Carro de combate. Nazaret CastroЧитать онлайн книгу.
en el mismo punto: las materias primas necesarias para fabricarlo. Son la base de la sociedad de consumo: sin materias primas no podríamos tener ni los productos más sencillos, como una barra de pan, ni tampoco los más complejos, como un ordenador. Todos necesitan materias agrícolas o minerales y, sobre todo, fuentes de energía —que también se consideran materias primas— para ser producidos.
El estudio de las materias primas es especialmente importante porque impregna el proceso de producción de todos los otros productos que consumimos, pero no solemos ser conscientes de ello, en parte porque rara vez consumimos materias primas en bruto, como el hierro, el petróleo o el algodón. Sin embargo, las materias primas alimenticias, como el azúcar, los aceites o el café, sí los encontramos en las estanterías de los supermercados. Son estas commodities, como las llaman en inglés, las que hemos seleccionado en este primer bloque del libro. El resto de las materias primas —con la excepción de la energía, que daría en sí misma para todo un libro— serán mencionadas a menudo en los siguientes bloques, aunque con menor profundidad.
Materias primas y mercados financieros
No se puede hablar de materias primas sin mencionar la importancia de los mercados financieros en su comercialización. Las materias primas, al ser productos no elaborados, se venden fundamentalmente por su precio y no por sus características, que no suelen variar mucho en función del productor ni del país de origen. Esto las hace especialmente apropiadas para ser vendidas en los mercados financieros, en los que no es necesario ver la mercancía. En la actualidad existen unos 50 mercados de este tipo, cada uno de ellos especializado en unas commodities en particular. Mueven cada año miles de millones de dólares y su importancia en la evolución de los precios es creciente.
Pero la ecuación no es tan simple. En estos mercados, las materias primas pueden venderse en tiempo presente —hoy compro, hoy recibo— pero en general suelen comercializarse bajo la forma de futuros o de opciones. En el primer caso, comprador y vendedor se comprometen a intercambiar una mercancía en el futuro, pero al precio de mercado del día en el que se ha llegado al acuerdo. Es decir, las condiciones se establecen hoy, pero el intercambio se produce en el futuro. En el caso de las opciones, el vendedor obtiene un derecho a comprar una mercancía, también a un precio prefijado, pero no tiene la obligación de hacerlo.
Sin embargo, en ambos casos, el intercambio nunca se produce y estos acuerdos solo se utilizan para generar ganancias especulativas. Así, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en sus siglas en inglés), el 98% de los contratos de futuro no llegan a destino: el contrato es cancelado o revendido antes. De ahí concluye la FAO que los mercados de futuros «atraen inversores que no están interesados en la materia prima como tal, sino en hacer dinero de forma especulativa».
Se pueden encontrar opiniones diversas sobre el papel que juegan los mercados financieros en el precio internacional de las materias primas, especialmente de las llamadas soft commodities (materias primas blandas o agrícolas), que son la base de la alimentación humana. El debate se encendió durante la última crisis alimentaria mundial, en los años 2007 y 2008, cuando los precios de los alimentos básicos aumentaron rápidamente, lo que provocó hambrunas y tensión social en medio mundo, especialmente en África. En un primer momento se apuntó al papel de los agrocombustibles, a las malas cosechas y al aumento del consumo en países como China o India como principales causas del incremento de los precios. En 2008, el relator de la ONU para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, denunció sin embargo el papel de los mercados financieros especulativos en el aumento de los precios, si bien acusó también a los agrocombustibles. Desde entonces ha habido dos grupos de opiniones diferenciados: el que apunta a la economía real como causa principal del aumento de los precios —a mayor demanda o menor oferta, mayor precio— y el que acusa a los mercados financieros de alterar artificialmente los valores.
