre tus hermanos y tu padre va a ocurrir algo por cuestión de dinero... Lo cierto es que el padre Zossima ha golpeado el suelo con su frente, y dentro de poco, si sucede algo en tu casa, dirán las gentes: “El padre Zossima lo había previsto”.

      —¿Pero tú crees que ese saludo significa una predicción?

      —¡A lo menos un emblema, una alegoría!... ¡Diantre!

      —Habla.

      —El monje Zossima es muy particular. Acaso sería capaz de pegar al inocente y saludar al culpable.

      —Entonces, ¿el culpable es Dmitri?

      —¡Oh, eso es lo que yo no sé! No obstante, los caracteres como el suyo, honestos, pero sensuales, no pueden alterarse, excitarse, sin correr el riesgo de exponerse a apuñalar a su propio padre. Por otra parte, tu progenitor, y perdona que te lo diga, es un alcohólico, un disoluto desenfrenado, que no conoce límite alguno. Ni uno ni otro sabrán poner freno a sus pasiones, y ambos rodarán juntos al abismo.

      —No, Miguel. Si no es más que eso, no me apuro. Las cosas no llegarán hasta ese punto.

      —Sin embargo, hemos de convenir en que es cierto lo que digo. No niegues que tu hermano es violento; honesto, repito, pero violento. Después de todo, no tiene nada de particular, porque es defecto de familia. Es la característica de la casa. A mí me sorprende, ciertamente, que tú seas tan puro. ¡Al fin y al cabo eres un Karamázov! En tu ascendencia, la sensualidad es crónica. Los otros tres, tus padres y tus dos hermanos, lleva cada uno un cuchillo escondido, y el mejor día acabarán por venir a las manos... Y quién sabe si un cuarto, que eres tú, se limitará a permanecer inactivo...

      —¡Yo!

      —Sí, ya sabes que el motivo de todo eso son los celos...

      —¡Bah! Respecto a esa mujer, Dmitri la desprecia —replicó Aliosha, estremeciéndose a pesar suyo.

      —Te refieres a Grúshenka, ¿verdad? Pues bien, amiguito, eres tú el que te engañas. Dmitri no la desprecia, puesto que por ella ha dejado a su prometida. En esto, querido Aliosha, hay algo... algo que tú no alcanzas a comprender. Un hombre puede enamorarse de una parte cualquiera de la belleza corporal, de una parte solamente, del cuerpo femenino (solo los seres sensuales pueden comprender esto). En ese caso, dará por ella sus propios hijos, venderá por ella a su padre, su madre y hasta su patria. Si es honrado, robará. Si es fiel, se hará traidor. Puschkin ha cantado, ha celebrado los pies de la mujer; pero hay hombres que no son poetas y que todavía no pueden contemplar los pies de una mujer sin estremecerse, y... no solamente los pies... en este


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