Noche de verano. Jane DonnellyЧитать онлайн книгу.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Jane Donnelly
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Noche de verano, n.º 1466 - enero 2021
Título original: A Very Private Man
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-140-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
LOS DOS hacían una pareja muy atractiva, digna de un anuncio de televisión. Una preciosa joven de pelo rubio y un hombre de pelo oscuro, sentados en un jardín. Sin embargo, ninguno de los dos sonreía. Por lo menos Philip. Estaba tan serio que Isolda tuvo que morderse los labios porque sabía que cualquier ligereza por su parte agravaría la situación.
–Tendrás que llamarla y decírselo –dijo Philip.
–Lo haré, aunque no creo que…
–La alfombra es blanca, la tapicería es blanca… Claro que verán las pulgas –la interrumpió Philip.
–Lo que quería decir es que no creo que haya ninguna. La saqué en cuanto vi la primera.
–Eso no lo sabes. ¿Dónde está?
–En el cobertizo. ¿Quieres verla?
–Voy a casa a ducharme y a cambiarme –anunció Philip, en tono ofendido–. Aunque supongo que tu sí que habrás tenido tiempo de hacerlo.
–Bueno, sí.
–Entonces, líbrate de ella.
–Hay un problema…
–No hay ningún problema –le espetó Philip–. Llévala a un centro de acogida o déjala dónde la encontraste.
Ella lo observó cruzar el jardín, en dirección a la casa, y casi estuvo a punto de seguirlo. Ella le había hecho andar unos cinco kilómetros por caminos polvorientos y lo sentía. Suponía que debía llamar a Laura, pero lo pospuso un momento para poder disfrutar un poco más del jardín. Aquél era su rincón favorito, al pie del nogal que estaba al lado de una de los muros de ladrillo del jardín. Bajo el árbol, sobre un pedestal, había un busto de mármol blanco, con el que, de niña, solía hablar y compartir sus secretos. E incluso todavía seguía haciéndolo.
–¿Qué hago, Charlie? –le preguntó a la estatua, apoyando la cara sobre la mejilla de mármol–. ¿Voy detrás de él?
–Déjalo marchar.
Por un momento a ella le pareció que Charlie había respondido. Pero entonces, vio el rostro que la contemplaba por encima del muro.
–Lo siento –añadió el rostro–, pero me gustaría saber más de toda esta historia. ¿Se trata de un perro?
–Claro que se trata de un perro. No es que sea asunto suyo, pero ¿de qué otra cosa podíamos estar hablando?
–De un gato, de un erizo, de un mendigo…
El pensamiento de presentarse con un gato, un erizo o un mendigo antes del cóctel y presentárselo a Laura y a sus amigos hizo sonreír a Isolda. Ya se había armado bastante revuelo por un perro.
–¿Puedo pasar? –preguntó el desconocido.
Él estaba en el jardín contiguo, lo que resultaba tranquilizador. Además, su aspecto era de lo más atrayente. Moreno, de pelo alborotado y una sonrisa que le hacía a ella sonreír.
–¿Por qué no? –respondió ella, mientras él saltaba el muro y se acercaba a ella.
Era muy alto y delgado. Llevaba puestos unos vaqueros deslucidos y un jersey gris que parecía demasiado grande para sus anchos hombros.
–Encantado de conocerla –dijo él–. Soy Nathan Coleman, y en estos momentos resido en el ático de la señorita MacShane.
Poppy MacShane, la dueña de la casa de al lado, algunas veces tomaba inquilinos durante los meses de verano. En aquel momento, el hombre estaba mirando el busto de mármol.
–Es guapo. ¿Es pariente suyo?
–Un viejo amigo –respondió Isolda–. ¿Cuántos amigos tiene usted que lo escuchen siempre sin devolverle una mala palabra?
–No muchos. Ni siquiera uno. Es un rincón muy bonito –añadió él, mirando a su alrededor.
La imponente casa estaba al otro lado. Era un lugar muy agradable para vivir. Isolda no podía pedir nada mejor. Entonces, él la miró. Ella estaba acostumbrada a miradas de admiración, ya que era increíblemente atractiva. Tenía el pelo, largo y rubio, recogido, con unos mechones sueltos, los pómulos bien marcados y los ojos verdes y rasgados. Vestida con unos vaqueros negros y una camisa de seda blanca, Isolda decidió