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Si el tiempo no existiera. Rebeka LoЧитать онлайн книгу.

Si el tiempo no existiera - Rebeka Lo


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de abandonar el palacio del conde este dio instrucciones a sus leales para asegurar la villa evitando así alguna artimaña por parte del ejército del rey Enrique. Nunca se era lo suficientemente previsor. Entre sus hombres pude ver a Harry Paye y a Sam. Aunque Bernal consideraba poco menos que deshonroso contar con mercenarios, lo cierto es que había escuchado que algunos eran considerados como soldados respetables e incluso se especializaban en algún tipo de combate concreto. Algo me decía que no era el caso de Paye y sus hombres.

      Waters pareció tan sorprendido de encontrarme allí como yo de encontrarle a él. En cuanto pudo se apartó del grupo y se me acercó.

      —¿Qué hacéis aquí? —me dijo en un susurro.

      —La condesa ha pedido que formemos parte de su séquito.

      —No vayáis, puede ser peligroso.

      —Como si estuviera en mi mano decidir…

      —En ese caso, iré con vos.

      —¿Has perdido la cabeza o estás aún borracho?

      Se apartó, parecía ofendido. No podía entender ese súbito interés por mi destino. Nos habíamos visto un par de veces e intercambiado unas pocas palabras. Prácticamente éramos unos desconocidos, aunque en el fondo me sentía halagada. Iba a marcharse, pero me aclaré la garganta y le detuve.

      —Gracias.

      —¿Por qué?

      —Por el libro y… por tu preocupación.

      Me traspasó con una mirada muy distinta a las anteriores, una mirada verdadera. Levantó la mano como para decirme que estaba bien y se alejó en dirección a Arripay sin decir nada más. Sentí frío al subirme al caballo. El tipo de frío que no depende de la temperatura exterior, sino de la zozobra interior.

      Nos separaban escasos kilómetros del campamento de Enrique III, pero no iba a ser tan cómodo como realizarlos en coche. Yo no estaba acostumbrada a montar, una manera suave de decir que no tenía ni idea de cómo iba a conseguir permanecer encima de aquel animal. Y aunque mi yegua era tranquila y dulce, ese enorme cuerpo cálido entre mis piernas imponía respeto.

      Más allá de las murallas la naturaleza se había hecho dueña y señora de todo. El camino era rústico y con alguna charca formada por las recientes lluvias. Estaba delimitado por húmeda hierba y una buena cantidad de ortigas y otras plantas. A pesar de mi casi nulo conocimiento sobre el tema sí que pude distinguir las últimas flores, de un oscuro color anaranjado, de Pimpinela Escarlata. Siendo yo tan aficionada al cine, el descubrimiento de la planta que había dado nombre a una de mis películas favoritas de capa y espada me había producido una nada desdeñable emoción años atrás. Sabía que era tóxica, pero que se usaba en la antigüedad como cicatrizante e incluso para tratar trastornos mentales. No quise imaginar los efectos sobre los pobres enfermos.

      Marchábamos a un ritmo lento, habíamos salido temprano y por lo que me habían dicho tardaríamos menos de medio día en alcanzar nuestro destino. De eso modo dispondrían de toda la tarde para depurar los detalles.

      Iba rezagada, demasiado ocupada en mantenerme medianamente erguida sobre mi montura. Constanza retrasó a su caballo hasta quedar a mi altura. No le dio importancia a mi vacilante postura de amazona. Aproveché para preguntarle por el motivo de nuestra presencia allí. El día anterior no habíamos tenido tiempo de analizarlo.

      —Creo que la condesa desea añadir un punto exótico a su séquito de damas de compañía. Como para restregarle a la reina Catalina que no es la única en contar con una corte cosmopolita. Después de todo, si las aspiraciones del conde llegaran a buen fin, Isabel sería reina y, siendo bastarda, como es, necesita adornar su condición. Una dama exótica siempre fortalece el poder de una corte.

      —¿Exótica yo? Me parece que se equivoca.

