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Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким ЛоренсЧитать онлайн книгу.

Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс


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China como una ladrona era patético y que la hubiera pillado la hacía sentirse como una cría.

      –Fue una visita relámpago. Estaba buscando un arpa antigua.

      –Da igual. Quiero saber por qué no piensas volver el año que viene.

      –No puedo seguir viniendo indefinidamente, Oliver. ¿No podemos aceptar que ha sido estupendo y dejarlo estar?

      Él lo pensó un momento.

      –Los amigos se ven.

      –¿Eso es lo que somos, amigos?

      –Es lo que yo pensaba. No sabía que lo pasaras mal comiendo conmigo.

      –Oliver…

      –¿Se puede saber qué pasa, Audrey? ¿Cuál es el problema?

      –Blake ha muerto –respondió ella–. Que tú y yo sigamos viéndonos… ¿para qué?

      –Para charlar, para vernos.

      –¿Y por qué íbamos a hacer eso?

      –Porque los amigos alimentan su relación.

      –Nuestra relación se basaba en alguien que ya no está aquí.

      Oliver parpadeó un par de veces.

      –Puede que fuera así como empezó todo, pero ya no lo es –respondió, aunque había un océano de dudas en su mirada–. Si no recuerdo mal, te conocí seis minutos antes que Blake, de modo que nuestra amistad es más antigua.

      Habían sido seis minutos intensos bajo la mirada del hombre más sexy que había conocido nunca… hasta que su amigo Blake, un tipo más normal, había entrado en ese bar de Sídney. Blake, con sus hombros estrechos, su sonrisa inofensiva y su alegre conversación. Prácticamente se había lanzado sobre él para salir del microscopio bajo el que Oliver la había colocado.

      Ella sabía cuándo algo la superaba y treinta segundos en compañía de Oliver Harmer le habían dejado claro que no jugaban en la misma división. Guapísimo, inteligente, rico… y aburrido si se entretenía ligando con ella.

      –Eso no cuenta. Solo charlaste conmigo para pasar el tiempo mientras esperabas que llegase Blake.

      –Tal vez estaba allanando el camino.

      –¿Para Blake?

      Oliver hizo una mueca.

      –Para mí. Blake siempre fue capaz de hacer el trabajo sucio… –se calló de repente, como si acabase de recordar que estaban hablando de un muerto–. En cuanto él entró en el bar te quedaste cautivada y yo sé cuándo me han ganado la partida.

      ¿Qué diría Oliver si supiera que se había agarrado a Blake para no tener que hablar con él? ¿O si le confesase que no podía dejar de mirarlo de soslayo?

      Seguramente, se reiría.

      –No creo que eso le hiciera un daño permanente a tu autoestima.

      –Tuve que soportar a Blake presumiendo durante una semana. No todos los días era capaz de robarme a una mujer que…

      No terminó la frase.

      –¿Una mujer qué?

      –Ninguna mujer. Tú fuiste la primera.

      Ella sacudió la cabeza.

      –Eres insufrible. Por eso le di mi teléfono a Blake y no a ti.

      Por eso y porque era una cobarde.

      –Imagina lo diferentes que serían las cosas si me lo hubieras dado a mí.

      –Por favor, te habrías aburrido en un par de horas.

      –¿Quién lo dice?

      –Solo es un deporte para ti, Oliver.

      –De nuevo, ¿quién lo dice?

      –Tu vida lo dice. Y Blake también.

      –¿Qué decía Blake de mí?

      Lo suficiente como para preguntarse si habría ocurrido algo entre ellos.

      –Te quería y quería que tuvieses lo que él tenía.

      –¿Y qué tenía Blake?

      –Una relación estable, algo permanente, una compañera.

      ¿Habría notado que no había mencionado la palabra «amor»?

      –Mira quién habla –replicó Oliver.

      –¿Qué quieres decir?

      –Da igual, es historia antigua. No sabía que Blake fuera tan apasionado.

      –¿Perdona?

      –Siempre tuve la impresión de que vuestro matrimonio era más bien una unión entre dos personas que pensaban igual.

      Audrey apartó la mirada. «¿Qué ocurre, Oliver, crees que no puedo inspirarle pasión a un hombre?».

      –Hacía años que no nos veías juntos.

      «¿Y por qué?».

      –Salí con vosotros muchas veces antes de que os casarais, antes de irme a Shanghái. Los tres amigos, ¿recuerdas?

      ¿Si se acordaba?

      Audrey recordaba las largas cenas, las brillantes conversaciones. Recordaba a Oliver colocándose entre ellos cuando se cruzaron con unos borrachos. Recordaba que se quedaba sin aliento cuando Oliver se acercaba y la tristeza que sentía cuando se iba.

      Sí, se acordaba.

      –Entonces, recordarás que a Blake le gustaba mostrar afecto en público. ¿No era esa suficiente demostración de sentimientos?

      –Era una demostración, desde luego. De hecho, siempre tuve la impresión de que Blake reservaba esas muestras de afecto para cuando no estabais solos.

      Audrey se sintió humillada. Porque era verdad. Tras la puerta de casa vivían como si fueran amigos más que como marido y mujer. Pero lo que seguramente no sabía era que Blake se guardaba las mayores demostraciones de afecto para los días que quedaban con él, marcando el territorio, como si intuyese el interés que ella intentaba disimular.

      –¿Eso es lo que quieres hacer, criticar a un muerto?

      Oliver la miró, furioso.

      –Solo quiero disfrutar del día, de tu compañía, como solíamos hacer –respondió él, señalando el regalo–. Por cierto, ábrelo.

      Audrey se quedó inmóvil un momento, pero el brillo decidido de sus ojos le dijo que no serviría de nada. Si no lo abría ella, lo haría él, de modo que rasgó el papel con una irritación que esperaba tomase por impaciencia.

      –Es un puro –murmuró, sorprendida–. Yo no fumo.

      –Eso nunca te ha detenido.

      Audrey recordó su encuentro dos años antes…

      –Ese fue un buen día.

      –Mis Navidades favoritas.

      –Casi Navidades.

      –El veinticinco de diciembre nunca se ha podido comparar con el veinte de diciembre.

      –¿Qué haces el día de Navidad, por cierto?

      –Normalmente, trabajar.

      –¿No vas a tu casa?

      –¿A casa de mi padre? No.

      –¿Y tu madre?

      –La llevo a Shanghái para celebrar el Año Nuevo chino –respondió Oliver–. Me estás juzgando.

      –No, estoy intentando imaginármelo.

      –No puedo ir a casa de alguna novia el día de Navidad porque eso sería crear expectativas de compromiso y la oficina es un sitio


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