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Los años setenta de la gente común. Sebastián CarassaiЧитать онлайн книгу.

Los años setenta de la gente común - Sebastián Carassai


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un hábito que cada vez que aparecía una marchita en una radio todo el mundo salía a comprar. Ese fue un hábito, una costumbre; es decir: “hay revolución, a comprar fideos”, es la parte graciosa. Salí del banco, yo estaba en mi departamento acá en Buenos Aires, y nos encontramos con este [el secretario del senador radical] y otros amigos más, no peronistas, por supuesto. “¿Y qué hacemos?” “¡Vamos a dar una vuelta con el auto!” “¡Pero está todo cortado!” Y, entonces, este [el secretario del senador] agarra y dice: “Dejá, yo pongo la placa del Senado de la Nación y vamos”. Agarró, puso la chapa del Senado en el parabrisas del auto, íbamos y estaba la gente, con lluvia, haciendo cola, por la avenida 9 de Julio y Corrientes, y nosotros por Corrientes con el auto. Y [los peronistas que ordenaban el tránsito nos] dicen: “¡Que pasen los compañeros del Senado!”. Eran peronistas, de cuello duro. ¿Sabés por qué distinguía a los peronistas de los radicales? Porque vienen con el cuello duro y la corbatita bien formal. O sea, es decir, los otros son más normales. Estos no, bien almidonaditos. Esos eran peronistas. Era una lógica. No te olvides que tuvimos un senador, creo que fue en el 73, en Santa Fe, que no sabía ni leer ni escribir.

      La muerte de Perón generó, durante varios días, una interminable procesión de gente que se acercó a despedirlo. Carlos y sus amigos lo vivieron como un espectáculo. Como él manifiesta, no fueron allí movidos por la condolencia ni la curiosidad. “Fue un show, nos divertimos mucho”, comenzó diciendo. Luego recuerda la ineptitud de Isabel, el hábito de salir a comprar provisiones ante cualquier revolución, el hecho gracioso de que los peronistas que organizaban el tránsito los hayan confundido con “compañeros”, y finalmente el “almidonamiento” de los empleados peronistas del Senado –rasgo que denota su incultura–. La escena de un grupo de muchachos antiperonistas recorriendo calles atestadas de peronistas, sin embargo, tiene una significación que va más allá del supuesto entretenimiento. La actitud de Carlos y sus amigos ante la muerte de Perón, al igual que los chistes que en 1973 se contaban sobre el gobernador inculto tucumano (y varios más sobre Cámpora, Isabel y otros miembros del equipo peronista), fueron formas de sublimar una realidad que gustaba poco y frente a la cual no se podía hacer mucho más que refugiarse en la ironía o el cinismo.

      Un tercer modo que asumieron las actitudes de resignación y de deserción se observa en la satisfacción de presentarse como una minoría social condenada a perder electoralmente. El sustrato de este pensamiento reside en el orgullo de la persona culta, quien cree de su lado el privilegio de la razón, aunque no sea mayoría. A continuación presento tres testimonios en los que puede observarse esta modalidad. Los dos primeros diálogos acontecieron en Tucumán; el primero lo mantuve con Ricardo Montecarlo, y el segundo con Dora Giroux, ambos nacidos en la década de los cuarenta.

       ¿En esta época, en 1973, usted ya conocía a Alfonsín?

      Ricardo: El líder era Balbín en los setenta. Él [Alfonsín] estaba como un segundo hasta que le ganó. Lo que pasa es que, llega un momento de elecciones [1983], y la posibilidad de ganarle al peronismo alguna vez en la vida fue determinante. Porque yo toda mi vida fui perdiendo, perdiendo, perdiendo. Yo siempre votaba al perdedor. Ganar una vez, uno hasta se siente… una satisfacción personal… Pero bueno, [Alfonsín] se equivocó muy fiero en la parte económica, muy fiero.

      Dora: Pero mi gran retorno a la democracia fue con Alfonsín, en el 83, eso fue [como decir] “por fin”. Y con Perón fue más suave, con Cámpora fue como más suave [se refiere a la sensación de haber retornado a la democracia]. No sé por qué exactamente. No sé si era porque era sabido que iba a ganar Perón; pero yo no estaba, aun antes de las elecciones, tan de acuerdo, no estaba de acuerdo con que lo elijamos a Cámpora para que lo haga volver a Perón.

       ¿No lo votaste a Cámpora?

      Dora: ¡No, no! No lo voté a Cámpora, no lo voté a Perón, gracias a Dios. Me cortaría la mano. No lo voté a Menem ni a ninguno de ellos. Yo te digo, no voté a nadie de los que estuvieron en el gobierno, nunca.

