Pack Bianca febrero 2021. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
la cabeza, Dante se dirigió al salón para buscar su ropa y ella lo siguió, temblando.
–Yo no quería esto. En realidad, lo que quería era alejarme de los Romano para siempre.
–Sin embargo, aquí estas –señaló Dante–. Porque no querías apartarte de nosotros, ¿verdad?
–¿Crees que me gusta que me llamen buscavidas o fulana en la prensa?
–Me has mentido desde el día que nos conocimos, Mia. Te presentaste como la ayudante de mi padre cuando estabas a punto de destruir a mi familia, así que dime por qué debo creerte ahora. No has dicho una sola verdad desde el principio. No ha habido más que problemas desde el día que apareciste en nuestras vidas.
Dante iba a salir de la habitación, pero antes de hacerlo tomó la botella de champán.
–Al parecer, no vas a necesitar esto –dijo con brusquedad antes de cerrar la puerta.
Capítulo 9
MIA NO estaba enfadada por su reacción. ¿Cómo iba a estarlo cuando ella misma se había hecho todas esas preguntas?
Incluso podía perdonar que quisiera una prueba de ADN porque Rafael le había hablado sobre las falsas demandas de paternidad contra las que había tenido que luchar en los tribunales. Tristemente, había gente dispuesta a hacer lo que fuera para poner sus manos en la fortuna de los Romano.
No, no había esperado que Dante la creyese y confiase en ella ciegamente, pero le dolía.
Mia se quitó el vestido y lo colgó en una percha. Luego, con manos temblorosas, guardó los pendientes y los metió en la caja fuerte, pero estaba tan angustiada que marcó los primeros números que se le ocurrieron.
Intentando poner orden en aquel caos, se quitó el maquillaje y se cepilló el pelo como haría cualquier día normal, pero le resultó imposible conciliar el sueño porque contarle la verdad a Dante le había estallado en la cara.
Dante tampoco logró conciliar el sueño. De hecho, paseó por su habitación hasta la madrugada, luchando contra la tentación de volver a la suite y sacarla de la cama para solucionar aquello.
La rabia lo cegaba, pero debía admitir que no había tomado las precauciones debidas esa noche y todo aquello era culpa suya.
Se había llevado la botella de champán, pero no la había tocado porque necesitaba pensar con claridad. No podía olvidar sus mentiras, pero se debatía entre las dudas y el pánico.
Sí, auténtico pánico.
Iba a tener un hijo.
Había sido un problema cuando lo cargaron con Alfonzo, pero ahora no se trataba de un perro sino de un hijo, con brazos, piernas y dientes. Bueno, o los tendría algún día.
Un ser humano.
Una persona de la que él sería responsable, como si su maldita familia no fuera suficiente.
Tendría que compartir la tutela con Mia, que vivía en Londres, porque ni se le ocurría que pudiesen vivir juntos. Lo único que había evitado toda su vida era una relación seria.
Pero eso había sido antes de la bomba, claro. Y había sido exactamente eso, como si una bomba hubiese estallado en su cerebro.
A las seis de la mañana sonó su teléfono. Era Sarah, su ayudante. Dante miraba la puerta que comunicaba con la habitación de Mia mientras Sarah le contaba que unas fotografías de ellos en el jardín del hotel habían salido al mercado.
–¿Sabes quién las ha hecho? –le preguntó.
–No, no lo sé. Tal vez Mia te tendió una trampa…
Sarah era suspicaz por naturaleza, como él, y por supuesto pensaría que Mia le había tendido una trampa, pero Dante no lo creía.
–No ha sido una trampa. Fui yo quien la llevó al jardín.
–Ya, pero…
–Déjalo, Sarah –la interrumpió él.
En realidad, daba igual quién hubiese hecho las fotografías. Lo que importaba era lo que pasaría cuando fuesen publicadas y sabía que no había ninguna posibilidad de que no salieran a la luz.
Después de hablar con su abogado, se levantó para llamar a la puerta de la habitación contigua.
–¡Mia! –la llamó.
No hubo respuesta y volvió a llamar un par de veces antes de empujar la puerta. Esparcidas por el salón estaban las pruebas de su encuentro: su camisa, las bragas de Mia, las rosas tiradas por el suelo y una hoja de papel escrita a mano.
Dante, no sé cómo decirte esto…
Dante, hubo un problema con la pastilla…
Dante…
Y ahora él tenía que contarle aquello.
–¿Mia?
La puerta se abrió entonces y Mia salió de la habitación poniéndose un albornoz.
–¿Es hora del segundo asalto? –le preguntó, irónica.
–No he venido para discutir. Quiero que te vistas y hagas la maleta.
–No te preocupes, Dante. Me marcho.
–¿De verdad crees que te he despertado para echarte de aquí? Tenemos que irnos ahora, juntos. Voy a llevarte a Luctano, donde podré controlar mejor la situación.
–¿Qué situación?
–Anoche nos hicieron fotos en el jardín… fotos comprometedoras.
Dante vio que ella palidecía.
–¡No!
–Me temo que sí.
–¿Las has visto?
–No, me lo ha contado Sarah, mi ayudante.
–Pero si ni siquiera nos besamos –dijo ella. Sus labios no se habían rozado, pero estaban pegados el uno al otro–. Oh, no…
Se le doblaron las piernas y Dante la tomó del brazo para sentarla en el sofá, mirándola mientras enterraba la cara entre las manos. Parecía desolada y, a pesar de las palabras de Sarah, ni por un momento pensó que pudiese estar actuando.
–Podemos irnos ahora porque las fotografías aún no han sido publicadas, pero te garantizo que no tenemos mucho tiempo.
Parecía tan sereno cuando ella no podía ni poner un pie delante de otro.
–Dante, no puedo viajar en helicóptero.
–No importa, iremos en mi coche.
–Pero empiezo a trabajar mañana –protestó ella.
Claro que cuando se publicasen las fotos tal vez ya no tendría trabajo, pensó, angustiada.
Dante vio el vestido colgando de una percha y los zapatos cuidadosamente colocados debajo, un orden tan reñido con el caos al que acababan de ser lanzados con la publicación de esas fotografías.
–A pesar de lo que dije anoche, es evidente que tenemos que hablar. Pero, por el momento, solo tenemos que irnos de aquí.
Mia se puso la camiseta y la falda vaquera y guardó el resto de sus cosas en la maleta.
–¿Dónde está tu equipaje? –le preguntó después.
–Sarah se encargará de ello –respondió Dante mientras abría la puerta y le hacía un gesto para que lo precediese–. ¿Qué te ha pasado en la pierna?
Mia bajó la mirada y vio un moratón donde se había clavado el tacón del zapato la noche anterior.
–Es culpa tuya.
La ciudad, bañada por una preciosa luz dorada, aún no se había