      —Ya corren rumores sobre ti, bien salpimentados por el imaginario popular —dijo bajando la voz en tono de confidencia.

      Enarqué las cejas en signo de interrogación y ella continuó poniéndome al día.

      —Tu llegada ha sido inesperada y misteriosa, nadie en el puerto recuerda haberte visto bajar de un barco y la entrada por tierra es difícil. Convendrás conmigo en que hasta aquí están en lo cierto.

      Me mordí el labio inferior, más temprano que tarde tendría que sentarme con ella y Bernal y darles una explicación acerca de cómo había hecho ¡zas! y aparecido allí.

      —Hay quienes aventuran que eres una especie de loba blanca. Lo dicen porque tu piel es muy blanca y Beo te sigue adonde quiera que vas y ya sabes cuánto se parece a un lobo. Recuerda que yo misma llegué a esa conclusión —continuó hablando—. Piensan que el capitán te encontró vagando por los alrededores de Luarca, como si fueras una descendiente de la manada de lobos de la leyenda, y te acogió. Supongo que ya habrás notado algunas miradas de respeto mezcladas con un poco de miedo.

      Yo no me había fijado, pero ahora que lo mencionaba…

      —¿Qué cuenta esa leyenda? —pregunté.

      Constanza se dispuso a ilustrarme con diligencia.

      —La leyenda cuenta que una tarde llegó al puerto un extraño y enorme barco. Atracó y de él bajó un personaje con turbante que reclamaba la presencia de un sacerdote. Este se reunió con el infiel y tras deliberar desembarcaron con veneración una gran arca y se la entregaron para luego volver a la mar. Los habitantes de la villa pronto escucharon aullidos de lobos acercándose a Luarca. El jefe de la manada era el lobo más grande que se había visto nunca en la zona. Los lobos rodearon el arca y el más grande se postró ante ella para venerarla. El nombre de la villa es una derivación de «lobo del arca» o «llobu del arca» en bable.

      —Qué curiosa historia…

      Pero la italiana no tenía tiempo que perder, había más cotilleos jugosos que estaba deseando compartir.

      —Otros proponen una explicación más terrenal. Afirman que no eres sobrina, sino hija de Bernal.

      —No me lo puedo creer… —murmuré estupefacta.

      —Espera que sigue, ayer mismo descubrí a las doncellas cuchicheando en la cocina y me enteré de la historia completa. Dicen que eres fruto de un amor de juventud desdichado.

      No podría ser de otro modo para mantener el interés de la audiencia, pensé.

      —Tras la muerte de tu madre —continuó Constanza—, el capitán decidió hacerse cargo de ti para buscarte marido y asegurar tu bienestar futuro.

      —Claro… un marido… justo lo que me hace falta ahora —dije para mí misma.

      Si en lugar de en la edad media estuviéramos en mi propia época me hubiera hecho de oro montando un negocio de wedding planner a juzgar por la afición de esta gente a pasar por el altar.

      —No te extrañe que le adjudiquen una paternidad a Bernal, tiene fama de conquistador… para mi fastidio —se rio.

      Constanza pertenecía a ese tipo de mujeres tan seguras de sí mismas que hablar acerca de lo irresistible que era su pareja no la afectaba lo más mínimo. Por otro lado, la fama me parecía totalmente justificada, mi protector emanaba un poderoso atractivo animal. No sabía si había estado casado, pero me resultaba difícil de creer que nadie hubiera logrado echarle el lazo. Yo misma me había descubierto en un par de ocasiones sintiéndome turbada en su presencia aun cuando él me trataba con una ternura casi familiar.

      —¿Y todo esto lo han ideado en un día y medio?

      —En unas horas, y les ha sobrado tiempo —aseveró.

      —De modo que o soy medio humana, medio loba o una hija perdida. —No salía de mi asombro.

      —Te has convertido en una atracción en una corte aburrida y ávida de entretenimiento y la condesa quiere tener la exclusiva.

      No estaba muy contenta con mi nuevo papel de atracción, pero


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