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Las leyes de la naturaleza humana. Robert GreeneЧитать онлайн книгу.

Las leyes de la naturaleza humana - Robert Greene


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para cumplirlas. Todos favorecían a sus facciones políticas e intentaban incrementar su poder. Conducían a sus ejércitos en la batalla y a menudo salían airosos. Se empeñaban en expandir el imperio y recaudar más dinero. Cuando de pronto sus maniobras políticas resultaban contraproducentes, o las guerras salían mal, tenían magníficas razones para explicar lo sucedido. Siempre podían culpar a la oposición o, de ser necesario, a los dioses. No obstante, si todos ellos eran tan racionales, ¿por qué sus políticas derivaban en caos y destrucción? ¿Por qué Atenas era un desastre y la democracia tan frágil? ¿Por qué había tanta corrupción y turbulencia? La respuesta era simple: aquellos ciudadanos no eran racionales en absoluto, sólo astutos y egoístas. Lo que guiaba sus decisiones eran sus bajas emociones: el ansia de poder, atención y dinero. Y para estos propósitos podían ser muy tácticos e ingeniosos, pero ninguna de sus maniobras llevaba a algo duradero o que sirviera a los intereses generales de la democracia.

      Lo que obsesionó a Pericles como pensador y figura pública fue cómo salir de esa trampa, cómo ser verdaderamente racional en un ámbito dominado por las emociones. La solución a la que llegó es excepcional en la historia y muy poderosa en sus efectos; debería ser nuestro ideal. De acuerdo con él, la mente humana debe adorar algo, tiene que dirigir su atención a algo que valore sobre todo lo demás. Para la mayoría, tal cosa es su ego; para otros, su familia, clan, dios o nación. Para Pericles era el nous, vocablo del griego antiguo que significa mente o inteligencia. El nous es una fuerza que permea al universo y crea orden y sentido. Por naturaleza, la mente humana se siente atraída a ese orden; ésta es la fuente de nuestra inteligencia. El nous que Pericles adoraba se encarnaba en la figura de la diosa Atenea.

      Atenea nació literalmente de la cabeza de Zeus, como lo revela su nombre, una combinación de dios (theos) y mente (nous). Pero acabó por representar una forma de nous muy particular, eminentemente práctica, femenina y terrenal. Ella es la voz que llega hasta los héroes en momentos de necesidad, les infunde un espíritu sereno, orienta su mente a la idea indicada hacia la victoria y el éxito, y les da la energía precisa para lograrlos. Ser visitado por Atenea era la mayor bendición de todas y su espíritu guiaba a los grandes generales y los mejores artistas, inventores y comerciantes. Bajo su influencia, un hombre o mujer podía ver el mundo con perfecta claridad y concebir la acción correcta dadas las circunstancias. Su espíritu era invocado en Atenas para que unificara la ciudad y la volviera próspera y productiva. En esencia, Atenea representaba la racionalidad, el mayor don de los dioses a los mortales, porque sólo ella podía lograr que un ser humano actuara con sabiduría divina.

      Para cultivar a su Atenea interior, Pericles tuvo que buscar primero la manera de dominar sus emociones. Éstas nos dirigen a la introspección, lejos del nous, lejos de la realidad. Nos demoramos en la cólera y nuestras inseguridades. Si miramos el mundo e intentamos resolver problemas, vemos las cosas a través del cristal de esas emociones; ellas nublan nuestra visión. Pericles aprendió a no reaccionar nunca en el momento, no tomar jamás una decisión mientras estuviera bajo la influencia de una emoción fuerte. En cambio, analizaba sus sentimientos. Usualmente, cuando examinaba con atención sus inseguridades o su ira, veía que no se justificaban y perdían importancia bajo su escrutinio. A veces tenía que alejarse físicamente de la acalorada asamblea y retirarse a su casa, donde permanecía solo durante días sin fin para calmarse. Poco a poco, la voz de Atenea llegaba hasta él.

      Decidió basar todas sus decisiones políticas en una cosa: lo que era de verdad en mayor beneficio de Atenas. Su meta era unificar a la ciudadanía a través del genuino amor a la democracia y la creencia en la superioridad de la vía ateniense. Tener una norma así le ayudó a evitar la trampa del ego. Lo impelía a esforzarse por incrementar la participación y poder de las clases baja y media, pese a que esta estrategia pudiera volverse fácilmente contra él. Lo inspiraba a limitar las guerras, aunque esto significara menos gloria personal. Y al final lo llevó a su más grande decisión: el proyecto de obras públicas que transformó Atenas.