En lo que todos están de acuerdo es en que los precios de las commodities son más volátiles que los de los productos manufacturados, y su volatilidad es hoy mayor que antes de la crisis de 2008, según ha advertido la FAO. Esto perjudica a los países pobres, cuyas economías suelen depender de la producción y exportación de este tipo de productos. Tampoco ayuda la concentración empresarial: unas pocas compañías multinacionales controlan el mercado mundial de las commodities y de sus semillas y son, generalmente, las que compran las materias primas a los agricultores de medio mundo y luego las ponen en los mercados financieros. Son juez y parte. Algunos nombres, como la multinacional de biotecnología y semillas Monsanto, recientemente comprada por Bayer, son bien conocidos por el público general, pero buena parte de las firmas que controlan el mercado mundial de las materias primas son bastante desconocidas por la opinión pública: Bunge, ADM (Archer Daniels Midland Co), Cargill, Louis Dreyfus o Wilmar son las principales.
MATERIAS PRIMAS EN LOS MERCADOS FINANCIEROS | |
Granos: | Soja, trigo, maíz, avena, cebada. |
Materias primas blandas: | Algodón, jugo de naranja, café, azúcar, cacao. |
Energías: | Petróleo crudo, gasolina, gas natural, etanol, nafta. |
Metales: | Oro, plata, cobre, platino, aluminio, paladio. |
Carnes: | Ganado bovino vivo, ganado porcino vivo, manteca, leche. |
El auge de los agrocombustibles
Como hemos visto, el papel de los agrocombustibles ha sido muy polémico durante los últimos años. Los agrocombustibles son aquellas fuentes de energía derivadas de biomasa o materia orgánica. Como este tipo de carburante está fácilmente disponible en la naturaleza, fue la primera fuente de energía utilizada por los seres humanos, que durante milenios han usado la madera para calentarse o cocinar, y aún la siguen usando en zonas rurales y en muchos países del Sur.
Después de varias décadas de uso y abuso de los combustibles fósiles, el nuevo auge de los agrocombustibles llegó tras la crisis del petróleo de la década de 1970, que hizo aumentar de forma espectacular los precios del crudo. Se buscaron entonces nuevas alternativas para alimentar a los automóviles. La tecnología no era nueva, puesto que los primeros prototipos de coches ya habían funcionado con etanol: así fue con el famoso modelo T de Ford, aunque la Ley Seca de la época había imposibilitado el desarrollo de este tipo de carburantes. A partir de 1970 se retomó el ensayo de carburantes procedentes de plantas y se desarrollaron dos tipos: el bioetanol, que sustituye a la gasolina y que procede de alimentos ricos en azúcares, como la caña, la remolacha y el maíz; y el biodiésel, que sustituye al diésel y se obtiene de aceites de girasol, colza y otros.
En la actualidad, la producción mundial de agrocombustibles líquidos ronda los 143.000 millones de litros anuales. (1) Su incremento vino acompañado de una gran campaña por parte empresas y gobiernos que vendieron los agrocarburantes como un producto milagroso para reducir la huella de carbono derivada de los combustibles fósiles. Pero, paradójicamente, el boom de los agrocombustibles ha provocado prácticas poco amigables con el medio ambiente, como la deforestación y la extensión de monocultivos que dejan las tierras exhaustas, como veremos al analizar la caña de azúcar: la FAO calcula que, si en 2010 se dedicaba en torno al 20% del azúcar moreno que se producía a la elaboración de etanol, en 2028 se prevé que esa cifra llegue al 24%, algo por debajo de las previsiones realizadas algunos años antes. (2) El caso del aceite de palma, que también analizamos en este libro, es uno de los más paradójicos. El fuerte incremento de la demanda de biodiésel llevó a Indonesia a acelerar la deforestación de su selva tropical, que cada año es devorada por grandes incendios, para plantar palma. Ecologistas e incluso el gobierno de Indonesia han apuntado a las grandes empresas agrícolas —no solo aceiteras, sino también para caña o caucho— como responsables de estos incendios.
Curiosamente, en 2015 Indonesia sobrepasó a Estados Unidos como país que más emisiones de efecto invernadero generó a nivel mundial durante los días de mayor intensidad de estos incendios. (3) Y todo ello a pesar de que tres leyes prohíben en el país quemar los bosques y de que una moratoria ha suspendido las concesiones de terrenos para nuevas plantaciones de forma indefinida. Ecologistas y otros activistas, principalmente de Greenpeace,