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Las Iglesias ante la violencia en América Latina. Andrew JohnsonЧитать онлайн книгу.

Las Iglesias ante la violencia en América Latina - Andrew  Johnson


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ser citado el propio análisis de Mignone sobre su evolución. Insistía en que sus puntos de vista siempre habían sido consistentes, inspirados en el Evangelio, y por su mandamiento a amarse los unos a los otros y a respetar y valorar la vida, sin distinciones, ya fueran políticas o de otra índole. En una carta a otra hija (Isabel) escribió: “Es incorrecta esa apreciación tuya sobre mi supuesto paso del catolicismo conservador al progresista. No he sido ni soy ni uno ni el otro… [La verdad es que] me adelanté en veinte años al proponer decisiones que adoptó luego el Concilio Vaticano II y ahora simplemente formula otras que adoptara el Concilio Universal del Siglo xxi, que tal vez se haga en Jerusalén y no en Roma”. En cartas anteriores citadas por su biógrafo, Mignone ancla sus creencias en el sagrado valor de la vida.

      Es una verdad que nada tiene que ver con el tiempo en que se vive y a quien le afecta. Esto no es cuestión de una época o de otra. No es antiguo ni moderno. Es eterno. Si se viola, todo viene abajo y de ahí provienen las desgracias. Se acepta el principio que el matar es lícito o no según la persona o la ideología de la víctima, se abre una brecha terrible y se comienza una cadena de dolores, de injusticias espantosas, porque se ha roto un valor sagrado, no humano. Esta doctrina es difícil de practicar, pero es la única verdadera (citado en Del Carril, 2011: 354-56).

      En publicaciones, en el trabajo organizativo y en su infatigable activismo a escala nacional y transnacional, Mignone dejó al descubierto la colaboración de la jerarquía argentina con los militares y la complicidad de muchos líderes de la Iglesia con los crímenes del régimen (Mignone, 1988, 1991). Sus acciones fortalecieron los lazos nacionales y transnacionales para todos los grupos de derechos en Argentina incluyendo, pero no limitándolos, a los de inspiración religiosa. Muchos grupos de derechos humanos en Argentina se unieron a los esfuerzos de Mignone, incluyendo los movimientos de las familias de los sobrevivientes y los familiares de los detenidos y los desaparecidos, grupos religiosos y por la no violencia como el Servicio Paz y Justicia (serpaj) cuyo director, Adolfo Pérez Esquivel ganó el Premio Nobel de la Paz en 1980, así como grupos judíos y ecuménicos, y por supuesto el bien conocido ejemplo de las Madres de la Plaza de Mayo (Madres, y más tarde también Abuelas de la Plaza de Mayo) (Brysk, 1994).

      La experiencia del serpaj y de las Madres asimismo habla de ambos aspectos, la inspiración religiosa y el impacto de los contactos transnacionales. El serpaj surgió como parte de la ayuda cuáquera a través de la Fraternidad de Reconciliación (for, por sus siglas en inglés) que buscaba promover grupos y métodos no violentos (Pagnucco, y McCarthy, 1992). Las Madres recibieron un apoyo temprano del serpaj y ambos trabajaron basados en sus principios religiosos frente a la hostilidad de la misma Iglesia católica. Brysk (1994: 42) escribió sobre las Madres y grupos relacionados que “se volcaron en las protestas porque sus familias y comunidades habían sido destruidas, sus barrios permanecían en silencio y su propio gobierno negaba su existencia. Sus demostraciones públicas de angustia personal y de enfrentamiento quijotesco al implacable ejercicio de poder estatal apenas sí fue registrado por su propia sociedad, pero en la arena internacional fue apoyado y amplificado.” El compromiso de las Madres, como el del serpaj, o de individuos como Emilio Mignone, tenía sus raíces en la comprensión de los principios cristianos, comprensión que fue rechazada por el liderazgo de la jerarquía católica argentina. En un texto sobre los primeros esfuerzos de las Madres por encontrar a los hijos y nietos desaparecidos (estos últimos, frecuentemente hijos de prisioneras políticas asesinadas después del parto) queda clara la recepción que tuvieron en la Iglesia oficial:

      También recurrimos a la Iglesia católica y a la Jerarquía Eclesiástica desde los primeros días de nuestra tragedia. Nos encontramos con puertas cerradas y palabras ofensivas y a veces crueles: “Están en manos de personas que han pagado 5 millones por los bebés, por lo que están en buenas manos, no se preocupen.” “No podemos hacer nada. Váyanse.” “Recen porque les falta fe” … Nunca recobramos ni un niño a través de la mediación de la iglesia (cita traducida de Brysk, 1994: 205).