      Para ayudarse en este proceso deliberativo, abría su mente a todas las ideas y opciones posibles, aun a las de sus oponentes. Imaginaba todas las consecuencias de una estrategia antes de comprometerse con ella. Con espíritu sereno y mente abierta, ideó las políticas que dieron origen a una de las auténticas edades de oro de la historia. Un hombre fue capaz de contagiar a toda una ciudad de su espíritu racional. Lo que le ocurrió a Atenas después de su partida habla por sí solo. La expedición siciliana representó todo aquello a lo que él se opuso siempre: fue una decisión motivada en secreto por el deseo de conquistar más territorios sin considerar las potenciales consecuencias.

      Comprende: como todos, tú también crees ser racional, pero no es así. La racionalidad no es una facultad con la que naciste, sino que adquieres mediante la instrucción y la práctica. La voz de Atenea representa sencillamente un poder superior que llevas dentro, un potencial que quizás hayas sentido en momentos de serenidad y concentración, la idea perfecta que se te ocurre luego de mucho pensar. En el presente no estás en contacto con ese poder superior porque tu mente está agobiada por tus emociones. Como Pericles en la asamblea, te has contagiado del drama que otros montan; reaccionas siempre a lo que ellos te dan, y por eso experimentas oleadas de entusiasmo, inseguridad y ansiedad que te impiden concentrarte. Tu atención es atraída aquí y allá, y sin una norma racional que guíe tus decisiones nunca cumples las metas que te propones. Eso puede cambiar en cualquier momento con una simple decisión: la de cultivar tu Atenea interna. La racionalidad será entonces lo que más valores y te servirá como guía.

      Tu primera tarea es examinar las emociones que contagian sin cesar tus decisiones e ideas. Aprende a preguntarte: ¿a qué se debe esta cólera o rencor? ¿De dónde procede esa constante necesidad de atención? Bajo ese escrutinio, tus emociones dejarán de dominarte. Pensarás por ti mismo en lugar de reaccionar a lo que los demás te dan. Las emociones tienden a limitar la mente, a hacer que nos centremos en una o dos ideas que satisfacen nuestro deseo inmediato de poder o atención, ideas que suelen resultar contraproducentes. Ahora, con un espíritu sosegado, tomarás en cuenta una amplia variedad de opciones y soluciones. Deliberarás más antes de actuar y reevaluarás tus estrategias. Esa voz se volverá cada vez más clara. Cuando la gente te asedie con sus interminables dramas y sus emociones insignificantes, te molestará la distracción y aplicarás tu racionalidad para superarla. Como un atleta que se fortalece mediante el entrenamiento, tu mente se volverá más flexible y resistente. Lúcido y tranquilo, verás respuestas y soluciones creativas que nadie más podrá imaginar.

      Es como si un segundo yo estuviera detrás del primero; éste es sensato y racional, pero el otro se siente impulsado a hacer algo descabellado, muy gracioso en ocasiones; repentinamente notas que deseas hacer esa cosa divertida, Dios sabe por qué; quieres hacerla, por así decirlo, contra tu voluntad; aunque la combatas con todas tus fuerzas, la deseas.

      —FIÓDOR DOSTOIEVSKI, El adolescente

      CLAVES DE LA NATURALEZA HUMANA

      Cada vez que algo marcha mal en nuestra vida, es lógico que busquemos una explicación. No buscar la causa de que nuestros planes no hayan salido bien o de que enfrentemos una resistencia súbita a nuestras ideas sería perturbador para nosotros e intensificaría nuestra angustia. Pero al tratar de indagar una causa, la mente tiende a girar en torno al mismo género de explicaciones: “Alguien o un grupo me saboteó, quizá por aversión; grandes fuerzas antagónicas, como el gobierno o las convenciones sociales, me estorbaron; recibí un mal consejo, o no se me proporcionó cierta información”. Al final, para peor, todo se redujo a mala suerte y circunstancias desafortunadas.

      Estas explicaciones enfatizan por lo general nuestra impotencia. “¿Qué pude haber hecho de otro modo? ¿Cómo podría haber previsto las desagradables acciones de X en mi contra?” Son también algo vagas. Usualmente no podemos señalar maldades específicas de los demás, sólo sospechar e imaginar. Estas explicaciones tienden a intensificar nuestras emociones —cólera, frustración, depresión—, en las que más tarde nos sumergimos para terminar sintiéndonos mal. Más todavía, nuestra primera reacción es buscar la causa fuera de nosotros. Sí, es posible que seamos parcialmente responsables de lo que nos pasó, pero lo esencial fue que otros y fuerzas antagónicas nos hicieron


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