Los años setenta de la gente común. Sebastián CarassaiЧитать онлайн книгу.
igual proporción, movidos por aspiraciones políticas diversas, cuando no antagónicas. El 49,56% que obtuvo el FREJULI (un variopinto frente integrado por el peronismo y otros partidos minoritarios de centro y de centroderecha: el Conservador Popular, el Movimiento de Integración y Desarrollo, el Partido Popular Cristiano y algunos partidos provinciales) se nutrió de votos que provenían de diversas extracciones. Al caudal electoral frentista contribuyó también una manifestación más bien de hartazgo que ideológica de una parte de la ciudadanía hacia el gobierno militar. El ascenso temporario de sectores de la izquierda peronista a posiciones de poder en el gobierno de Cámpora ha conducido a algunos analistas a juzgar que el electorado simpatizaba con las posiciones izquierdistas. Sin embargo, el influjo izquierdista expresaba alianzas y acuerdos al interior del movimiento peronista más que una voluntad específica de la masa electoral.[24]
Cuatro indicadores permiten aseverar que la incidencia de la izquierda peronista en las razones que movieron a votar al FREJULI sólo fue significativa dentro del ámbito de la militancia juvenil peronizada. En primer lugar, la plataforma electoral del frente no difería ideológicamente de los tradicionales programas peronistas del pasado. El compañero de fórmula de Cámpora reconoció que “una parte importante” de sus sufragantes “no votó a los candidatos del FREJULI” sino que “votó al programa del FREJULI, votó sus pautas programáticas”.[25] En segundo lugar, la fórmula del frente se asociaba al designio de Perón, algo que garantizó el apoyo del voto peronista tradicional, obrero y popular. Para la gran mayoría de los trabajadores, lo que importaba era el retorno de su líder al poder y no las conjeturas acerca de su conversión a una izquierda de la que, en un pasado no tan lejano, lo sabían extraño, cuando no hostil.[26] Al respecto, no deja de ser revelador que el indicador más eficaz para pronosticar los resultados electorales de 1973 haya sido el de la evaluación que los votantes hacían del primer peronismo (1946-1955). En tercer lugar, la inclinación de la sociedad hacia las posiciones menos rebeldes de las corrientes internas del movimiento liderado por Perón, incluso considerando solamente a los simpatizantes peronistas.[27] Por último, el aún más contundente triunfo peronista en las elecciones de septiembre del mismo año, que retrospectivamente despejó dudas acerca del lugar que para Perón desempeñaba la izquierda en su movimiento. Si la base electoral peronista en marzo de 1973 hubiera estado principalmente movilizada por aspiraciones de izquierda, se hace difícil explicar que, tan sólo seis meses después, una cantidad todavía más numerosa de votantes haya consagrado en las urnas la fórmula Perón-Perón, la cual, masacre de Ezeiza y fortalecimiento del lopezreguismo de por medio, sólo podía suscitar sueños izquierdistas a fuerza de negar los datos que proporcionaba la realidad. Es cierto que muchos jóvenes militantes peronizados brindaron un apoyo táctico a la fórmula Perón-Perón, colaborando a un triunfo contundente para luego presionar al propio líder desde dentro. Sin embargo, en la composición del voto peronista el peso cuantitativo de estos grupos era relativamente bajo.
En los años setenta, por tanto, las clases medias no se peronizaron. Hacia 1973, el movimiento peronista seguía siendo –al igual que en 1946 y en mayor medida que en 1955– una fuerza principalmente apoyada por obreros y sectores populares. Lo que sí se había modificado era el electorado opositor. Una comparación de la composición del voto peronista y no peronista entre 1946 y 1973 mostró, por un lado, que el peronismo había conservado la misma proporción de trabajadores en sus bases de apoyo y que, de haber subsistido la relación entre población obrera y no obrera, la fuerza electoral de Perón se habría vuelto aún más homogéneamente proletaria. Si no lo hizo fue porque en 1973 existían –en proporción– menos obreros que en 1946. Por otro lado, la comparación probó que el “no peronismo” había devenido en 1973 mucho más homogéneamente no obrero que en 1946.[28] En síntesis, en 1973 los partidos no peronistas nucleaban mayoritariamente (y en algunos casos de manera exclusiva) a las amplias clases medias y a la estadísticamente irrelevante clase alta, mientras que el peronismo, movimiento pluriclasista desde su origen, se nutría de apoyos de todos los sectores sociales, pero sobre todo de la clase obrera –en una proporción que casi no había variado en treinta años– y de los sectores populares no obreros.
