Las mentiras del sexo. Antonio Galindo GalindoЧитать онлайн книгу.
creo que hay algo correcto o incorrecto en mis deseos sexuales, estoy buscando mi claridad fuera de mí mismo, necesitando que sean los demás quienes me aprueben o me acepten.
Que corremos un enorme peligro cuando delegamos nuestra sexualidad en los demás y no la hacemos propia.
La solución que propondré en este sentido es el camino de la progresiva autoaceptación, para así aumentar nuestra conciencia y nuestra autonomía en la vivencia del sexo. O lo que es lo mismo, no necesitamos depender de los demás para saber lo que es sexualmente afín a nosotros. El lugar de los demás es el de compartir con ellos lo que sentimos, pero no el de pedirles permiso para ser y actuar como somos.
La sexualidad nos enfrenta con la más absoluta ignorancia sobre lo que somos. Es más, el tema es que no sabemos que, por encima de todo, somos. Nuestra cultura y sociedad no preguntan quién eres sino que tienden a formular más bien qué eres. Y si preguntan quién eres, es para situarte en la zona de peligro de lo que representas como amenaza.
Parto de la siguiente base: decir que soy un psicólogo y un hombre y dar algunos detalles más de identidad que pueda sobre mí no responde a la pregunta de quién soy. Esos detalles sólo describen lo que hago y cómo me comporto profesionalmente, y se pueden intuir mis gustos y tendencias en base a esos detalles. Pero esos datos no revelan una cosa que denominaré el Ser.2
El Ser es lo que realmente se esconde tras mis títulos profesionales, mi sexo biológico, mis relaciones afectivas o ser hijo de quien soy. Una manera de acercarme a Ser es reconocer lo que hay dentro de mí que me hace sentir que lo que voy viviendo tiene que ver conmigo. Y ello lo sé a través de mis elecciones, gustos, aspiraciones, deseos, atracciones, relaciones, experiencias, valores propios… Ser es el punto de unión de mi aceptación en todos los ámbitos de la vida. Ser es la conciencia de decidir con responsabilidad y elegir en consecuencia. Ser es estar presente en lo que vivo. Ser es hacer coincidir lo que pienso con lo que hago. Hay muchas metáforas sobre Ser.
Y precisamente el sexo suele ser una de las experiencias que más se usan como identificación de lo que soy: soy heterosexual u homosexual; cuando hago lo que quiero sexualmente, me siento que soy yo; si no lo hago, no lo soy tanto; el sexo me hace sentir lo que otras experiencias no son capaces de darme…, o el sexo no me da nada. Pero eso tampoco es Ser, aunque es una manifestación más que puedo aprovechar para llegar a ello.
Si, en realidad, sólo tenemos una pequeña idea de quiénes somos…, entonces no es de extrañar que el sexo genere tantos estragos, placeres, dolores y temas como genera. Si no sabemos quiénes somos, ¿cómo vamos a saber lo que de verdad nos gusta sexualmente o cómo hacemos el amor?, ¿cómo vamos a pedirlo?, ¿cómo vamos a permitírnoslo?, ¿cómo vamos a comunicarnos sexualmente con otras personas de una manera franca y abierta?
Como iré sugiriendo, el sexo consciente y libre es puro movimiento. Pero nuestra cultura estatiza el sexo: lo cuadricula, lo denomina, lo necesita clasificar, lo necesita ubicar en un espacio y tiempo determinado (sexualidad en pareja, sin pareja, desviaciones, lo que está bien, lo que no, lo que sobra, lo que falta…). Cuando resulta que, en último término, el desequilibrio3 es la base de la vida. ¿Y quién se traga ahora que la vida es pura inestabilidad, que sin movimiento no hay vida…?4 cuando a lo que asistimos social y financieramente es a un contexto en el que se nos vende la seguridad, el control y la estabilidad como valores deseables y se propone invisiblemente que ser maduros es ser estables y evolucionados?
