E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
no era muy aficionada a los bares y las cabras no eran precisamente un imán para los hombres.
Glen siempre le había dicho que lo que tenía que hacer era estar abierta a cualquier oportunidad, y cuando se presentara, bastaría con que dijera que sí.
Heidi terminó de imprimir las nuevas etiquetas para los quesos y observó el resultado. El dibujo era nítido, los colores vivos. La única manera que se le ocurría de ganar más dinero era vender más queso. ¿Pero serviría aquella etiqueta para atraer a más consumidores?
Glen estaba en el piso de abajo. Podía enseñarle la etiqueta y contar así con su opinión. Ojalá conociera a algún experto en marketing, pensó mientras salía del dormitorio y chocaba contra un sólido, cálido y viril pecho.
Heidi retrocedió y alzó la mirada. Inmediatamente deseó no haberlo hecho.
Rafe había pasado la tarde descargando madera y materiales para arreglar la cerca y el establo. Había sudado la gota gorda y, por lo tanto, tenía ganas de darse una ducha antes de cenar. Pero nada de eso explicaba el motivo por el que permanecía en medio del pasillo, llevando encima únicamente un par de toallas y una atractiva sonrisa.
Tenía el pelo mojado y, sorprendentemente, de punta. No se había tomado la molestia de afeitarse, de modo que su rostro era un ejemplo de rudo atractivo. Olía al jabón que hacía la propia Heidi. La toalla que llevaba alrededor del cuello apenas ocultaba su pecho desnudo y la que rodeaba su cintura sugería toda clase de posibilidades.
–¿No podías cambiarte en el baño? –le espetó Heidi.
Rafe enarcó una ceja al oír aquella pregunta.
–¿Hay algún problema en que no lo haya hecho?
–No. ¡Y no pienses que voy a acostarme contigo, porque no pienso hacerlo! Eres suficientemente cabezota como para que ni siquiera eso te distrajera a la hora de conseguir tu objetivo, y, en ese caso, yo sería doblemente perdedora.
Rafe curvó los labios lentamente en una sonrisa.
–No recuerdo haberte pedido que te acuestes conmigo, pero te aseguro que si lo hicieras, ninguno de los dos saldría perdiendo.
Horrorizada al darse cuenta de lo que acababa de decir, Heidi dio media vuelta y corrió escaleras abajo. Continuaba oyendo las carcajadas de Rafe cuando llegó al primer piso y salió al exterior.
El aire frío llenó sus pulmones, pero no fue capaz de aliviar el ardor de sus mejillas. «¡Qué hombre tan estúpido!», pensó. Sí, un hombre muy estúpido, pero que estaba realmente bien semidesnudo. Quienquiera que hubiera dicho que la vida no tenía sentido del humor, estaba completamente equivocado.
–No me digas que acostarme con Rafe solucionaría el problema –dijo Heidi.
Quizá no fuera la forma más profesional de iniciar una conversación con su abogada, pero quería dejar las cosas claras. Después de su desafortunado comentario de la noche anterior, había estado intentando evitar a Rafe, y pensaba continuar haciendo todo lo que estuviera en su mano para no verle. Para no volver a verle nunca, quizá.
Trisha ordenó las carpetas que tenía frente a ella.
–No puedes pedirme que te ayude, atarme después de pies y manos y esperar que se produzca el milagro –se echó a reír–. De acuerdo, no volveré a sugerírtelo. ¿Crees que Rafe podría estar interesado en acostarse conmigo? Porque, a pesar de la diferencia de edad, te aseguro que no le diría que no.
Una imagen que Heidi no quería ni imaginar, pero que al menos le servía de distracción.
–Rafe y May se han instalado en el rancho.
Trisha esbozó una mueca.
–Eso no me gusta nada. Sacarlos de allí podría ser un problema.
–Como la jueza había dicho que deberíamos intentar compartir el rancho, no podía decirles que no. Y la casa es bastante grande.
Por supuesto, no iba a mencionar su preocupación por la actitud de Glen. Por lo que a ella concernía, ya habían hablado suficientemente de sexo.
–¿Cómo están yendo las cosas? –quiso saber Trisha.
–May es encantadora. Una mujer muy dulce y maternal. Es ella la que cocina.
–Dile que venga a vivir conmigo –le pidió Trisha con un suspiro–. Mataría por un plato de comida casera.
–Yo estoy encantada. Pero Rafe es más complicado.
–Los hombres como él siempre lo son.
–Ya sabes lo que le pasó a May cuando trabajaba para el propietario anterior. Ese hombre fue terrible con ella.
–Es posible –respondió Trisha–. Se supone que eso no debería influir en la jueza, pero todo el mundo es humano.
–¿Qué sabes de Clay, el hermano pequeño de Rafe?
Trisha se reclinó en su asiento y suspiró.
–¿No sabes a lo que se dedica? –se echó a reír–. Pues deberías saberlo.
–¿Qué quieres decir?
–¿Has visto su fotografía?
–Sí, May ha puesto fotografías de sus hijos en el cuarto de estar.
–¡Oh, no me refiero a fotografías de esa clase! –Trisha tecleó en el ordenador y giró el portátil para que Heidi pudiera ver la pantalla.
En él aparecía una fotografía de un hombre desnudo, le habían tomado la fotografía de espaldas. Su trasero era el centro de la imagen, por así decirlo. Trisha alargó la mano y pulsó una tecla. La fotografía cambió. Apareció entonces Clay Stryker con unos calzoncillos diminutos. A no ser que hubieran manipulado la fotografía con PhotoShop, aquel hombre tenía un cuerpo impresionante.
Heidi abrió los ojos de par en par.
–Es un...
–Modelo de ropa interior. También utilizan su trasero en las películas para doblar a algunos actores. Puedes creerme, los estudios pagan grandes sumas de dinero para conseguir que su trasero salga en pantalla. Es un trasero con mucho éxito.
–Rafe habla de él como si fuera un delincuente. Bueno, en realidad, procura no hablar de él.
–Probablemente se avergüenza de su hermano. Rafe es un exitoso hombre de negocios. Seguramente no le gusta que su hermano pequeño aparezca medio desnudo en las carteleras de Times Square.
Heidi no conocía a Rafe lo suficientemente bien como para estar segura.
–Pero es su hermano, forma parte de su familia.
–No todo el mundo cree que eso debería bastar para querer a alguien. Bueno, ¿qué tal va el plan de financiación de la deuda?
Heidi habría preferido hablar del trasero de Clay o de cualquier otro tema.
–No muy bien. Voy a intentar aumentar las ventas del queso y tengo un par de cabras embarazadas. Cuando nazcan las crías, ganaré algo de dinero.
–¿Me equivoco al pensar que no te darán más de cien dólares por cada uno?
–No.
–¿Cómo conseguiste el dinero para comprar el rancho?
Heidi se encogió de hombros.
–Gané un premio jugando a la lotería. Con él pagué la entrada, los costes de apertura de la hipoteca y las cabras. Teníamos algunos dólares ahorrados. He empezado a jugar otra vez, pero no creo que tenga la suerte de volver a ganar.
–¿Tienes algún pariente rico a punto de morir?
–No.
–Pues es una pena –se volvió hacia el ordenador y lo cerró–. Tienes que encontrar la manera de pagar parte de lo que Glen robó. La jueza no