Un cambio imprevisto. Eugenia CasanovaЧитать онлайн книгу.
es viernes. Podemos salir temprano. Yo pensaba pasar allí este fin de semana. Un par de días juntos para que conozcas la zona y el lunes…
—Me quedo solo —interrumpió el escritor.
—No, te quedas contigo.
—Y con una caja de somníferos, por favor.
—Mejor no, Valen.
—Solo por si lo necesito para dormir, Javi. Te lo juro.
—Vale, pero solo uno si lo necesitas para dormir. Confío en ti
Capítulo 2
A las siete de la mañana, puntual como un reloj, Javi llegó a la puerta de la casa de su amigo que salía en aquel momento con una maleta grande, una bolsa de viaje y la máquina de escribir en su funda.
—No necesitas llevarte tanta cosa, no vas a un paraje deshabitado —dijo el médico a modo de saludo.
—Tú has decidido que me marche, pero yo decido qué me llevo —se rebeló el escritor que todavía se preguntaba qué hacía él allí cuando lo que deseaba era quedarse en su casa, meterse en la cama y dormir, dormir, dormir.
Valentín se acomodó en el asiento del copiloto y se ajustó el cinturón. Sacó el móvil y lo desbloqueó.
—Deberías olvidarte del móvil y desconectarlo —sugirió Javi.
—¿Tú lo has hecho? –retó el escritor.
—Sí, claro. Cuando viajo me desconecto del todo.
—¿Hasta de la clínica?
—Sobre todo de la clínica. Puede funcionar muy bien sin mí.
—¡Estás loco! Voy a enviarle un mensaje a Nerea.
—Tu hija sabe que te vas. Se lo dije yo. Cené con ellos anoche.
—¿Viste a Marina?
—Claro.
Valentín abrió la boca como si quisiera preguntar algo más, pero no dijo nada, y un silencio pesado se instaló entre los dos amigos.
—¿No vas a preguntarme por tu hijo?
—Sí, ¿cómo está?
—Pregúntame: ¿cómo está mi hijo Héctor?
—¡Por Dios, Javi! Será mejor que pares. Me vuelvo a casa. —Javier hizo caso omiso a las palabras de su amigo que, pasado un rato, preguntó—: ¿Cómo está mi hijo Héctor?
—Bien, tu hijo Héctor está bien. Tiene otra novia.
—¿Y Marina?
—También muy bien.
—¿Me guarda rencor?
—No, ya no. Es una gran mujer.
—No me porté muy bien —reconoció Valentín.
—Te portaste como un cabrón —sentenció su amigo.
Ya estaban en la A2, tenían por delante más de cuatro horas de viaje, y eso contando con que el conductor, que sería Javi durante todo el trayecto, solo hiciese dos o tres paradas. Valen no se ofreció a conducir, estaba tomando antidepresivos y su compañero de viaje no se lo habría permitido, el doctor Javier López Aguirre no jugaba con esas cosas.
Javi había sido siempre un chico serio y formal. Valen y él se conocieron en el colegio, cuando tenían seis años, y desde entonces eran amigos. En la universidad, el resto de la pandilla bromeaba diciéndoles que llevaban tantos años juntos que hasta se parecían, como alguno de esos matrimonios que llevan casados toda la vida. Tal vez tuvieran algún gesto similar, pero ni en el carácter ni en el físico tenían nada en común aparte de la edad. Javier no era ni alto ni bajo; su uno setenta de estatura no pasaba de la media, y además, desde niño había ido un poco sobrado de peso a pesar de las dietas y del gimnasio. De joven anduvo un poco acomplejado, pero lo superó y ahora estaba bien con sus kilos. A sus cincuenta años se sentía en su plenitud. El pelo se le había llenado de canas, pero eso no le afectaba. Estudió Medicina, se especializó en Traumatología Deportiva y era un cirujano afamado, tenía su propia clínica de Cirugía y Rehabilitación y había tratado a un buen número de deportistas de élite. Solía ser ponente habitual en congresos sobre Traumatología y Ortopedia y se le consideraba una autoridad en la materia. No se había casado, aunque había tenido un par de novias y algunas relaciones esporádicas. Su amistad se mantuvo a lo largo de los años. Javi se convirtió en el apoyo de Marina cuando, cansada de las infidelidades de su marido, tomó la decisión de dejarle. Fue con Valen con quien tuvo una buena bronca, pero este, borracho de éxito, pasó de su amigo y se lanzó a una vorágine de desatinos; el último, acostarse con Olga, la novia de su hijo. Marina asumió que su marido no sentaría la cabeza, le pidió el divorcio y él se lo concedió. Poco después empezó el declive de Valentín, que fue a buscarle como amigo, porque ya no le quedaba ninguno más. Y aunque a Javi le habría gustado darle una patada, su lealtad y sus sentimientos arraigados se lo impidieron. Le acogió y se volcó en ayudarle.
