Fútbol. Detlev BrüggemannЧитать онлайн книгу.
aquí se deriva la problemática del reconocimiento y promoción precoces de los talentos, y la necesidad de observaciones y comparaciones permanentes del rendimiento, para poder admitir en los niveles de promoción a las llamadas “vocaciones tardías”. La selección precoz excluye de un trabajo más intensivo a aquellos niños que adquieren ventajas de rendimiento visibles en un momento posterior, como consecuencia de ventajas de comportamiento debidas a su vez a capacidades desarrolladas en momentos posteriores. Deberíamos evitar siempre la aplicación de principios generalizadores, pues el jugador llamado “talento” tiende a permanecer hábilmente oculto.
En los primeros 3 años de vida los niños adquieren la motricidad básica (p. ej., andar, lanzar, agarrar), la comprensión de sus efectos sobre el entorno y sus primeras capacidades sensomotoras (p. ej., orientación, percepción espacial y temporal, control muscular). Posteriormente, a partir del cuarto año aproximadamente, se cimentan, se moldean y se asientan, junto a las capacidades responsables del saber técnico individual y del talento motor general, también aquellas capacidades mentales (cognitivas) y psíquicas que a través de la creatividad y la fantasía desarrollan la llamada capacidad de juego de un niño. Los niños aprenden jugando. Controlan su entorno y las impresiones que éste les producen mediante juegos “carentes de implicaciones”, esto es, que sus acciones y el éxito o el fracaso no acarrean para ellos consecuencias derivadas del mundo de los adultos. Hasta los 8 años de edad aproximadamente este control del entorno, importante para el desarrollo de la personalidad y, por tanto, también para los rendimientos deportivos creativos, tiene lugar en juegos propios, nacidos del mundo de representaciones y de la fantasía del niño. En la fantasía de sus juegos y en sus “reglas” los niños viven su entorno tal como lo ven y lo sienten. La “intervención ajena no solicitada” a cargo de un adulto podría alterar en esta etapa el desarrollo natural de la personalidad infantil, y en último grado incluso cimentar carencias duraderas en los ámbitos cognitivos, psíquicos y sociales de la personalidad.
Hasta los 8 años de edad aproximadamente (con diferencias de ± 15 meses) no empiezan los niños a aceptar como diversión juegos con “reglas determinadas por otros”, a jugarlos por propia iniciativa y a desarrollar modelos de acción propios, deportivos y sociales. Con el inicio de los cambios de crecimiento y maduración propios de la pubertad, el asentamiento de las capacidades coordinativas decisivas para el éxito en la práctica del fútbol, y de las capacidades y virtudes mentales, psíquicas y sociales, llega al final de su fase óptima en cuanto a las condiciones de desarrollo y aprendizaje. Las carencias y déficit de esta época, decisiva para el rendimiento deportivo posterior, limitan de forma comprobada el rendimiento en la edad adulta.
Cuanto más multifacético y positivo sea el asentamiento de estas capacidades, tanto más será capaz el individuo de influir con éxito, con su comportamiento de juego, sobre el transcurso de éste.
Desarrollo
El hombre no posee las capacidades coordinativas, mentales y psíquicas desde el momento del nacimiento y como algo que le es otorgado de forma inmutable. Más bien, las adquiere y las aprende en su mayor parte después del nacimiento, como consecuencia de las diversas condiciones de vida y de los diversos estímulos del entorno. En este contexto hablamos de condiciones y posibilidades de aprendizaje individuales. Cuanto más multifacético y diverso sea el ámbito de acción que estas condiciones de aprendizaje ofrecen a las necesidades e iniciativas de acción naturales del niño, tanto más ampliamente se estabilizarán los cimientos para una posterior personalidad fuerte y triunfadora en el deporte. Así, las vivencias y estímulos procedentes de la casa paterna y del entorno social tienen una importancia decisiva sobre el desarrollo de la maduración natural en sus diversas etapas, determinantes para el entrenamiento infantil y juvenil. Distinguimos como tales la etapa de las EDADES PREESCOLAR Y ESCOLAR, desde los 4 años de edad hasta los 12 años aproximadamente, la PUBERTAD con su 1ª fase puberal, que destaca por el crecimiento en estatura (1214 años de edad aprox.), y su 2ª fase puberal, que lo hace por el crecimiento en anchura (14-16 años de edad aprox.), así como la transición hacia la vida adulta, la llamada ADOLESCENCIA (1719 años de edad aprox.).
