El escándalo del millonario. Kat CantrellЧитать онлайн книгу.
brazos.
La dinámica de la multitud cambió inmediatamente, ya que los invitados se volvieron a mirar a la mujer que bailaba con el senador. A Alex le ardía la espalda, en la que notaba aquel escrutinio.
La timidez la hizo arrastrar los pies.
–Aquí, Alex –Phillip se llevó la mano a la sien y la volvió a colocar en su cintura–. Mírame y no te preocupes por ellos. No existen.
Ojalá fuera así. Claro que ella había tenido la oportunidad de que lo hubiera sido de haber aceptado la propuesta de Phillip de echar a los invitados. No le cabía duda alguna de que, de haberlo hecho, todo el mundo estaría en su limusina con chófer, camino de casa.
¿Por qué no había accedido?
Hizo lo que él le decía y lo miró a los ojos. Él la hizo dar vueltas a la pista al compás de la música clásica que emitía un invisible sistema de sonido.
La multitud desapareció y ella notó las manos de él en su cuerpo, tal como lo había soñado. Bueno, no exactamente igual, porque en sus fantasías estaban desnudos.
Mientras él la observaba atentamente, comenzó a sentir un calor en la piel que se dirigió directamente al centro de su feminidad.
–¿Lo ves? –murmuró él–. Mucho mejor.
En efecto: la noche, un hombre que la tenía en sus brazos… Sí, todo mucho mejor.
Pero no era el vestido el que tenía poderes mágicos, sino Phillip. Ella se transformaba al estar con él y dejaba de ser una persona que, por miedo a hacer el ridículo, trataba de pasar desapercibida para convertirse en una mujer que podía estar con un hombre como él, a pesar de ser socialmente opuestos.
Y deseaba aprovechar esa magia mientras durase. Tal vez pudiera, aunque fuera solo esa noche.
Capítulo Dos
Phillip no se apartó del lado de Alex en toda la noche.
Era algo dulce y embriagador. Ella perdió la noción del espacio y el tiempo y, como le había dicho él, se olvidó del resto de los invitados, que la estarían juzgando.
Phillip era un hombre increíble, que la hacía sentirse especial. Su alma hambrienta devoraba la atención que le ofrecía y reclamaba más.
Podría acostumbrarse sin problema a ser el centro del mundo de Phillip, al brillo de sus ojos azules al mirarla, a lo ligero que sentía el corazón cuando él…
Alguien le dio un golpecito en el hombro, y se sobresaltó. Miró hacia atrás. Era Cass. Alex casi se había olvidado de la presencia de su amiga en la fiesta.
Phillip la saludó asintiendo con la cabeza.
–Señorita Claremont, lamento no haberle dicho antes que está usted radiante. Gage es un hombre afortunado.
–Sí, ha estado usted muy ocupado para fijarse en mí –afirmó Cass con descaro–. Me aseguraré de que Gage me lo compense después.
Alex tuvo ganas de abofetearla, pero para eso tendría que quitar las manos de los hombros de Phillip.
–Necesito hablar con Alex –explicó Cass, y Alex estuvo a punto de sollozar cuando Phillip la soltó.
Cass se la llevó al tocador y saludó a dos actrices de Hollywood que salían cuando llegaban ellas. Alex no sabía quiénes eran, pero las celebridades vivían en un mundo al que ella no pertenecía. Cass, por el contrario, no solo sabía cómo se llamaban, sino que pertenecía al mundo de la gente guapa que nunca decía nada inadecuado.
Alex no estaba celosa, sencillamente, era un hecho. Quería a la directora general de Fyra como a una hermana. Cass había insistido en que se hiciera cargo de la dirección financiera de la empresa, a pesar de que sabía que, por ser una adolescente rebelde, había sido juzgada y podía haber ido a la cárcel.
Estaba en deuda con ella por haberse arriesgado a hacerla socia de la empresa y, si era necesario, se sumergiría en los números hasta la muerte.
Sin embargo, eso no implicaba que le perdonara la interrupción.
–¿Qué es eso tan importante? –masculló en cuanto se hubo cerrado la puerta del tocador. Estaban solas–. Estaba bailando.
Cass enarcó las cejas.
–Sí, ya lo he visto. Pero Gage y yo nos vamos.
–¿Ya? –Alex había ido a la fiesta en el coche de ellos, porque Gage le había asegurado que había sitio de sobra.
Mientras iban hacia allí, había estado pensando en cómo volvería, ya que pensaba marcharse pronto de la fiesta. Estaba segura de que acudir a la fiesta de Phillip era la peor idea que había tenido en su vida. Era curioso cómo habían cambiado las tornas.
–Es medianoche –afirmó Cassandra señalando el reloj de pared–. Tenemos un hijo que no sabe de horarios y que se despertará a las seis de la mañana.
Alex miró el reloj consternada, con la esperanza de que indicara alguna hora menos. Pero las manecillas no se habían movido. ¿Por qué era ya medianoche? Esa noche no debería acabar nunca porque, por la mañana, ella volvería a ser invisible.
–Habéis contratado a una niñera –dijo a la desesperada–. ¿No puede ella levantar a Robbie?
Era una extraña conversación. Robbie era el hijo que Gage Branson tenía de una relación anterior. Alex nunca hubiera creído que Cass iniciaría una relación sentimental con un padre soltero.
Sin embargo, Gage y ella eran muy felices. Eran muy optimistas al haberse enamorado, a pesar de todas las complicaciones. Alex esperaba que, contra todo pronóstico, tuvieran juntos una vida larga y feliz.
Cass se echó a reír negando con la cabeza.
–Me gusta ser yo la que lo levante, siempre que puedo, ya que Gage y yo, de momento, vivimos en ciudades distintas. Si quieres quedarte, no tienes más que decírmelo. Puedes tomar un taxi para volver.
Así era Cassandra, la que solucionaba los problemas.
–No puedo quedarme –dijo Alex.
Cass sacó del bolso el ultimo pintalabios lanzado por Fyra Cosmetics y se retocó los labios.
–¿Por qué?
Porque la idea de quedarse sin la red protectora de su amiga le producía casi pánico. Aquello era una fiesta, un sitio en el que se sentía muy incómoda.
Mientras bailaba con Phillip no se hacía idea de cómo pretendía él acabar la noche. ¿Y si había malinterpretado los indicios? No tenía mucha práctica en esas cosas.
Se sentía muy bien cuando él le reía los chistes o se mostraba galante. Nunca tenía bastante de esas atenciones. Que le gustaran tanto era probablemente el mejor motivo para alejarse de aquella posible relación, antes de que la cosa fuera a más. Encapricharse de un hombre con esa rapidez solo podía crearle problemas.
–No quiero que las cosas se compliquen entre Phillip y yo.
–Cariño, las cosas ya se han «complicado» –Cass acompañó la palabra entrecomillándola con los dedos, toda una hazaña, considerando que seguía teniendo el pintalabios en la mano–. Te guste o no. Has venido a la fiesta únicamente por él. Te gusta y quieres ver hasta dónde vais a llegar. ¿Me equivoco? Si no, ¿por qué iba a haber dedicado tanto tiempo a convencerte para que te pusieras ese vestido?
–Me gusta Phillip, pero…
–No me digas que es otra vez por tu madre. No eres ella. Que tu padre fuera una rata no significa que todos los hombres lo sean.
Alex apretó los labios. Era cierto que el divorcio de sus padres tenía mucho que ver con su cautela, pero Cass no entendía el profundo daño que le había causado y su influencia en muchas de las decisiones que había tomado y que