Valentín Arcas Diosdado, Valen para los amigos, era la antítesis del médico; alto, guapo, y con toda la labia que le faltaba a su amigo para comerse el mundo. Estudió Económicas y empezó a trabajar en un banco, se casó con Marina, que era su novia desde el instituto. Ella había estudiado Filología y daba clase de Literatura en un centro privado. Formaban un matrimonio feliz y todo les parecía maravilloso. Cuatro años después decidieron tener un hijo. Eran jóvenes, estaban sanos, vivían con holgura y nació su hijo Héctor. La vida seguía siendo perfecta, no podían pedir más. Al menos eso pensaba él hasta que el trabajo en el banco se le fue haciendo insoportable: primero la rutina, luego la competitividad, después la injusticia; empezó a pensar que era cierto eso de que un banco daba un paraguas cuando hacía sol y lo quitaba cuando llovía. Por lo que fuese, además del estrés, Valentín empezó a sufrir ataques de ansiedad y estuvo un mes de baja. Durante ese tiempo cuidaba de Héctor, arreglaba la casa y empezó a escribir, cositas cortas, pequeños relatos, descubrió que aquello era su pasión y recuperó la ilusión que había perdido. Las ideas fluían de su cabeza a borbotones y se sintió un hombre nuevo: había encontrado su propósito, ese algo para lo que él vino al mundo. Se incorporó al trabajo y cuando tenía un minuto escribía, cuando regresaba a casa escribía, y cuando Marina se acostaba, él se quedaba escribiendo hasta bien entrada la madrugada. El género negro era lo suyo. Basándose en la historia de uno de los clientes, disfrazándola un poco y añadiendo un asesinato y un inspector al que llamó Odón Castro, escribió una novela que envió a un concurso y con la que obtuvo el primer premio: cierta cantidad en metálico, un contrato con la editorial y la publicación de la obra que pronto se convirtió en un best seller con sucesivas ediciones.
Marina nunca le había visto tan ilusionado, por eso fue ella quien le animó cuando él manifestó su deseo de dejar el trabajo para convertirse en un buen escritor. Ella siguió trabajando, manteniendo la casa y ocupándose del niño y de las tareas del hogar, porque escribir llenaba todo el día y parte de la noche de su marido. Cuando el pequeño tenía dos años, Marina se quedó embarazada de nuevo y meses después dio a luz a su hija Nerea. La vida no podía ser más generosa, pensaba Valentín; se dedicaba a lo que de verdad le gustaba, tenía una mujer maravillosa y dos hijos a los que adoraba.
Escribir lleva su tiempo y no fue hasta dos años después que Valentín publicó su segundo libro, que también fue un éxito. Empezó a pensar que tenía que ampliar horizontes y colocar a Odón Castro próximo al escenario del crimen en otras ciudades, tanto españolas como extranjeras, y así comenzó a viajar para documentarse. Marina se quedaba en casa con los niños y con el trabajo.
Llevaban hora y media de viaje cuando hicieron una parada en un área de servicio para desayunar. Apenas cruzaron una palabra durante el desayuno, el médico concentrado en su tostada con jamón, el escritor buscando en su móvil correos electrónicos o WhatsApps inexistentes. Después, machacándose con la idea de que nadie se acordaba de él y para desviar