Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey YatesЧитать онлайн книгу.
imagen de sí mismo a los demás.
Ella llevaba vestidos de tejidos finos y lujosos que se ajustaban a sus fascinantes curvas con delicadeza. Era difícil apartar la vista de su cuerpo, en parte, por el corte de sus atuendos. Le daban, además, un aire de autoridad. Y le hacían parecer como pez en el agua. Como si se hubiera materializado de entre las gemas y el oro de las paredes de palacio.
En ese aspecto, haría un estupendo papel de sultana. Al menos, uno de ellos parecía nacido para ser el amo de un palacio.
Por su parte, él protegería a su gente. De eso estaba seguro.
Las puertas de sus aposentos se abrieron de par en par para dar paso al objeto de sus pensamientos. La seguía otra mujer empujando un carrito lleno de ropa con expresión de determinación.
–Esta es Serena. Ahora es la encargada oficial del guardarropa real.
–Hola, Olivia. Hace días que no hablamos – saludó él, ignorando su presentación.
–Hola – repuso ella–. Supongo que ese biombo servirá para que te vistas detrás.
Tarek miró a ambas mujeres, procesando la idea de que tenía que esconderse para vestirse. No tenía ningún sentido del pudor. Pero se imaginó que la sugerencia era por ellas, no por él.
Entonces, recordó el día en que Olivia le había tocado el pecho.
Sin duda, sería buena idea utilizar el biombo, decidió.
Serena acercó el carrito y él se escondió detrás del panel tallado de madera. Tomó el primer trapo que alcanzó, se desnudó y se lo puso.
Cuando salió, Serena se acercó a él con un metro en la mano. Le puso las manos en los hombros, midiendo aquí y allá. Él esperó sentir algo parecido a lo que había experimentado cuando Olivia lo había tocado, pero no fue así.
No sintió nada más que la fría presión del metro y el contacto de la otra mujer sobre la ropa.
Olivia se acercó con el ceño fruncido y gesto de apreciación.
–¿Qué te parece, mi reina?
–Te sienta bien. Aunque necesita algunos arreglos.
–¿Es la clase de ropa que debería llevar a la fiesta de coronación?
–¿Habrá una fiesta de coronación? – preguntó Olivia con los ojos muy abiertos.
–Sí.
–¿Y por qué no me lo has mencionado antes?
–Solo hemos hablado en dos o tres ocasiones. Una de ellas terminó muy mal – contestó él, mientras Serena se agachaba para medirle la pierna.
Olivia lo miró de arriba abajo y arqueó una ceja.
–Me hubiera gustado que me informaras de que iba a tener lugar un acto público de gran envergadura. Habrá que contar con los medios de comunicación, Tarek. Tenemos que decidir si vamos a aparecer como pareja o no. Yo voto que deberíamos.
–No hemos decidido qué vamos a hacer respecto a nuestra unión o separación.
–Tú no lo has decidido – replicó ella con determinación–. Yo, sí. Es aquí… donde tengo que estar.
–¿Es el poder lo que te atrae? – preguntó él, invadido por una oleada de rabia–. El poder corrompe, mi reina. No dejaré que eso pase de nuevo.
–No es lo que yo quiero. Me dijiste una vez que eras un arma. Yo soy una reina. Los dos queremos ser utilizados como deberíamos.
–Quizá podrías entretenerte como jefa de alguna clase de comité.
–No es lo que quiero.
–¿Tienes alguna clase de vínculo emocional con Tahar?
–Podría crearlo – aseguró ella con firmeza.
–No creo que sea bastante, Olivia.
–Quiero un… – comenzó a decir ella y apartó la vista un momento antes de continuar–. Quiero un hogar, Tarek. Más que nada, quiero tener mi hogar, un lugar donde no me sienta extraña ni innecesaria. Y tú me necesitas aquí. Permíteme usar mis conocimientos. Déjame ser lo que puedo ser – rogó, la respiración acelerada hacía que su pecho subiera y bajara con rapidez.
–¿Solo puedes sentirte realizada a través del matrimonio? – inquirió él, observándola con intensidad–. Qué frustrada debes de sentirte. Tu futuro depende, entonces, de mi decisión.
Como un pájaro atrapado en una jaula, el pulso de Olivia le saltaba en el cuello a toda velocidad. Él sintió el deseo de tocarlo con el dedo, sentir su latido, la suavidad de su piel.
Aquel simple pensamiento hizo mucho más para calentarle la sangre que todo lo que Serena estaba haciendo con la cinta métrica.
–¿Tengo que probarme todo o bastará con las medidas que me estás tomando? – preguntó el sultán a Serena.
–Puedo arreglarme con estas medidas.
–Entonces, puedes retirarte. Déjanos a solas. Olivia y yo tenemos cosas que hablar.
–Recogeré el traje después – indicó la sirvienta con ademán obediente. A toda prisa, agarró el carrito y se fue.
La puerta se cerró y Olivia y el sultán se quedaron a solas. Mirándose el uno al otro.
Él empezó a desabrocharse la camisa, contemplando cómo los ojos de ella seguían todos sus movimientos.
–Tal y como yo lo veo, tu futuro y tus probabilidades de sacar adelante a tu país dependen de mí. No hay nadie más para ayudarte. ¿A quién tienes de tu lado? ¿A los viejos consejeros de tu hermano? ¿A los nuevos empleados que apenas conocen su cargo? Iban a dejar que asistieras a la coronación con el mismo aspecto que tenías cuando te conocí. Tu pueblo se habría resentido contigo por no haberte tomado la molestia de afeitarte y arreglarte para un evento de esa magnitud. ¿Te han asesorado, al menos, sobre cómo tratar con la prensa?
Por primera vez, Tarek se sintió incómodo y perdido. Se había centrado en aclimatarse a la vida en palacio y a su nueva posición. Sabía que podía ayudar a su nación a salir de la ruina. Sin embargo, sobre la prensa y sobre un salón de baile, no sabía nada. No tenía ni idea de cómo mantener una conversación formal, ni mucho menos de cómo dar discursos. Sabía cómo inspirar terror a sus enemigos. Podía causar un reguero de sangre y destrucción en un ejército solo con su espada.
Pero las normas sociales eran algo extraño para él.
Tan extraño como sentir los cálidos dedos de Olivia sobre la piel.
Era un hombre acostumbrado a vivir entre la vida y la muerte. Había sobrevivido a batallas y torturas.
Aunque, en otro sentido, apenas era un hombre. No había sido entrenado para lo que se le presentaba.
Iba a tener que rehacerse de nuevo.
Pocas cosas le asustaban. Pero la perspectiva de tener que reformar su ser otra vez lo mareaba y lo llenaba de angustia.
Miró a la delicada Olivia. Antes que ella, ¿cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo habían tocado? Todo contacto que había recibido en los últimos años había ido dirigido a destruirlo, a acabar con él.
Tal vez, si se dejaba reformar por las manos de Olivia, la experiencia no sería dolorosa.
Quizá ella tenía razón. Tal vez era la única esperanza que le quedaba.
Había sido sincera con él. Sus ojos habían estado llenos de dolor cuando le había confesado que no tenía a donde ir. Lo necesitaba. Tal vez, si admitía que esa necesidad era mutua, no sería tan terrible, reflexionó el sultán.
–La coronación tendrá lugar dentro de dos semanas – señaló él–. No sé qué se espera de mí.
–Tú