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E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.

E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery


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manos para posarlas allí donde más lo deseaba. En aquel instante, y por estúpido que pudiera sonar, le parecía el mejor plan del mundo.

      Pero apenas acababa de agarrarle las muñecas cuando sonó el móvil de Rafe. Heidi oyó aquel sonido estridente, sintió la vibración en el bolsillo de su camisa y retrocedió. Abrió los ojos.

      Rafe sacó el teléfono. Heidi le vio presionar con el pulgar el botón para ignorar la llamada, pero también tuvo tiempo de ver el nombre que aparecía en la pantalla.

      Nina.

      –¿Es tu novia? –preguntó en el silencio que siguió.

      Como siempre, la mirada de Rafe era insondable.

      –No.

      Heidi esperó. Quienquiera que fuera aquella mujer, era suficientemente importante como para formar parte de la agenda de Rafe. Y aunque ya era demasiado tarde para dar marcha atrás en el beso, no lo era para averiguar hasta qué punto había sido estúpida.

      –Es la persona que se está encargando de encontrarme pareja.

      Heidi no sabía si eso era mejor o peor que una novia. Mejor, decidió al final. Eso significaba que no tenía una relación estable. La estaba buscando, pero, por supuesto, no con una mujer como ella. Y era preferible. Ella tampoco tenía ningún interés en él. A pesar de que lo que acababa de ocurrir parecía evidenciar lo contrario.

      Consiguió incorporarse, retroceder hasta la puerta y abrirla.

      –Deberías devolverle la llamada –le recomendó, alegrándose de la firmeza de su voz–. Podría ser algo importante.

      Rafe oyó a Heidi bajando las escaleras. No necesitó mirar el reloj para saber que todavía era temprano. La pálida luz que se filtraba por las cortinas le decía que la mayoría de la gente estaría durmiendo. Esperó hasta que oyó cerrarse la puerta de atrás, se levantó y se vistió rápidamente.

      Habían pasado tres días desde que la había besado. Tres días durante los cuales Heidi había hecho todo lo posible para evitarle y durante los que su madre no paraba de observarle como si fuera consciente de que había algún problema. Rafe no le había comentado nada del beso a May y podía apostar toda su fortuna a que tampoco Heidi le había contado nada a su abuelo. Pero aun así, su madre intuía que había pasado algo. Rafe siempre había intentado evitar hablar de su vida privada con su madre, así que tenía un problema. La única manera que se le ocurría de arreglar la situación era normalizar su relación con Heidi.

      Bajó al piso de abajo, cruzó el cuarto de estar y la cocina y salió. Heidi estaba con las cabras. Mientras cruzaba el patio, vio a tres gatos corriendo delante de él. Se deslizaron por la puerta parcialmente abierta del cobertizo. Rafe los siguió.

      Heidi estaba ordeñando a Atenea cuando llegó. Los tres gatos la observaban expectantes.

      –¿Desde cuándo tienes gatos?

      Heidi no desvió la mirada del movimiento rítmico de sus manos. La leche caía con firmeza sobre un reluciente cubo de metal.

      –No son míos. Vienen cuando me pongo a ordeñar. No sé cómo se enteran.

      Rafe estudió sus movimientos, preguntándose si sería capaz de ordeñar una vaca. No había mucho espacio para ese tipo de actividades en su mundo.

      –¿Puedo ayudarte?

      Heidi soltó un bufido burlón.

      –No creo.

      Rafe contó las cabras. Todas parecían estar esperando que llegara su turno. Solo había seis.

      –¿No ordeñas a todas?

      –Hay dos embarazadas. Cuando están embarazadas no las ordeño.

      –¿Con cuánta frecuencia se embarazan?

      –Generalmente una vez al año.

      Rafe comprendió que eso significaba una considerable reducción de leche.

      –Eso interfiere en la producción de queso, supongo.

      –Lo sé. Debería aumentar el rebaño, pero solo lo suficiente como para que siga siendo manejable.

      Rafe quería preguntarle si había pensado en su conversación, en los consejos que le había dado. A lo mejor él no sabía mucho de cabras, pero sí sabía de negocios y los principios de venta eran universales.

      –¿Piensas quedarte algún cabritillo?

      –Probablemente no. Me gustaría tener más razas. Conozco a algunos criadores. A lo mejor podemos llegar a un acuerdo.

      Terminó con Atenea y la cabra se alejó. Ocupó su lugar la siguiente. Heidi le lavó cuidadosamente las ubres antes de empezar a ordeñar otra vez.

      –Si todavía tienes el nombre de ese tipo, estoy dispuesta a venderle el ganado –dijo, concentrándose en su trabajo.

      –Le llamaré. Podía venir esta misma semana.

      Estupendo.

      Heidi trabajaba con eficacia. Ninguno de ellos hablaba. El incidente del beso parecía flotar entre ellos.

      Rafe no estaba seguro de por qué lo había hecho. Quería decirse a sí mismo que había sido porque Heidi estaba allí y él no tenía nada mejor que hacer. Pero sabía que no era cierto. Había querido besar a Heidi. Quería saber lo que era sentirla entre sus brazos. Quería acariciarla, saborearla. Y después de haberla besado, quería mucho más.

      Esa era precisamente la razón por la que había llamado a Nina para confirmar una cita. Porque Heidi no formaba parte del plan y dudaba muy seriamente que fuera una mujer capaz de acostarse con alguien por el mero placer de hacerlo. Querría más y él había renunciado a buscar ese más mucho tiempo atrás.

      –Sobre lo que pasó el otro día... –comenzó a decir.

      Heidi redujo la velocidad de sus movimientos, pero rápidamente la recuperó.

      –No pretendía que nos pusiera en una situación incómoda.

      –Pues es una pena, porque si hubiera sido ese tu objetivo, ahora podrías estar completamente satisfecho.

      –Estás enfadada.

      –No. Estoy confundida. Háblame de Nina, la mujer que te está buscando pareja. ¿De verdad has contratado a alguien para que te consiga una esposa? ¿Sabes en qué siglo vivimos?

      –He contratado a la mejor. No hay nadie mejor que Nina.

      Heidi se volvió hacia él.

      –¿No eres capaz de encontrar a alguien por ti mismo?

      –Lo intenté en una ocasión y no funcionó.

      Heidi volvió a concentrarse en el ordeño y terminó con la segunda cabra. La tercera ocupó su lugar.

      –Estuve casado en una ocasión. Éramos jóvenes, estábamos enamorados y decidimos casarnos. Yo pensaba que todo iba bien. Hasta que un buen día me dijo que ya no estaba enamorada de mí y me dejó. Pensaba que me sentiría humillado, destrozado. Pero lo único que sentí fue alivio porque no habíamos tenido hijos. Así terminó todo. Yo pensaba que en nuestra relación había algo más, pero la verdad es que no lo hubo.

      El amor era una ilusión, una excusa para que la gente se emparejara. Algo que él no necesitaba.

      –¿Y por qué quieres volver a casarte?

      –Quiero tener hijos. Y soy suficientemente conservador como para pensar que un niño debe tener al menos dos personas que le cuiden.

      –Déjame imaginar... Quieres que Nina encuentre a la mujer perfecta. Una mujer formada, probablemente con una carrera profesional, pero a la que no dedique todo su tiempo. Estás dispuesto a permitir que trabaje, pero, en realidad, preferirías que se quedara en casa con


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