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Una reunión familiar. Robyn CarrЧитать онлайн книгу.

Una reunión familiar - Robyn Carr


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      Dakota estudió la carta mientras ella servía a otros clientes y preparaba bebidas para que los camareros las llevaran a las mesas. Se detuvo un momento para reír con el joven Trace, un ayudante de diecisiete años. Dakota estaba considerando pedir alitas y patatas fritas cuando lo sobresaltó la aparición repentina de Neely.

      —Siento molestarte —dijo ella—. Tengo una rueda pinchada. Puedo llamar a Asistencia en Carretera, pero he pensado que quizá no te importe ayudarme. Te compensaré uno de estos días invitándote a cenar.

      Él pensó decirle que llamara a su seguro, pero no fue capaz. Para él era cuestión de honor ayudar a las mujeres.

      —De acuerdo —dijo—. Sid, enseguida vuelvo. Voy a ayudar con un problema mecánico. Guárdame el sitio, por favor.

      —Claro que sí —contestó ella.

      Él abrió la puerta para que pasara Neely e intentó echar a andar detrás, pero ella se tomó de su brazo.

      —Es por aquí —dijo. Doblaron la esquina a la parte de atrás del restaurante—. El mío es el BMW.

      Su lujoso automóvil estaba en el callejón oscuro, a solo dos espacios de distancia del Jeep de él. Dakota se preguntó de inmediato si eso podría ser coincidencia. Se dobló por la cintura para mirar las ruedas.

      —¿Cuál es? —preguntó.

      Neely se apretó contra él y lo besó en los labios con tal rapidez, que él no lo vio venir. Había tenido muchas experiencias interesantes con mujeres, pero era la primera vez que sufría una agresión así. La agarró por los antebrazos e intentó apartarla, pero era difícil, pues ella estaba decidida. Al fin consiguió poner espacio entre los dos.

      —¿Pero qué…? ¿Una rueda pinchada?

      Ella sonrió y se encogió de hombros.

      —He pensado que podíamos conocernos un poco mejor. Lejos de la camarera cotilla.

      Dakota no sabía qué lo enfurecía más, si que lo hubiera sacado del bar con engaños para un encuentro amoroso en potencia o que calificara a Sid de «camarera cotilla».

      —No vuelvas a hacer esto nunca más. Es una mala idea —dijo.

      —Estás un poco tenso, ¿no es así, Dakota? —preguntó ella, pasándole una mano por el pecho.

      Él retrocedió fuera de su alcance. Hervía por dentro, pero mantuvo la calma.

      —Te voy a dar una clase sobre buena educación. Si quieres conocer a alguien, le preguntas. Si te dicen que no, lo aceptas. Nunca engañas a la gente. Eso da grima. Ahora vete a casa.

      —Vamos, tú ya eres mayorcito.

      —Buenas noches —dijo él, alejándose.

      Regresó al bar, intentando olvidar lo que había ocurrido. Volvió a su taburete favorito y vio que Sid le había puesto un vaso de agua fría allí. Agradecido, tomó un trago.

      Y dejó pintalabios en el vaso.

      —¡Mierda! —murmuró. Tomó una servilleta y limpió el borde del vaso y sus labios. Neely le había jugado una mala pasada.

      —¿Cerveza? —preguntó Sid, colocándole una servilleta limpia delante.

      —Ah, sí. Y la hamburguesa Julicy Lucy con aros de cebolla en lugar de patatas fritas.

      Ella le miró la cara y se señaló el labio superior.

      —Te has dejado un poco aquí —dijo.

      —Yo no la he besado —repuso él, con voz quizá demasiado alta.

      —¿Te ha atacado un pintalabios fugitivo?

      —Más o menos.

      —Creía que esta noche ibas a probar algo diferente.

      —He cambiado de idea. Me gusta lo que como aquí. Lo espero con impaciencia. Lo disfruto.

      —No digas bobadas. Ya te la pido.