      Ambos entrevistados subrayan que forman parte de una minoría destinada estructuralmente a perder, en tanto ninguno de los dos estuvo dispuesto a votar a un candidato peronista. Ricardo justifica su voto por Alfonsín, en 1983, de un modo negativo: no lo votó por Alfonsín ni por sentirse radical. Lo votó “por la posibilidad de ganarle al peronismo alguna vez en la vida”. Lo que me interesa resaltar es que Ricardo se presenta como alguien que durante toda su vida electoral, hasta Alfonsín, venía perdiendo sistemáticamente. Lo mismo sucede en el testimonio de Dora: no votó ni a Cámpora, ni a Perón, ni a Menem; es decir, siempre votó candidatos que perdieron las elecciones (“No voté a nadie de los que estuvieron en el gobierno”). Dora omite recordar que, en realidad, sí apoyó a alguien que alguna vez ganó: en 1983 dio su voto a Alfonsín. De hecho, según ella misma cuenta, ese fue su “gran retorno a la democracia”. Pero en el relato que hace de sí misma, espontáneamente, el recuerdo de su voto al radicalismo victorioso cede ante el impulso de presentarse como alguien que no votó nunca un gobierno que haya resultado electo.

      En el relato de Linda Tognetti, de Correa, este discurso adquiere mayor intensidad:

       ¿Te acordás a quién votaste en el 73?

      A Cámpora no; a Perón después tampoco.

       La fórmula radical la encabezaba Balbín.

      A Balbín habré votado […] ¿A quién voté? Yo voté a Frondizi, creo, voté a Illia, que sigue siendo para mí lo demócrata, lo voté a Alfonsín. De los que ganaron, solamente a Alfonsín, no te preocupes…

      Este diálogo ilustra claramente el sentimiento de orgullosa minoría de las clases medias no peronistas, ausente en tiempos del primer peronismo, presente a partir de 1973. Linda recuerda no haber votado ni a Cámpora ni a Perón. Recuerda haber votado a Frondizi, a Illia y a Alfonsín, pero asevera que “de los que ganaron, solamente [votó] a Alfonsín”. Esta frase representa una flagrante contradicción. Si votó a Frondizi y a Illia, presidentes en 1958-1962 y 1963-1966 respectivamente, no es cierto que sólo ganó con Alfonsín. ¿Por qué, al concluir el recuerdo de los candidatos por los que votó y ganaron, omitió mencionar a Frondizi y a Illia? ¿Por qué debía preocuparme yo si ella hubiera ganado más veces, algo implícito en su aclaración final? En estos testimonios se vuelve evidente cierta satisfacción en presentarse como parte de una minoría destinada largamente a perder en virtud de que tiene razón pero no votos, sabe pero no gana, vota pero no gobierna.

      El ensimismamiento, la ironía o el cinismo, y esta percepción de sí como una minoría perdidosa pero iluminada, son tres de las formas que asumen en el discurso de las clases medias no peronistas las dos actitudes que explican mucho del comportamiento de estos sectores entre 1973 y 1976. Ambas actitudes, la resignación y la deserción, configuran el otro rostro del antiperonismo. Este no tuvo solamente una cara feroz, revanchista, conspirativa, decidida a celebrar la caída de todo gobierno peronista. En el período 1973-1976 presentó otro rostro, aunque no favorable al peronismo, sí resignado a él. Sintió que perdió cuando ganó Cámpora, pero no se sintió triunfante cuando cayó Isabel. Abandonó la escena política argentina en 1973 como quien se rinde ante lo imperturbable y, ya en un desierto anímico, recibió la noticia del golpe de 1976 con la indiferencia de lo inevitable.

      Eva Perón, o el antiperonismo por otros medios

      En el análisis de la sensibilidad antiperonista hecho hasta aquí, omití referirme al reconocimiento que estas clases medias realizan hoy de ciertos aspectos positivos del primer peronismo (1945-1955). Más difícil es, en cambio, que encuentren virtudes a la experiencia que se inició con Cámpora y culminó con Isabel. Al primer peronismo se le reconoce la puesta en funcionamiento de una legislación laboral y social que benefició a los trabajadores, la visión de que el país debía profundizar el desarrollo industrial y la ampliación del mercado interno a través de la incorporación de nuevos sectores sociales al consumo. Algunos mencionan también que Perón salvó a la Argentina del comunismo, protegió al trabajador mediante la sindicalización masiva, otorgó el voto femenino y, sobre todo en Correa, transformó el régimen de tenencia de tierra y creó el estatuto


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