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Las extremas derechas en Europa. Jean-Yves CamusЧитать онлайн книгу.

Las extremas derechas en Europa - Jean-Yves Camus


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La organización comienza a reinar sobre la sociedad rumana por medio del terror, lo cual lleva a Antonescu a conseguir que Hitler ponga en vereda a los fascistas rumanos. Aquí, los colaboradores se apoyan en el Reich para apartar a los colaboracionistas del poder, con el argumento de que el Reich conduce con mayor facilidad su guerra si los países «aliados» están en situación de paz civil. Sima se exilia en Alemania: Antonescu tiene, pues, las manos libres para colaborar, pero el Reich conserva la amenaza en su contra de los colaboracionistas capaces de reemplazarlo a la cabeza del régimen. Cuando el brazo de hierro no está claramente instaurado, los radicales pueden arrastrar al país a un proceso de fascistización y hacia el colaboracionismo, tal como sucedió en la Francia de 1943 con el desarrollo de la Milice Française [Milicia Francesa].

      En los países colocados bajo la órbita del Tercer Reich, Hitler sabe disponer de la bipartición de la extrema derecha: entroniza a la cabeza de los regímenes a personajes «nacionales», encarnación para las poblaciones de una autoridad tradicional, sin dejar de mantener a los radicales al alcance de la mano como elite de recambio. Los primeros son colaboradores, generalmente provenientes de las elites tradicionales, de las corrientes sociopolíticas conservadoras. Movidos por el anticomunismo, quieren colaborar con Alemania, es decir, trabajar con ella en el marco de las relaciones bipartitas entre su Estado nacional y Alemania. Los colaboracionistas generalmente provienen de las minorías fascistas, buscan integrar su país al combate del Tercer Reich por edificar un Nuevo Orden Europeo. Hitler solo utiliza esta carta cuando no tiene otra (como cuando en 1942 le devolvió el poder en Noruega a Vidkun Quisling). Maurice Bardèche, teórico faro del neofascismo europeo, resume así el sueño que entonces mantienen los colaboracionistas: «Quienes no conocieron esa primavera de Europa no saben lo que queremos decir cuando hablamos de Europa». (56) Este rasgo ideológico no carece de cuestionamientos a la unidad del campo de la extrema derecha, a medida que se extiende el colaboracionismo radical. En 1943, el Tercer Reich concede a los voluntarios franceses el derecho a incorporarse a la Waffen-SS dentro de la división Frankreich (2.500 hombres). De esta última, la LVF y milicianos se vuelcan a la división Carlomagno de la Waffen-SS en noviembre de 1944 (menos de 8.000 hombres). Según el historiador James Gregor, serios antagonismos oponían a los miembros de la antigua LVF, marcados por una concepción nacionalista hexagonal y católica, y a SS franceses, europeístas, nazis, neopaganos. (57) Para el Nuevo Orden Europeo que dice construir en adelante el Tercer Reich, esto casi no importa, a tal punto se necesitan combatientes. De sus 900.000 miembros relevados en 1944, la Waffen-SS estaba compuesta en más de la mitad por no alemanes.(58)

      Se suponía que la división Carlomagno no incluía en su instrucción una formación ideológica nacional-socialista. (59) Así pues, la oferta ideológica legítima es provista por los medios de comunicación de las SS. La interpenetración franco-belga nacida de la Administración Militar de Bélgica y del norte de Francia permite una circulación de términos y temas, ya sea cuando Degrelle, el líder rexista convertido en Waffen-SS, llega a París para halagar la «revolución europea», «socialista», porque carece de intelectuales y judíos, o cuando Pierre Quesnoy de Douai, ligado a los nacionalistas flamencos y al SD, pronto fundador de una Liga de los Derechos del Norte, dicta en Amberes un curso sobre las razas (se citan en particular Günther y Rosenberg) a los reclutas del «Allgemeine-SS del Norte de Francia», según la expresión que utilizaban los servicios de inteligencia generales, quizá para designar a la antigua Algemeene-SS Vlaanderen. (60) Pero, puesto que muchos de los «facilitadores» de posguerra escribieron en Devenir, cuyo subtítulo ya es todo un indicador («Journal de combat de la communauté européenne» [Diario de combate de la comunidad europea]), este periódico de las SS francófonas puede ser considerado especialmente significativo. Ahora bien, la publicación propone temáticas muy alejadas del nacionalismo francés, pero también de la «cruzada contra el bolchevismo» de 1941. Un texto se dedica a la unidad lingüística y mitológica de los indoeuropeos. Otro certifica la muerte de las naciones europeas con la llegada del «hombre nórdico que renace hoy», también «arraigado» y liberado del «orientalismo» cristiano. Un tercero se entusiasma con el dios Thor y compara a los SS con los vikingos. Jean-Marie Balestre halaga a «los hombres arios de Normandía, Bretaña, Borgoña, [que] se unen a sus hermanos de raza». Lucien Rebatet, por su parte, saluda a los alemanes nazis, a los rumanos de Guardia de Hierro, a los antisemitas de Estados Unidos, a los nacionalistas argentinos, a todos aquellos que tienen «el espíritu europeo, el espíritu ario, el espíritu revolucionario». Y concluye que los reclutas del Frente Oriental son «la elite de esta Internacional aria que mañana reconstruirá el mundo sin judíos, sin demócratas, sin monopolios. Compañeros SS de 18 naciones, les envío, con el brazo tendido, nuestro saludo, el saludo ario. ¡Muerte a los judíos!».(61)