      Él volvió a limpiarse los labios. Suspiró. No era de extrañar que quisiera conocer mejor a Sid y no a Neely. Le gustaba Sid. Era una mujer increíblemente cuerda y obviamente inteligente. De instintos afilados. Él la encontraba guapa. Le hacía reír y lo retaba haciéndose la difícil, salvo porque él sabía que no se lo hacía. Era difícil de conseguir.

      Llegó la hamburguesa y, mientras la comía, se dio cuenta de que no estaba contento. Siempre que iba allí cuando trabajaba Sid, tenía la esperanza de que ella se fuera ablandando, y siempre que aparecían Alyssa o Neely, se producían tensiones. De acuerdo, Sid había vivido una experiencia dolorosa y no quería precipitarse. Pero él tampoco. No buscaba gran cosa, solo una mujer amable con la que pasar tiempo, no una chica loca que siempre estaba atacando.

      —¿Estás bien? —le preguntó Sid.

      —No.

      —Oye, solo es una chica que quiere estar con un hombre y…

      —No tenía una rueda pinchada —dijo él—. Me ha alejado de mi cerveza y de mi cena para tenerme a solas en la oscuridad y echarse encima de mí. He tenido que apartarla a la fuerza. Ha sido terrible. Sé que algunos hombres aprovecharían una oportunidad así, pero hay algo muy malo en eso. Si un hombre le hiciera eso a una mujer, lo arrestarían. No sé cómo dejarlo más claro. No me interesa conocer mejor a Neely, ni tampoco a Alyssa. Las dos me dan grima. Y me ponen de mal humor.

      Sid lo miró, embelesada por un momento.

      —¡Caray! —exclamó.

      —Ha sido horrible —dijo él, tomando un aro de cebolla—. Yo jamás le haría eso a una persona. Hay una cosa que se llama modales y espacio personal, ¿sabes?

      —Lo sé.

      —Perdona —contestó él, masticando el aro de cebolla—. Me ha cabreado.

      —Lo entiendo perfectamente —ella tomó la cerveza de él y la tiró—. Se ha calentado contigo echando fuego por la boca —dijo. Le puso una jarra de cerveza fresca—. Toma.

      —Gracias —dijo Dakota.

      Bebió despacio, harto de coqueteos por esa noche. De hecho, tal vez para siempre. Lo sucedido le sorprendía también un poco. No era la primera vez en su vida que se le insinuaban con descaro, pero normalmente conseguía disuadirlas sin lastimar ni enfurecer a nadie.

      Terminó la cerveza y se levantó para sacar la cartera.

      Sid se acercó con la cuenta.

      —Dos cervezas y una hamburguesa —dijo ella, con su tono profesional de costumbre—. Y el sábado por la noche estaré aquí, si todavía quieres tomar un café —le tendió un papel con una dirección escrita y él la miró a los ojos—. Estarás seguro. Además, ese tono de rojo no me favorece nada —sonrió.

      —No quiero tu compasión —contestó él. Pero lo dijo con tono humorístico.

      —Mejor. A las siete.

      Dakota se dirigió a su coche pensando que ella sí se había compadecido de él. Se había sentido insultado y furioso por el modo en que habían jugado con él, pero no importaba. Aunque no había sido una estrategia por su parte, estaba dispuesto a aprovecharse de la situación. Y, mientras tomaban café, podía conquistarla y hacerla reír. Con esa sensación esperanzadora y alentadora, llegó a su Jeep.

      Y encontró las cuatro ruedas pinchadas.

      Miró a su alrededor para ver si había alguien. El coche de Neely había desaparecido y el pequeño aparcamiento detrás del bar estaba tranquilo. Miró los demás automóviles. Todas las ruedas estaban bien. Volvió a la acera, donde había bastante luz, sacó el teléfono y llamó a Cal.

      —Hola.

      —Hola. Nunca había hecho esto. Llamar a mi hermano mayor cuando me


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