E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill ShalvisЧитать онлайн книгу.
26
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
#TraviesoOBueno
Lucas Knight tardó más de lo debido en darse cuenta de que había una mujer en su cama, porque tenía una resaca espantosa. Y, para empeorar aún más la situación, no recordaba absolutamente nada de lo que había ocurrido la noche anterior. Rápidamente, se puso a recapitular. En primer lugar, había un hatillo de curvas dulces y suaves pegado a él. En segundo lugar, tenía la sensación de que se le iba a separar la cabeza del cuerpo. Y, en tercer lugar, el costado le dolía como si le hubieran pegado un tiro.
Hacía dos semanas, en el trabajo, se había visto atrapado en un fuego cruzado, y aún no tenía autorización médica para dedicarse a algo que no fueran tareas ligeras. Obviamente, la noche anterior había pasado por alto esa orden, puesto que estaba palpando un trasero agradable, cálido, femenino.
«Piensa, hombre».
Con esfuerzo, recordó que se había tomado un analgésico antes de ir al pub O’Riley para reunirse con algunos amigos. En el pub se había encontrado con un cliente a quien hacía poco tiempo había ayudado a evitar pérdidas millonarias debido a un caso de espionaje industrial. El cliente había pedido unos chupitos para brindar por Lucas y… Mierda.
Sabía perfectamente que no había que mezclar analgésicos y alcohol, así que había vacilado, pero todos lo estaban esperando con los vasos levantados. Pensando que con un solo chupito no iba a ocurrir nada, había apurado el trago.
Estaba claro que se había equivocado, y esa equivocación le había metido en un buen lío, algo que llevaba años sin ocurrirle. No había vuelto a ocurrirle desde que habían matado a su hermano Josh. Dejó eso para otro momento, o para nunca, y abrió un ojo. La luz del sol que entraba por la ventana le atravesó la retina, así que volvió a cerrarlo inmediatamente.
Respiró hondo, reunió fuerzas y, en aquella ocasión, abrió los dos ojos. Estaba desnudo y completamente destapado. Y la mujer que había a su lado estaba enrollada en su edredón.
Qué demonios…
Poco a poco, comenzaron a filtrarse algunas imágenes en su cerebro. Le había ganado doscientos dólares al billar a su jefe, Archer, el director de Investigaciones Hunt, donde él trabajaba de especialista en seguridad.
Bailando con una morena muy atractiva…
Y, luego, subiendo las escaleras hacia su piso, pero no a solas.
Le dolía demasiado la cabeza como para recordar algo más, pero, claramente, la morena no solo había subido con él, sino que se había quedado. Como estaba demasiado cerca y envuelta en el edredón, no conseguía verle la cara. Lo único visible era una melena castaña, ondulada y brillante asomándose por la parte superior del edredón.
Aguantando la respiración, Lucas se alejó lentamente hasta que pudo levantarse de la cama.
El pelo de la morena ni siquiera tembló.
Con un suspiro de alivio, se puso la ropa que había dejado en el suelo la noche anterior, jurándose que no iba a volver a tomar analgésicos ni a beber alcohol en toda su vida, y se dirigió a la puerta.
Sin embargo, no fue capaz de hacerlo. No fue capaz de ser ese tipo que se marchaba sin despedirse, así que se detuvo y entró en la cocina para hacerle, por lo menos, un café. Dejarle cafeína era un buen gesto, ¿verdad? Pues sí, pero… Mierda. Se había quedado sin café. No era de extrañar; generalmente, lo tomaba en el trabajo, porque Molly, la encargada de la administración de Investigaciones Hunt, hacía el mejor café del mundo.
Y, ya que una de las ventajas de vivir en el cuarto piso del Edificio Pacific Pier y trabajar en el segundo piso era la comodidad, le envió un mensaje a la maestra del café: ¿Hay alguna posibilidad de que enviaras una taza de café a través del montaplatos?
Unos segundos más tarde, oyó un teléfono móvil que sonaba con un tono desconocido en su habitación, y se quedó helado. Si quería salir de allí antes de tener que enfrentarse a la incomodidad de la mañana del día siguiente, se le estaba acabando el tiempo.
Como no tenía respuesta de Molly, optó por el plan B y garabateó rápidamente una nota: Lo siento, tenía que irme a trabajar, tómese su tiempo.
Luego vaciló. ¿Sabría ella su nombre, por lo menos? Como no tenía ni idea, añadió: Dejo dinero para un Uber o Lyft. Lucas.
Puso algo de dinero junto a la nota e hizo un mohín, porque sabía que seguía siendo un completo idiota. Se quedó mirando su teléfono.
Molly no había respondido todavía, lo que significaba que no le iba a salvar el pellejo. Era inteligente, aguda e increíble en su trabajo, pero, por motivos desconocidos, no estaba precisamente interesada en complacer a nadie, y menos a él.
Salió de casa y cerró la puerta.
El Edificio Pacific Pier tenía más de cien años y estaba en el centro del barrio Cow Hollow de San Francisco. Era una construcción de cinco pisos, de adoquines, vigas de hierro y grandes ventanales, erigida alrededor de una fuente legendaria. En el piso bajo y el segundo había tiendas y empresas. Las plantas tercera y cuarta tenían un uso residencial y el quinto y último piso estaba ocupado por su amigo Spence Baldwin, dueño del edificio.
En aquella época del año, todo estaba decorado para Navidad, como si fuera a rodarse allí una película de Hallmark.
Lucas bajó a paso ligero los dos tramos de escaleras que había hasta el segundo piso, pasó por delante de la oficina de la administración del edificio y de las oficinas de una ONG, y llegó a la puerta de Investigaciones Hunt. Iba preparado para que Molly, que estaría ya detrás del mostrador de recepción, le echara una buena bronca, no solo por haberle enviado aquel mensaje de texto, sino por el hecho de que hubiera aparecido por allí. Estaba de baja desde el día del tiroteo y no debía volver a trabajar hasta la semana siguiente, y eso, si el médico le daba el alta. Sin embargo, no era capaz de quedarse un día más en casa, algo que no tenía nada que ver con la desconocida que había en su cama.
O, por lo menos, no todo.
Se pasó una mano por la barba incipiente. Estaba muy tenso, algo que, para ser un tipo que se había dado un revolcón la noche anterior, no tenía mucho sentido.
Tampoco tenía sentido que, junto a la puerta de Investigaciones Hunt, en un banco, hubiera dos ancianas disfrazadas de elfos. De elfos que hacían punto.
El elfo izquierdo estaba tejiendo una media de Navidad, y el de la derecha, algo que todavía era demasiado pequeño como para que él pudiera verlo. Ambos elfos sonrieron a modo de saludo, con los labios cubiertos de pintura roja muy brillante. El de la izquierda tenía una mancha de pintura en los dientes, y la gorra le temblaba sobre el pelo blanco.
El elfo derecho sacó su teléfono móvil.
–Acabo de recibir un mensaje de Louise –le dijo al elfo izquierdo–. «No lleguéis tarde a trabajar esta noche, Santa Claus se ha convertido en el Grinch. Dios Santo» –leyó. Después, alzó la vista y vio a Lucas–. Vaya, hola, joven. Estamos esperando a Molly. Tenemos un problema con un Santa Claus malvado y ella nos dijo que nos veríamos aquí.
–Un