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Destinados a amarse. Annette BroadrickЧитать онлайн книгу.

Destinados a amarse - Annette Broadrick


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rió y respondió:

      –Sólo soy uno de sus muchos oscuros secretos, ¿no lo sabían?

      Clay supo que era el momento de cambiar de tema.

      –¿Habéis pasado por el bufé? –les preguntó a sus padres.

      –No, estamos esperando a que no haya tanta gente en la fila –contestó Carina.

      –Es evidente que no os habéis saltado tantas comidas como yo para llegar aquí –replicó Clay y se dirigió a su acompañante–. ¿Qué te parece, Mel? ¿Crees que puedes obligarte a comer algo?

      Ella lo amenazó con el puño en broma y luego se giró hacia sus padres.

      –Veamos si esta bestia se calma comiendo, ¿no les parece? –dijo y precedió a Clay hacia el bufé dándole la oportunidad de admirar su fabulosa figura envuelta en un vestido rojo pasión que resaltaba cada una de sus curvas.

      Se colocaron en la fila del bufé y Clay le acarició la espalda.

      –¿Te he dicho lo exótica que estás con este vestido? –le susurró al oído.

      Ella se apoyó ligeramente en él y giró la cabeza para encararlo.

      –Empezaba a pensar que no te habías dado cuenta –contestó con una sonrisa picante.

      –Puede que esté bajo los efectos del jet lag, pero no estoy muerto.

      –De eso ya me he dado cuenta –señaló ella frotándose levemente contra él.

      Él soltó una carcajada.

      –¿Hace cuánto que no nos veíamos?

      –No llevo la cuenta, pero algo así como ocho meses, cuatro días… y seis horas y media –respondió ella.

      –Desgraciadamente van a pasar algunas horas más hasta que podamos estar a solas. No sé cuánto tiempo durará la reunión de esta noche.

      –Debe de ser importante para tu tío que la reunión sea esta noche.

      –Desde luego que sí –afirmó él–. Si no, Cole no se hubiera tomado tantas molestias para traerme aquí.

      –Te estaré esperando, ven cuando puedas –dijo ella.

      Él sonrió y le rozó los labios con un dedo.

      –Cuento con ello.

      Desde un extremo del salón, Pamela McCall contemplaba a la multitud y deseaba estar en cualquier otro lado salvo en aquella fiesta benéfica. Le resultaba extraño estar de nuevo en Texas junto a muchos de los electores de su padre. Ella siempre había evitado la vida política, de la que su padre formaba parte desde hacía años, pero había respondido a la invitación por lealtad hacia los Callaway, sobre todo hacia Carina y Cody. Su niñez hubiera sido muy solitaria de no haber sido por Carina, que cubrió el vacío dejado por la madre de Pam al morir.

      Pam sabía que acudir a la fiesta era una forma de devolverles algo de lo que ellos habían hecho por ella, independientemente de que le gustara estar allí o no.

      Aparentemente, la fiesta se ofrecía para recaudar dinero para varios proyectos de caridad, pero cualquiera que conociera a los Callaway sabía que esa reunión era una declaración de la familia: «Nadie puede con nosotros».

      Su padre, un senador de Estados Unidos por Texas, había enviado a uno de los miembros de su gabinete, Adam Redmond, para que la acompañara esa noche. Pam siempre había luchado por mantener su independencia frente a su dominante padre, pero no tenía por qué ser brusca con Adam, que era un tipo agradable; era alto, de piel oscura, guapo y encantador… y sólo los más cercanos a él sabían que era homosexual.

      Adam era además un buen amigo suyo. Pam lo miró y sonrió.

      –Me alegro mucho de que estés aquí, Adam. Hubiera sido horrible venir a algo así sola.

      –Creía que conocías a algunas de estas personas, sobre todo a los Callaway –comentó Adam.

      –Y los conozco. De hecho, prácticamente me crié con los hijos de Carina y Cody desde la escuela primaria. Sus hijas son como mis hermanas –le explicó ella mientras observaba detenidamente a los asistentes–. Por cierto, todavía no las he visto y… ¡oh, no!

      –¿Hay algún problema?

      Pam intentó quitar importancia al momento.

      –Realmente no. Sólo que no esperaba verlo a él aquí esta noche –contestó ella colocándose de espaldas a la sala y mirando a Adam.

      Adam rió.

      –¿Y ese «él» no tiene nombre?

      Pam recurrió a su sentido del humor para conservar su equilibrio emocional.

      –Disculpa –dijo forzando una sonrisa–. Se llama Clay Callaway, es el único hijo varón de Carina y Cody.

      –¿Y por qué no esperabas que acudiera esta noche? Antes has dicho que esta noche los Callaway quieren demostrar lo unidos que están.

      Pam sacudió la cabeza. No quería hablar de Clay Callaway con nadie, ni siquiera con alguien tan comprensivo como Adam. Debería haberse imaginado que él acudiría a la fiesta, pero después de mucho años sin saber nada de él, había logrado sacárselo de la cabeza. O eso era lo que ella se creía.

      Los doce años desde la última vez que se habían visto parecieron desvanecerse mientras ella daba cuenta de los cambios que él había experimentado. Entonces él tenía diecinueve años. Ahora era puro músculo, todo un hombre adulto.

      Pam cerró los ojos un instante. Verlo después de todo ese tiempo no iba a suponer un problema; ella no permitiría que supusiera un problema.

      –¿Quién es él? –le preguntó Adam al ver que ella no reaccionaba.

      Pam hizo una seña hacia la mesa del bufé.

      –¿Ves al hombre junto a la despampanante rubia del vestido rojo? Ése es él.

      –Vaya, vaya. Forman una pareja muy atractiva –comentó Adam.

      Pam observó a Clay y a su cita apartarse del bufé con los platos llenos y dirigirse a una mesa en la que ella no había reparado antes. Carina y Cody estaban allí sentados, lo que significaba que ella tendría que acercarse allí en algún momento de la noche a saludarlos. Bebió otro sorbo de champán y decidió posponer ese encuentro lo más posible.

      –¿Estás lista para ir a por algo de comer? –le preguntó Adam varios minutos después.

      Con una renovada determinación de divertirse, Pam le sonrió agradecida.

      –Por supuesto. Vayamos allá.

      Después de comer más de la cuenta, a Clay lo invadió una sensación de sosiego. El hecho de que rellenaran la copa cada vez que la vaciaba un poco contribuía a ese estado de placidez. Melanie y él bailaron varias veces antes de que algún otro hombre le pidiera salir a bailar.

      Clay sonrió con aquiescencia y se sentó junto a su madre, que acababa de regresar del tocador.

      –Pareces molesta –le comentó él en voz baja–. ¿Algo no marcha bien?

      –No es eso. Es sólo que algunas veces me enfurezco por cómo funcionan las cosas.

      –¿Como cuáles?

      –Acabo de encontrarme con Katie. ¿Sabes que ese canalla de Arthur Henley sigue haciéndoselo pasar mal aunque llevan seis meses divorciados?

      –¿Te refieres a Katie la hija de Cole?

      –Sí.

      –No sabía que se había divorciado. ¿Cómo sucedió?

      –Ella descubrió por fin que él derrochaba el dinero a espuertas, que tenía amantes, que cometía muchos errores en su trabajo. En cuanto ella le pidió el divorcio, Cole lo despidió porque


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