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Lucha contra el deseo. Lori FosterЧитать онлайн книгу.

Lucha contra el deseo - Lori Foster


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de su hermano.

      Apoyando la cabeza sobre el hombro de Cannon, Yvette anunció:

      —¡Estoy embarazada!

      Los gritos resultaron casi ensordecedores, lo que hizo que Muggles se pusiera a aullar todo excitado. Todo el mundo empezó a abrazar a todo el mundo y, de alguna manera… Sí. Merissa terminó abrazada a Armie.

      Él parecía tan anonadado como se sentía ella por dentro, pero eso solamente duró un segundo. Porque de repente sonrió, la alzó en volandas y empezó a girar con ella. Cuando volvió a bajarla al suelo, le sonrió enternecido:

      —Vas a ser tía.

      —Un bebé —las lágrimas le escocían los ojos. No podía dejar de sonreír—. No puedo esperar.

      Cuando Cannon volvió a reclamar la atención de todo el mundo, ambos se volvieron para mirar al frente. Pero, esa vez, Armie mantuvo un brazo sobre sus hombros. De repente fue como en los viejos tiempos, cuando ella era más joven y Armie siempre andaba cerca, gastándole bromas y protegiéndola. La emoción inundó su pecho.

      —Hacía ya algún tiempo que lo sabía —informó Yvette.

      Eso provocó las bromistas quejas de todo el mundo.

      —Tuvimos el combate de Denver, y luego Cherry y él se casaron —explicó Cannon—. Luego Stack y Vanity se fueron a Las Vegas a casarse, y con tanta buena noticia junta…

      —La nuestra podía esperar —continuó Yvette—. Pero ahora estoy feliz de compartirla con todos vosotros.

      —Tiene que haber algo en el aire —comentó Vanity—. La hermana de Stack también está esperando un bebé.

      Denver arqueó una ceja y miró a Cherry, que se apresuró a protestar:

      —No. Yo no. Pretendo seguir disfrutando como esposa por un tiempo.

      Vanity aplaudió su decisión.

      —Muy bien dicho.

      Durante la hora siguiente todo el mundo charló y rio, abordando todos los temas: desde nombres para el bebé hasta el mobiliario de su cuarto o la fiesta que darían cuando se acercara el parto. La comida que había servido Yvette fue devorada en un tiempo récord y Merissa no perdió en ningún momento su buen humor. Tras felicitar a la pareja y comentarles lo feliz que se sentía por ellos, decidió escabullirse. O, al menos, lo intentó. Porque, sin que se dieran cuenta los demás, Armie la siguió.

      Ella, por supuesto, fue consciente de su cercanía. Sentía su mirada como una cálida caricia. Cada vez que la rozaba levemente, el contacto era como un calambrazo. Quizá él pudiera soportarlo, pero ella no.

      Por el bien de su propio orgullo, necesitaba alejarse de él. En aquel preciso instante.

      Pero, tras el abrazo con que se despidió de su hermano y de Yvette, se lo encontró a su lado. Fue terminar de ponerse el abrigo y chocar contra él. Sin molestarse en abrochárselo, deseosa únicamente de escapar, salió a toda velocidad de la casa.

      Por fin sola, se detuvo un momento para recuperarse. El frío aire de la noche la obligó a cerrarse el abrigo y subirse el cuello. Acababa de soltar un profundo suspiro cuando la puerta de la casa se abrió de nuevo y apareció Armie.

      La luz del porche los iluminaba con su resplandor amarillo. Sin abrigo alguno, sin más protección contra el frío que su camiseta, se la quedó mirando.

      —¿Qué… qué estás haciendo? —exigió saber Merissa.

      Él hundió las manos en los bolsillos de sus tejanos.

      —Quería hablar contigo un segundo.

      No y no. Merissa no quería hablar. De todas formas, ya sabía lo que iba a decirle.

      —No es necesario —se volvió para dirigirse hacia su coche y… maldijo para sus adentros, porque Armie le estaba pisando los talones. En la acera, se giró para enfrentarlo—: ¡Armie!

      —Rissy —esbozó una media sonrisa.

      Ella alzó las manos en un gesto de frustración.

      Él se frotó un ojo, luego la nuca. Dejando caer las manos, se la quedó mirando fijamente.

      —Aquel beso…

      Estupefacta, sintió que se quedaba sin aire. Permaneció muy quieta.

      —Hace ya meses de aquello —precisó, como si ella no se acordara, como si no lo hubiera rememorado mentalmente casi sin parar, día tras día—. En el bar de Rowdy…

      —Ya. Lo recuerdo —reconoció. No eran pocas las veces que habría preferido olvidarlo.

      Había intentado ligar con Leese, solo para sacudirse la frustración que le provocaba Armie. Pero Leese era un gran tipo y la había rechazado con elegancia, no sin antes dejarle claro que habría aprovechado gustoso la oportunidad de no haber sabido que tenía el corazón puesto en otro hombre. Desde entonces, Leese y ella se habían hecho todavía más amigos.

      —¿Qué pasa con aquel beso?

      Armie se la quedó mirando durante toda una eternidad. Finalmente se acercó aún más y susurró:

      —Fue la cosa más condenadamente sexy que he disfrutado nunca.

      Oh, Dios. No podía escuchar aquello. No podía alimentar sus esperanzas.

      —Voy a ser sincero contigo.

      Merissa sintió una punzada en el pecho.

      —De acuerdo.

      —Nada me gustaría más que hacerte el amor. Nada.

      ¿Hacerle el amor? Solo el hecho de oírselo decir la hizo reaccionar físicamente.

      Él le acarició la melena y se la echó sobre un hombro.

      —Ni ganar el primero premio de la lotería. Ni un cinturón de campeón del mundo de lucha. Nada.

      Deslizó el pulgar por su cuello, acelerándole el pulso.

      —He pensado sobre ello —añadió—. Mucho.

      —Yo también.

      —Ssh — le puso un dedo sobre los labios para acallarla—. Dudo muy seriamente que estemos pensando en las mismas cosas.

      Merissa ansiaba desesperadamente saber en qué estaba pensando. Armie era conocido por sus excesos sexuales y por la variedad de sus experiencias. Demasiado a menudo se torturaba preguntándose por el tipo de cosas que querría hacer con ella.

      —Y ese es el problema —añadió él.

      Ella quiso gritarle que no había ningún problema, pero sabía que él no le haría ningún caso.

      —Te deseo, Rissy. Eso nunca debería ponerse en cuestión —sujetándole la barbilla, escrutó su rostro y repitió—: Nunca.

      Allí estaba: una implacable esperanza. Sin saber qué decir, asintió.

      —Pero, más que eso, quiero para ti algo mejor que… yo.

      «Espera un momento», se dijo. ¿Qué? No podía estar hablando en serio. ¿Mejor que él? ¿Acaso no era consciente del hombre tan increíble que era? ¿Cómo podía ser? Tenía amigos que le querían. Tenía a Cannon y, maldita sea, su hermano era el mejor hombre que conocía. Cannon nunca se habría hecho tan amigo de un tipo al que no pudiera reputar de estupendo, de genial.

      —Sé que dejarías la casa de tu hermano por mi causa, y eso es lo último que debería ocurrir. No quiero alejarte de tu familia. No quiero que te sientas mal.

      —Demasiado tarde.

      El rostro de Armie se tensó. Bajó las manos y retrocedió un paso.

      —Aquí es donde tienes que ayudarme —con expresión demasiado seria, afirmó—: No quiero hacerte el menor daño: de eso puedes estar segura.


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