Los estudios sobre el voto peronista de marzo de 1973 demostraron que el apoyo electoral de las clases medias a ese movimiento no se incrementó respecto de las elecciones de los años cuarenta y cincuenta. Al contrario, estos sectores siguieron siendo relativamente esquivos al peronismo, tanto más cuanto menos desarrolladas fueran sus provincias de residencia. De hecho, cuando se tiene en cuenta que más de la mitad del electorado no votó al peronismo en un contexto en el que los sectores populares y obreros representaban el 54% del país, ambos con una abrumadora inclinación hacia ese partido, puede concluirse que el 11 de marzo las clases medias optaron mayoritariamente por alguna opción no peronista. El CIMS estimó que el 90% de los “sectores bajos” apoyó al peronismo en las elecciones de marzo de 1973, lo que supuso al menos el 72% del caudal peronista.[29]
En el terreno electoral, por tanto, la innovación introducida por el peronismo de 1973 residió en el reconocimiento de los derrotados a la legitimidad del gobierno electo y no en la creación (ni en la ampliación) de un voto peronista de clase media.[30] Al inaugurar las sesiones del Congreso en 1974, el propio Perón afirmó que su voluntad de respetar a las minorías creaba las condiciones para que las minorías respetasen a las mayorías. Así, Perón renunciaba al autoritarismo, y el principal partido de la oposición, cuyos votos provenían mayormente de las clases medias, renunciaba a la conspiración.[31] El triunfo del peronismo en 1973, entonces, incluyó dos novedades: en primer lugar, que algunos de quienes no simpatizaban con Perón se habían convencido de que sin él la situación política no ofrecía salida. En segundo lugar, y como condición de lo anterior, que una parte de la sociedad tradicionalmente no peronista creyó que Perón no era el mismo de los años cincuenta.
La campaña electoral de Cámpora presentó una paradoja. Por un lado, descansó en el activismo de la juventud del movimiento, en su mayoría de clase media –la consigna que hegemonizó la campaña, “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, fue una creación de la Juventud Peronista–. Pero, por otro lado, no logró volcar en su favor a los amplios sectores medios no militantes que veían ese acercamiento al peronismo con una mezcla de temor y de cinismo. El tinte combativo que los jóvenes imprimieron a la campaña desempeñó también su papel en el rechazo que tuvo la fórmula peronista en los sectores medios sin militancia (las consignas de la juventud en los actos proselitistas, que iban desde “Cámpora presidente, libertad a los combatientes” hasta “Tenemos un general, que es una maravilla, combate al capital y apoya a la guerrilla”, resultaban poco seductoras a estos sectores).
Con la campaña electoral de Cámpora se cerró un círculo generacional en la historia política de los sectores medios. Dicho círculo se había abierto en los años cincuenta y sesenta cuando una parte de las clases medias, que había educado a sus hijos en el antiperonismo, terminó empujando a muchos de ellos a las huestes peronistas. En 1973, en cambio, quienes obtenían efectos contraproducentes a sus designios eran los jóvenes, cuya adhesión a Perón no lograba alterar las convicciones no peronistas de sus padres.
No deja de ser significativo que, en septiembre de 1973, un mes antes de hacerse cargo de la presidencia de la Nación, el propio Perón haya recordado a los dirigentes de las organizaciones armadas que el peronismo había surgido de la juventud obrera, no de la de clase media. “No hay que olvidarse, muchachos”, les dijo Perón a los líderes de Montoneros y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias,
que la juventud hizo el 17 de Octubre [de 1945], pero fue la juventud de los sindicatos. La otra juventud estaba contra nosotros. Esos salían todos los días a tirar piedras