E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
hombre que me vendió el rancho –rio suavemente–. Por lo visto, tiene un amigo con cáncer y...
–Sí, esa parte ya la he oído –la interrumpió.
–¿Quién te lo ha contado?
–Heidi.
–¡Ah, así que la has conocido! ¿No te parece maravillosa? Se dedica a la cría de cabras. Llevan aquí cerca de un año y son una gente encantadora. Glen es el abuelo de Heidi. La pobre perdió a sus padres cuando era niña y ha sido él el que la ha criado –May suspiró–. Forman una familia maravillosa.
A Rafe no le gustaba cómo estaba sonando aquello.
–Mamá...
Su madre sacudió la cabeza.
–Yo no soy uno de tus clientes rebeldes, Rafe. A mí no puedes intimidarme. Siento haberte llamado para pedirte que vinieras, pero ahora lo tengo todo bajo control.
–Lo dudo.
Su madre arqueó las cejas.
–¿Perdón?
–Tú no eres la única que está involucrada en este caso. Yo firmé todos los documentos de la compra ¿recuerdas?
–Puedes retirar la firma. Yo me encargaré de todo. Ahora lo que tienes que hacer es volver a San Francisco.
Antes de que pudiera explicarle que no había manera de retirar la firma de un documento legal, la puerta de la casa volvió a abrirse y salió un anciano del interior. Era más alto que May, tenía el pelo blanco y los ojos de un azul chispeante. Le guiñó el ojo a May, le dirigió a Rafe una sonrisa encantadora y avanzó hacia ellos.
–Así que ya estás aquí –dijo el hombre, tendiéndole la mano mientras se acercaba–. Soy Glen Simpson. Encantado de conocerte. Tengo entendido que ha habido una ligera confusión con tu encantadora madre, pero te aseguro que todo se va a solucionar.
Rafe lo dudaba.
–¿Tiene los doscientos cincuenta mil dólares que le ha robado?
–¡Rafe!
Rafe ignoró a su madre y continuó mirando fijamente a Glen.
–No exactamente –admitió el anciano–. Pero los conseguiré. O encontraré la forma de llegar a un acuerdo con May. No hay ningún motivo para poner las cosas más difíciles, ¿no crees?
–No.
Rafe sacó el teléfono móvil del bolsillo y se apartó de su madre y de Glen. Antes de marcar, se aflojó el nudo de la corbata. Después, llamó a Dante Jefferson.
–Ya te dije que no fueras –le saludó una voz familiar.
–Te pago para que me aconsejes –musitó Rafe–, no para que me digas «ya te lo dije».
Dante Jefferson, su abogado y socio en el negocio, se echó a reír.
–El «ya te lo dije» es gratis.
–¡Qué suerte la mía!
–¿Tan mal está la situación?
Rafe miró a su alrededor, contemplando aquellas hectáreas tan familiares para él. Había crecido allí, por lo menos hasta los quince años. Había trabajado como un animal en aquel lugar en el que incluso había pasado hambre.
–Sí, necesito que vengas –contestó Rafe. Esa misma mañana, antes de salir hacia allí, le había informado a Dante de la situación–. Por lo que sé hasta ahora, no pueden devolverle el dinero y el hombre que se lo vendió no es el propietario del rancho.
Dante soltó un bufido burlón.
–¿Y creía que no se daría cuenta de que no le daban el rancho después de haber pagado doscientos cincuenta mil dólares?
–Por lo visto, sí.
–Nunca he estado en Fool’s Gold –comentó Dante.
–Todo el mundo tiene una racha de mala suerte alguna vez en su vida.
Dante se echó a reír.
–Tu madre adora ese lugar.
–Mi madre también cree en los extraterrestres.
–Por eso me cae tan bien. ¿Te he dicho alguna vez que firmar documentos sin leerlos podría causarte problemas? ¿Y me has hecho caso alguna vez en tu vida?
Rafe se aferró con fuerza al teléfono.
–¿Es esta la ayuda que me estás ofreciendo?
–Sí, esta es mi forma de hacer las cosas. Llamaré a la policía local y haré... –se oyó movimiento de papeles–, que detengan a Glen Simpson. Antes de que yo llegue ya le habrán detenido. Estaré allí a las seis. Hasta entonces, no hagas nada de lo que tenga que arrepentirme.
No estaba dispuesto a prometer nada, pensó Rafe mientras colgaba el teléfono. Se volvió y descubrió a su madre corriendo hacia él.
–¡Rafe! ¡No pueden arrestar a Glen!
El anciano ya no parecía tan sonriente. Palideció ante la mirada de Rafe y comenzó a retroceder hacia la casa.
–Mamá, ese hombre te ha quitado dinero haciéndote creer que estabas comprando un rancho. No es el propietario del rancho, de modo que te ha robado y no tiene ninguna forma de devolverte lo que te ha quitado.
May apretó los labios.
–Lo dices como si...
Rafe la interrumpió.
–Las cosas son como son.
–No entiendo por qué tienes que tomártelo todo de ese modo.
Rafe desvió la mirada hacia la casa, esperando ver a Glen deslizándose en su interior. Pero el anciano se había quedado en el porche. A lo mejor pretendía salir huyendo. A Rafe no le importaba disfrutar de una buena pelea, pero prefería oponentes más fuertes.
Desvió la mirada de la casa al jardín. Había flores, eran distintas de las que plantaba su madre, pero igual de coloridas. En un enorme letrero se anunciaba la venta de leche de cabra, queso de cabra y estiércol. Por un instante, se descubrió pensando que esperaba que guardaran los tres productos en diferentes contenedores y a suficiente distancia.
Y, hablando de cabras, vio un par de ellas más allá de la cerca del rancho. Había también un caballo al lado del establo. No había bueyes, advirtió mientras recordaba lo mucho que había tenido que trabajar con ellos cuando era niño.
Había habido buenos momentos, admitió para sí. Muchos ratos en los que se divertía con sus hermanos y su hermana. Su padre les había enseñado a Shane y a él a montar a caballo, Rafe le había enseñado a Clay y más tarde a Evangeline. Había sido Rafe el que había asumido el papel de su padre tras la muerte de este. O, por lo menos, lo había intentado. Al fin y al cabo, solo tenía ocho años. Todavía recordaba lo mucho que le había costado asimilar que su padre nunca volvería a casa y que eran muchas las cosas que dependían de él.
Aquella mujer, Heidi, fue trotando hacia la casa. La cabra corría a su lado como un perro bien domesticado.
–Glen, ¿estás bien? –preguntó, jadeando ligeramente–. ¿Qué ha pasado?
–Nada, todo va bien –le contestó Glen.
Parecía estar tranquilo para ser un hombre que estaba a punto de ir a la cárcel.
–No, no va nada bien –repuso May con firmeza–. Mi hijo está poniendo las cosas difíciles.
–No me sorprende –musitó Heidi, volviéndose hacia él–. Sé que estás enfadado, pero podemos llegar a un acuerdo, siempre y cuando estés dispuesto a escuchar y ser razonable.
–Espero que tengas suerte –dijo May con un suspiro–. A Rafe le cuesta mucho ser razonable.
Rafe