      Paganismo, rechazo del nacionalismo estrecho y promoción de una unión europea de «patrias carnales»: en Devenir se encuentran los elementos sustanciales de la imagen remodelada de las SS esoterizantes, que fueron la época dorada de las novelas de Saint-Loup (Marc Augier, seud.; 1908-1990), y, al otro lado, de la cultura pop de las décadas de 1960-1970 (por ejemplo, libros baratos que presentan ucronías o una ufología que integra a una SS depositaria de misterios). Al destacar su pasado como exvoluntario en el Frente Oriental, el escritor racialista alimenta la confusión entre el imaginario propagandista y la realidad efectiva del fenómeno del Nuevo Orden Europeo. Su recorrido también es significativo. En 1936, Augier era encargado de misión junto a Léo Lagrange, el ministro de la Juventud del gobierno de Blum. En 1941, participa en la creación del grupo «Colaboración, agrupación de energías francesas para la unidad continental», que milita por la construcción de un «bloque económico euroafricano, encaminado a instituir una economía mundial unificada». (62) Promueve una relectura geopolítica del conflicto: «¿Cómo no entendió usted todavía que los pequeños conceptos nacionales hoy estaban superados? ¿Cómo no entendió que ya no se trataba de una guerra por territorios o dinastías, sino de la guerra civil de Europa? […] El verdadero desafío del conflicto actual [es] la construcción del socialismo en una Europa unificada». (63) Augier se ocupa, más en particular, de la sección Jeunes de l’Europe Nouvelle [Jóvenes de la Europa Nueva] (JEN) y luego integra la Légion des Volontaires Français contre le Bolchevisme [Legión de los Voluntarios Franceses contra el Bolchevismo] (LVF).

      Los JEN básicamente se dedicaron a promover la LVF e integraron el Front Révolutionnaire Nationale [Frente Revolucionario Nacional] de Marcel Déat. La mayor parte de los militantes pasa luego a la Milicia o a la división SS Frankreich. (64) Eran los encargados de difundir en Francia La Jeune Europe, una revista destinada a atraer al colaboracionismo a los jóvenes intelectuales. Se lanza en doce lenguas en 1942, con el fin de representar la concordia continental que nace con las SS europeas. Es una revista de geopolítica apta para construir la ideología y la propaganda relativas a la europeización del Frente Oriental. Marcel Déat asegura allí que la presencia francesa en África es la de Europa, el alemán Matthias Schmitt espeta que Alemania unifica a Europa y que Italia unifica a África para culminar en una comunidad «desde Hammerfest hasta Ciudad del Cabo». (65) Bruno Francolini explica allí que después de la guerra la colonización de África deberá estar basada en la prohibición absoluta del mestizaje y el trabajo intelectual de los negros, porque «querer imponer al indígena una vida enteramente a la europea e inculcarle a la fuerza nuestra cultura no podría sino perjudicar a los indígenas», cuando su compatriota italiano Julius Evola expone que «el espacio del Reich» por venir es superior a los pequeños nacionalismos cerrados y favorecerá que las comunidades se apeguen a un ideal trascendente aunque desprovisto de universalismo. (66) Estamos aquí lejos de la clásica imagen del fascismo. Corremos el riesgo, entonces, de participar en las reconstrucciones históricas de los ámbitos radicales que presentan un fascismo mucho más europeísta de lo que fue, desprovisto de la brutalidad de sus hechos para atraerlo al éter de las ideas de sus márgenes. Seamos empíricos: ¿qué vemos?

      Los fascistas del período de entreguerras se legitiman produciendo un conjunto de signos donde se entremezclan elementos extranacionales importados con la afirmación de una tradición nacional específica. Este proceso de bricolaje en el mercado internacional de modelos, de propagandas e ideas es permanente, cualesquiera sean el tiempo y el espacio utilizados para entender un «fenómeno» fascista. No obstante, a partir del momento en que el Tercer Reich decide, en 1942, reorientar su propaganda hacia


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