No obstante, estas diferentes fases del desarrollo no se pueden separar marcadamente unas de otras. La transición que va de una fase del desarrollo a otra, y con ello la aparición de los cambios corporales típicos correspondientes, se realiza de forma más bien fluida y con diferencias de edad según los individuos. Así, los compañeros de la misma edad pueden a veces diferir en más de un año en cuanto a su desarrollo corporal. Estas diferencias se ven con especial claridad en la categoría de infantiles, con unas considerables diferencias de estatura entre los jugadores.
La necesidad de un entrenamiento esencialmente distinto al de los adultos no está motivada sólo por los diferentes condicionantes biológicos que se dan durante el proceso de maduración humana. Lo importante es que los contenidos y las formas de entrenamiento en las edades infantil y juvenil tengan en cuenta y favorezcan estos cambios en la constitución corporal y en las capacidades.
2. Las edades preescolar y escolar (prebenjamines; 4-12 año de edad)
Prebenjamines
Desde los 4 años de edad hasta los 8 años los niños aprenden a entender y dominar su entorno y las circunstancias de éste a través de juegos.
La multiplicidad de sus juegos, con las más variadas formas de movimiento y con objetivos lúdicos determinados por ellos mismos, garantiza un desarrollo equilibrado y amplio de las capacidades de coordinación y de las capacidades generales de juego, que serán básicas para el ulterior alto rendimiento en las modalidades deportivas. Los juegos típicos de la edad, definidos por los propios niños, constituyen hasta los 8 años aproximadamente un excelente entorno de desarrollo y aprendizaje para la creatividad y la fantasía.
Con el ingreso en la edad escolar, el niño inicia una etapa prolongada (4 años aproximadamente “los mejores años del aprendizaje”) caracterizada por un equilibrio corporal y psíquico.
Benjamines y alevines
Hasta los 10 años de edad aproximadamente el niño se orienta aún de forma muy marcada por el comportamiento, la personalidad y los esquemas de valores de los adultos (padres, profesores, entrenadores).
A partir de alrededor de los 10 años (alevines) el niño busca con mayor intensidad la estima y el reconocimiento de sus compañeros de edad, y adecúa el comportamiento propio en mayor medida a los valores de sus compañeros de juego (del grupo, del equipo).
A partir de la etapa de prebenjamines el niño, aún desequilibrado e hipersensitivo (época de transición desde un primer estirón del crecimiento en la etapa preescolar), con un escaso grado de confianza en sí mismo, se transforma a partir de los 8 años de edad aproximadamente en un escolar optimista, con los rasgos típicos del comportamiento en esta etapa:
–gusto marcado por el movimiento,
–intensa curiosidad y pasión por conocer,
–postura poco crítica,
–gusto por la imitación (juegos de rol).
Hasta la aparición de los primeros estirones del crecimiento en la pubertad los niños poseen, como consecuencia de las características enumeradas, una elevada capacidad de aprendizaje en el ámbito de las destrezas técnicas, y también en lo referente a sus capacidades mentales y psíquicas.
Con la “conquista” del juego del fútbol en su más tierna infancia los niños han adquirido ya, en la etapa preescolar entre los 4 y 6 años de edad, un entorno de aprendizaje paralelo al parvulario tradicional, repleto de posibilidades y también de riesgos para su desarrollo. Para el proceso de desarrollo global del niño, para el desarrollo global y armónico de su personalidad individual, es muy importante que sus experiencias motoras sean variadas y suficientes. A través de la confrontación activa consigo mismo y con su cuerpo, con sus