Pero la evolución es precisamente lo contrario: permanente cambio. Si hay algo permanente en esta vida, es el cambio. Y aquí el sexo es el maestro de los maestros: el sexo nos une al descontrol percibido, se expresa en el código del sentir y no del pensar (aunque hay gente que lo piensa y les funciona). En nuestra cultura parece que plantear temas sexuales es una invitación a salir de los límites que dan la aparente seguridad de las latas en conserva en las que algunas personas nos hemos convertido. Y a la que le pedimos al sexo conservación, éste se desborda de mil maneras: en formas de amantes, de necesidad de más experiencia, de más riesgo, de más personas, de más energía, de más vida, de más, de más… Porque para muchas personas sólo el sexo es la señal de conexión con la vida o al menos depositan en él su máximo nivel de expresión y sensibilidad. Eso sucede porque no saben que la vida profesional o social también puede expandirse –como el sexo–, y viven sus trabajos de manera aburrida y sometida. Y las relaciones familiares con tedio y rutina.
Éstas son, por lo tanto, las coordenadas de las que partiré (ser sexuales como una manera de crecimiento personal) y el espíritu que me acompaña es el de cuestionar cada aspecto de nuestra visión de la sexualidad para favorecer la expansión de quienes así lo crean. O la censura de quienes así lo elijan.
1. POR QUÉ LA SEXUALIDAD ES UN TEMA QUE NOS PREOCUPA
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¡Sigue!
¡Más!
¡Sí!
¡Aah!
¡Ooh!
¡Síi!
¡Mmm... sigue!
¡Asiiií!
¡Ooh, ya!
¡Fuerte!
¡Ya llegoooo!
Mmmmmmm
¡La hooostia!
¿Qué tenemos en la cabeza cuando hablamos de sexualidad? ¿Son la excitación sexual y el orgasmo los ejemplos más estereotípicos de la imagen mental que tenemos de sexualidad? Cuando hablamos de relaciones sexuales, ¿nos imaginamos solos o acompañados? ¿Qué es el sexo para nosotros, para ti, para mí? ¿Lo que haces con los genitales? Si los genitales no intervienen, por ejemplo, cuando tocas a una persona, ¿llamas a eso sexualidad? ¿Dónde sitúas el límite entre lo que consideras sexual y lo que no lo es?
He querido empezar este capítulo con lo que considero un símbolo personal de mi imagen mental sobre la sexualidad, la excitación genital con orgasmo incluido.5 Y te animo a que encuentres tu propia imagen mental de lo que son tus impresiones y símbolos sexualmente hablando. Creo que son tremendamente personales y subjetivos, si bien hay aspectos culturales que son dignos de mención: en nuestra cultura el sexo es un tema que nos preocupa, al igual que el dinero, la pareja o la salud. Y por ello le dedicamos tiempo y espacio. Veamos.
Piensa en la respiración… O en el acto diario de abrir y cerrar los ojos. ¿Hablas con tus amigos de los problemas de respiración, de cómo respira ésta o aquella persona? ¿Dedicas tiempo a comentar con tus familiares cómo parpadeas o cuál es el modo de deglutir los alimentos dentro de tu estómago? Creo que no, que sería absurdo emplear tiempo en hablar de todo eso. Pero en lo que respecta al dinero, a la pareja o al sexo podemos pasarnos horas hablando de ello. Lo cual creo que tiene sus explicaciones.
Dicen las estadísticas que el sexo es uno de los negocios mundiales que más movimiento acarrea tras las armas, las medicinas y la muerte. Que en Internet es, junto a dinero, de las palabras más solicitadas en los buscadores. Que de los chistes al uso más del 60% hacen alusión a temas sexuales. Que gran parte del ocio se dedica a sexo. Y que el sexo es causa de emociones mil: envidias, celos, rabia, impotencia, frustración o decepción. E incluso parece que se ha sobrevalorado. ¿Hay algo más presente que el sexo en la vida? Sí, la falta de sexo. Porque cuando algo falta, precisamente se convierte en un tema. Y esto es lo que hace que, de algo que forma parte intrínseca de la vida, hagamos algo excepcional que no lo es.
Mi hipótesis es que el sexo es un tema que nos preocupa porque no lo hemos vivido como una parte más de la vida, sino que lo hemos separado, relegado a un lugar más bien prohibido. Lo hemos escondido o incluso apartado de la vida, tratándolo a veces con cierta vergüenza o incomodidad; es como si, cuando tenemos una herida en un dedo, nos lo cortásemos para que no se vea la sangre, creyendo que así se puede eliminar la herida. Pero el hecho de haberlo relegado a un lugar escondido nunca significó que dejara de existir,