      Aunque la estrecha asociación de la jerarquía con los militares hace de Argentina un caso extremo, como muchos extremos también ilumina las posibilidades. Lo que queremos resaltar aquí no es la conexión ideológica —los puntos de vista de la jerarquía argentina contrastan con los compromisos de la Iglesia y de los individuos de otros lugares por promover y defender los derechos—. Casos notables a nivel nacional incluyen los esfuerzos de la Vicaría de la Solidaridad en Chile, Tutela Legal en El Salvador, la Comisión Episcopal de Acción Social (ceas) en Perú y de numerosas organizaciones eclesiásticas en casos tan diferentes como Brasil o Paraguay. Si continuamos el análisis a nivel local los ejemplos se multiplican (French, 2007; Kovic, 2005; Tate, 2007; Youngers, 2003). Lo que es esencial es darse cuenta de que siempre se hurgue bajo la superficie de una historia nacional particular, lo que aparenta ser un suceso discreto que comienza en un punto particular del tiempo resulta tener prolongados y múltiples antecedentes. Existe una prehistoria, algo así como una transición invisible al activismo, y también existe una poshistoria que se manifiesta en el esfuerzo por colocar, de forma permanente, cuestiones de derechos y responsabilidades en la agenda o en las leyes e instituciones y por crear una base de apoyo que los sostenga. La transición invisible a la práctica de los derechos también ha sido una transición de las ideas. He citado el impacto del Concilio Vaticano II, de las reuniones de obispos de Medellín y Puebla, así como de la teología de la liberación, todo lo cual puede ser ubicado con relativa precisión en el tiempo. Pero por supuesto que ninguno de estos sucesos surgió ya hecho, completamente formado a partir de la nada. En cada caso existen iniciativas anteriores, y precedentes que crearon lo que en retrospectiva podemos ver como una base en pro de estas ideas, dispuesto a aceptarlas, a trabajar con ellas y a convertirlas en prácticas regulares, incluso en situaciones de largas adversidades y grandes peligros (Levine, 2012).

      Otro caso semejante es el más o menos simultáneo surgimiento de grupos de los derechos humanos en Perú después de la represión oficial de la huelga general de finales de los años setenta. Siguiendo las protestas contra la violencia policial que aceleró el fin del gobierno militar, coordinadas y promovidas por la ceas, la teoría y la práctica de derechos como elemento integral a la misión de las Iglesias cristalizó en el contexto de una larga y sangrienta guerra con Sendero Luminoso, que tuvo lugar en el país a través de los ochenta y principios de los noventa. Durante la guerra, a menudo las Iglesias y los creyentes estaban atrapados entre los ejércitos del Estado y las fuerzas de Sendero Luminoso. El ejército los veía como sospechosos de subversión mientras que Sendero Luminoso los veía como competidores (ceas, 1990; Youngers, 2003). Existe una amplia evolución comparable de ideas, organizaciones y gente comprometida en casos por otro lado tan disímiles como Chile, Argentina, Brasil, Guatemala, México, El Salvador, o Colombia (Del Carril, 2011; Garrard-Burnett, 2010; Kovic, 2005; Neier, 2012; Ranly, 2003; Tate, 2007; Tovar, 2006; Theidon, 2004; Whitfield, 1994).

      Las consideraciones anteriores sugieren que lo que aquí se analiza no es la motivación religiosa o política o social: es todo a la vez y surge a partir de la dinámica de la práctica. En el caso de las organizaciones mayas de Chiapas descritas por Kovic (2005), es sorprendente la fácil mezcla de diferentes áreas de derechos. Kovic reproduce varias listas compiladas por los participantes de los talleres promovidos por Pueblo Creyente, una organización de derechos auspiciada por la diócesis de Chiapas. Los derechos enumerados mezclan la teología con la política, la vida común con los “grandes problemas”. Cuando se les preguntó a los participantes de un taller por qué tenían derechos, respondieron:

      Porque somos seres humanos. Porque estamos hechos a la imagen de Dios. Porque somos personas libres capaces de vivir y de pensar. Porque somos hijos e hijas de Dios. Porque Dios, nuestro Padre envió a su hijo para que nos enseñara a luchar, Porque Jesús nos enseñó a decir la verdad y a defender nuestros derechos humanos. Dios nos formó y creó para que todos pudiéramos comer. Porque Dios formó al mundo y nos hizo libre a todos a fin de que los grandes (los poderosos) no saquen provecho de los pequeños (citado en Kovic, 2005: 108).

      También incluyeron el derecho a

      vivir, ser iguales, trabajar, recibir un salario justo, disfrutar los frutos de nuestro trabajo, ser doctores o profesionales, comer, hablar, pensar, dormir o descansar, tener dignidad, educación, vivienda, casarnos libremente


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