E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
supuso un desastre para sus hijos. Mi madre decidió entonces que a ella no le iba a pasar lo mismo y quiso asegurarse de que estuviera todo organizado por si ocurría cualquier cosa.
–Me resulta un poco tenebroso. No es una persona tan mayor.
–Lo sé, pero cuando se le mete algo en la cabeza, nada la detiene.
–Eso lo has heredado de ella –Heidi esbozó una mueca, deseando acordarse de pensar antes de hablar.
–¿Estás diciendo que soy cabezota?
–Mucho.
El sol brillaba en lo alto del cielo. La temperatura rondaba los veinte grados y no había nubes en el cielo. A algunos árboles comenzaban a brotarles las hojas, otros tenían las ramas cubiertas de flores rosas y blancas. Heidi oía el canto de los pájaros y, si se olvidaba del ganado salvaje que veía en la distancia, el momento era perfecto.
–Parte de su estrategia para conseguir lo que quiere consiste en involucrarme a mí –le explicó Rafe al cabo de unos minutos–. Tengo que revisar todas las transacciones financieras que hace. Tiene todos los recibos domiciliados, así que de eso no tengo que encargarme, pero cualquier otro cheque o documento tiene que pasar por mis manos.
–Por eso no leíste el documento de compra del rancho.
–Sí, y la culpa es solo mía.
–Glen no es un mal hombre.
–Nadie ha dicho que lo sea.
– Lo has insinuado.
–Le ha robado doscientos cincuenta mil dólares a mi madre.
–Pero por una buena causa, para ayudar a un amigo.
Rafe la miró fijamente. Heidi le devolvió la mirada y suspiró.
–Ya sé que para ti un robo es un robo y que el que esté justificado no impide que sea un delito. Mi abuelo hizo algo que no debía.
–Algo así –admitió Rafe–. Es posible que Glen no sea un hombre malo, pero no piensa mucho en las consecuencias.
Heidi jamás lo admitiría en voz alta, pero Rafe tenía razón en lo que acababa de decir de su abuelo. Glen pasaba por la vida utilizando su encanto para librarse de cualquier problema o situación desagradable.
–Supongo que no servirá de nada que diga que lo siento.
–No.
Continuaron cabalgando en silencio durante varios minutos. Heidi intentaba aferrarse a la indignación o al enfado, pero no podía. Era cierto que Rafe suponía una amenaza para ella y para su casa y que haría cualquier cosa para evitar que se la quitara, pero había una parte de ella que lo comprendía.
Glen había engañado a una mujer inocente y bajo ningún concepto podía mostrarse de acuerdo con ello.
–Se ha ocupado de mí desde que era una niña –le explicó mientras contemplaba aquella hermosa tierra que los rodeaba.
Estaban cabalgando hacia el este, con las montañas frente a ellos. La nieve todavía era visible. A lo largo del verano iría subiendo la cota de nieve, pero nunca desaparecería por completo. Las montañas eran demasiado altas.
–Sí, ya nos lo dijo él, pero eso no va a cambiar mi opinión.
Heidi suspiró.
–Lo que pretendo decir es que no es un mal hombre. Y por eso no estoy enfadada con él. Estoy frustrada, pero básicamente es una buena persona. Mis padres murieron cuando yo tenía tres años. Apenas me acuerdo de ellos. A Glen solo le había visto, así que era prácticamente un desconocido para mí. Pero no se lo pensó dos veces cuando tuvo que hacerse cargo de mí.
–¿A qué se dedicaba?
–Era feriante. Iba trabajando de feria en feria. Venía todos los años aquí, y fue así como yo conocí Fool’s Gold.
–No sé gran cosa sobre cómo es la vida en una feria.
–Es un mundo único, nómada y muy encerrado en sí mismo al mismo tiempo. Siempre estás cambiando de entorno, así que la sensación de hogar la construyes con la gente con la que trabajas.
–¿Cómo estudiabas?
–Siempre había niños en la feria y adultos que se encargaban de enseñarnos diferentes materias. Glen nos enseñaba Matemáticas.
–Eso sí que tenía que ser curioso.
–Era muy buen profesor. Mi amiga Melinda aprobó el examen de admisión y pudo ir a la universidad.
Heidi no había querido estudiar, pero Melinda y ella habían seguido muy unidas incluso entonces. Heidi siempre había pensado que si hubiera ido a la universidad con ella, a lo mejor todo habría sido diferente.
Se dijo a sí misma que no tenía que pensar en ello en aquel momento. Que no podía permitir que nada la distrajera de la conversación que estaba manteniendo con Rafe.
Se volvió hacia él. Rafe cabalgaba como si se pasara la vida sobre una silla de montar.
–No mentías cuando has dicho que habías crecido en un rancho –admitió.
Rafe palmeó el cuello del caballo.
–Sí, y lo estoy recordando todo. A lo mejor no ha sido tan mala idea lo de pasar algún tiempo aquí.
–Siempre puedes marcharte.
Rafe clavó en ella su mirada.
–No pienso hacerlo.
–Pero no puedes culparme por intentarlo.
–Puedo, pero no lo haré –se enderezó en la silla–. Es una pena que los dos estemos buscando lo mismo.
Heidi asintió.
–Un hogar y un lugar al que pertenecer.
–En realidad, yo estaba pensando en esta tierra.
–Es lo mismo, por lo menos para mí. Esto es todo lo que siempre he querido. Un lugar en el que establecerme, una casa para Glen y para mí. Y para las cabras.
–No vas a hacerte rica criando cabras.
–Nunca he necesitado ser rica, por lo menos hasta ahora.
Después del almuerzo, Rafe se dirigió a la ciudad. Mientras él estaba montando con Heidi, su madre había redactado una lista de proyectos de los que le gustaría que su hijo se ocupara durante las siguientes semanas. Cuando Rafe le había hecho notar que tenía un negocio que atender, le había palmeado la cabeza y le había dicho que intentara ocuparse de ambas cosas.
Rafe adoraba a su madre. De verdad. Pero había días, y aquel era uno de ellos, en los que habría preferido alejarse de su familia y no volver a saber nada de ellos nunca más.
Dejó el coche en el aparcamiento de la serrería, pero en vez de entrar directamente en la oficina, fue al centro de la ciudad. Sus músculos protestaban mientras caminaba. Y eso que solo había montado durante una hora. Cuando regresara a San Francisco, tendría que actualizar su programa de ejercicios. Pasar una hora al día en la cinta no le preparaba para la vida del rancho y, por lo que decía su madre, iba a tener que pasar allí una buena temporada.
A pesar de las pocas ganas que tenía de estar en Fool’s Gold, se había descubierto disfrutando al montar de nuevo a caballo. Montar a la luz del sol, supervisando aquellas tierras relativamente indómitas le había resultado agradable. Quizá fuera porque era un placer casi primario, o a lo mejor porque había visto demasiadas películas de vaqueros.
Se metió en un Starbucks y pidió un café y un bizcocho. Al salir, pensó que debería haberle pedido a Heidi que le acompañara. Ella habría...
Se interrumpió en medio de un trago de café y estuvo a punto de atragantarse. ¿Pedirle que le acompañara? ¿Para qué? ¿Acaso pretendía hacerse su amigo? Heidi no era una amiga, era un problema. Por