Эротические рассказы

Pack Bianca febrero 2021. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.

Pack Bianca febrero 2021 - Varias Autoras


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la joven y desolada viuda –replicó él, sarcástico.

      Mia le dio la espalda y Dante intentó no notar el ligero temblor de su mano mientras se preparaba el té. Le sorprendía que se hiciera el té ella misma en lugar de llamar a Sylvia. La había imaginado sentada en la cama, tocando la campanilla para que le llevasen una bandeja… pero apartó esa imagen de su mente porque no quería imaginar, ni por un segundo, a Mia en la cama.

      Tenía que hacer un esfuerzo para no mirar sus curvas bajo la bata de seda. Algo había cambiado entre ellos desde la muerte de su padre. Las reglas que se había impuesto para evitarla empezaban a derrumbarse.

      Miró hacia la ventana, pero la noche era tan oscura que podría estar mirando un espejo.

      –Dante, no quiero ir al entierro…

      –Lo siento, pero tienes que hacerlo. ¡Eras su mujer!

      –Sí, lo sé, pero no quiero ir sola en el coche.

      –¿Dónde están tus parientes, tus amigos? –le preguntó Dante.

      Por lo poco que le había contado su padre, sabía que sus padres habían muerto, pero no sabía mucho más sobre su vida.

      –No he llamado a nadie.

      –¿Por qué no? ¿Es que se han cansado de tus juegos? Tienes un hermano, pero no estuvo en la boda y tampoco está aquí hoy, aunque creo recordar que el año pasado tú fuiste a su boda. ¿Te preocupa que venga y revele alguna de tus mentiras?

      –Dante…

      –No es un castigo que vayas sola en el coche sino un gesto de cortesía. No es culpa mía que no tengas a nadie que te acompañe.

      Ella se volvió, airada.

      –¿Esperas que los vecinos me tiren fruta podrida o algo así?

      Dante vio un brillo de lágrimas en sus ojos azules. Era la primera muestra de emoción desde que llegó. De hecho, era la primera vez que mostraba emoción desde el día que se conocieron y, a pesar de sí mismo, lo conmovió. Quería ofrecerle consuelo, tomarla entre sus brazos…

      Su deseo por ella era perpetuo, un fuego que tenía que apagar constantemente, pero cada día era más difícil.

      –¿Pensabas que iríamos juntos a la iglesia como una familia unida? No me hagas reír.

      –Me voy a mi habitación –dijo ella, tomando la bandeja.

      –Saldremos de aquí a las once –anunció Dante.

      –Muy bien.

      En sus ojos vio un brillo que no se atrevía a descifrar. Puro desdén, pensó, nada más que eso. No podía ser nada más.

      Siempre había sido consciente de la potente sexualidad de Dante, pero ahora, de repente, era consciente de la suya propia. Consciente de que estaba desnuda bajo el camisón. Sus pechos se habían vuelto extrañamente pesados y parecía haber chispas en el aire. La puerta de acero se abría cada vez más y le daba pánico ver lo que podría haber detrás.

      –Buenas noches –se despidió, con voz ronca, antes de dirigirse hacia la escalera.

      Estuvo a punto de tropezar y solo pudo respirar cuando cerró la puerta de la habitación.

      Olvidándose del té, se dejó caer sobre la cama, angustiada. Y la llamaban «la reina de hielo», pensó. Estaba ardiendo por él. Sentía cosas que no había sentido nunca antes de conocer a Dante.

      Había pensado muchas veces que le faltaba algo, que debía tener algún problema porque nunca había tenido el menor interés por el sexo.

      Incluso en la universidad, cuando escuchaba perpleja la obsesiva charla de sus compañeras sobre los chicos y las cosas que hacían con ellos, a ella le parecían sucias y la dejaban con el estómago revuelto.

      No había ninguna razón para ello. No había sufrido ningún trauma, nada que pudiese justificar esa actitud, pero así era. Había salido con un par de compañeros, pero ningún beso la había excitado y el roce de sus lenguas le daba asco. Y, por supuesto, hacer algo más que eso era inimaginable.

      Aunque su matrimonio con Rafael le había dado una oportunidad única para curar después de la tragedia que había caído sobre su familia, la verdad era que también le había dado la oportunidad de esconderse de algo con lo que tarde o temprano tendría que lidiar.

      Un matrimonio sin sexo le había parecido una bendición, pero esos sentimientos, aunque profundamente enterrados, estaban ahí. Dante los había despertado.

      Mia llevaba unos días como ayudante personal de Rafael y los rumores habían empezado a circular cuando Dante Romano entró en el despacho de su padre. Y, en un minuto, en unos segundos, había entendido todo lo que se había perdido en esos años.

      Sus ojos oscuros la habían dejado transfigurada y la profunda voz ronca había provocado un cosquilleo en la boca de su estómago. Su aroma, tan masculino, se había quedado grabado en su memoria y cuando le pregunto quién era tuvo que hacer un esfuerzo para encontrar su voz.

      Mia estaba allí para consumar un acuerdo sugerido por Angela Romano. Iba a casarse con Rafael, pero su violenta reacción al ver a Dante hizo que pensara en dar marcha atrás.

      Aunque era imposible porque ya se había gastado parte del dinero que había recibido a cambio del acuerdo.

      No era más que un enamoramiento adolescente, se dijo a sí misma. Pero, a pesar de sus intentos de aplastarlo, ese tonto enamoramiento había crecido y provocado un fuego que no sabía cómo apagar.

      En ese momento, mientras pensaba en Dante, quería cerrar los ojos e imaginar que la besaba. Desearía que estuviera en la suite con ella, en su cama…

      Mia dejó escapar un gemido de frustración, luchando para no tocarse mientras pensaba en él porque sería…

      Desastroso, terrible.

      «Dante te odia», se recordó a sí misma.

      Solo tendría que soportar el día siguiente y volvería a ser Mia Hamilton en lugar de una esposa trofeo. Haría lo que pudiese para rehacer su vida.

      Y jamás volvería a encontrarse con Dante Romano.

      EL DÍA del entierro amaneció cargado de oscuras nubes de tormenta y Mia, que volvía a la casa sobre la grupa de Massimo, temió que fuese un mal presagio.

      Massimo había sido el caballo de Rafael, su favorito, pero estaba demasiado débil como para montarlo. Era un precioso murgese negro, un animal muy grande, pero obediente y dulce.

      Y aquel día estaba triste.

      –Sabe que ocurre algo –le dijo uno de los mozos–. Los animales saben esas cosas.

      –Sí, yo también lo creo –murmuró ella.

      El hombre tenía la misma expresión de tristeza y preocupación que el resto de los empleados, pero después del entierro sabrían qué iba a ser de ellos.

      Estaba segura de que Rafael les había dejado la casa a sus hijos, aunque no podía imaginarlos viviendo en Luctano. Seguramente pasarían por allí de vez en cuando, como hacían con el resto de las casas que tenían por toda Europa. Era una pena, pensó, mirando la orquídea que había cortado durante el paseo, porque era un sitio precioso.

      Mia subió a su habitación a toda velocidad. Los parientes de Rafael empezaban a llegar y pensó que lo mejor sería quedarse allí hasta el último minuto.

      Cuando salió de la ducha, Sylvia entró en la habitación con la bandeja del desayuno.

      –Gian de Luca ha venido en su helicóptero –dijo el ama de llaves, enarcando una ceja–. El aparato lleva el escudo de armas en la cola y es perfectamente reconocible. Es un duque, no sé si lo sabe.

      –No, no lo sabía.


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