Эротические рассказы

Sherlock Holmes: La colección completa. Arthur Conan DoyleЧитать онлайн книгу.

Sherlock Holmes: La colección completa - Arthur Conan Doyle


Скачать книгу
le aseguró que no era ése el caso y lo aplacó regalándole buena parte de su antiguo vestuario, dado que había llegado ya el nuevo equipo encargado en Londres.

      La señora Barrymore me interesa mucho. Es una mujer corpulenta, no demasiado brillante, muy respetuosa y con inclinación al puritanismo. Es difícil imaginar una persona menos propensa, en apariencia, a excesos emotivos. Y, sin embargo, tal como ya le he contado a usted, la oí sollozar amargamente durante nuestra primera noche aquí y desde entonces he observado en más de una ocasión huellas de lágrimas en su rostro. Alguna honda aflicción le desgarra sin tregua el corazón. A veces me pregunto si la obsesiona el recuerdo de alguna culpa y en otras ocasiones sospecho que Barrymore puede ser un tirano en el seno de su familia. Siempre he tenido la impresión de que había algo singular y dudoso en el carácter de este hombre, pero la aventura de la noche pasada ha servido para dar cuerpo a mis sospechas.

      Y, sin embargo, podría parecer una cuestión de poca importancia. Usted sabe que nunca he dormido a pierna suelta, pero desde que vivo en guardia en esta casa tengo el sueño más ligero que nunca. Anoche, a eso de las dos de la madrugada, me despertaron los pasos sigilosos de alguien que cruzaba por delante de mi habitación. Me levanté, abrí la puerta y miré. Una larga sombra negra se deslizaba por el corredor, producida por un hombre que avanzaba en silencio con una vela en la mano. Se cubría tan sólo con la camisa y los pantalones e iba descalzo. No pude ver más que su silueta, pero su estatura me indicó que se trataba de Barrymore. Caminaba muy despacio y tomando muchas precauciones, y había un algo indescriptiblemente culpable y furtivo en todo su aspecto.

      Ya le he explicado que el corredor queda interrumpido por la galería que rodea la gran sala, pero que continúa por el otro lado. Esperé a que Barrymore se perdiera de vista y luego lo seguí. Cuando llegué a la galería ya estaba al final del otro corredor y, gracias al resplandor de la vela a través de una puerta abierta, vi que había entrado en una de las habitaciones. Ahora bien, todas esas habitaciones carecen de muebles y están desocupadas, de manera que aquella expedición resultaba todavía más misteriosa. La luz brillaba con fijeza, como si Barrymore se hubiera inmovilizado. Me deslicé por el corredor lo más silenciosamente que pude hasta asomarme apenas por la puerta abierta.

      Barrymore, agachado junto a la ventana, mantenía la vela pegada al cristal. Su rostro estaba vuelto a medias hacia mí y sus facciones manifestaban la tensión de la espera mientras escudriñaba la negrura del páramo. Por espacio de varios minutos mantuvo la intensa vigilancia. Luego dejó escapar un hondo gemido y con un gesto de impaciencia apagó la vela. Yo regresé inmediatamente a mi habitación y muy poco después volví a oír los pasos sigilosos en su viaje de regreso. Mucho más tarde, cuando estaba hundiéndome ya en un sueño ligero, oí cómo una llave giraba en una cerradura, pero me fue imposible precisar de dónde procedía el ruido. No soy capaz de adivinar el significado de lo sucedido, pero sin duda en esta casa tan melancólica está en marcha algún asunto secreto que, más pronto o más tarde, terminaremos por descubrir. No quiero molestarle con mis teorías porque usted me pidió que sólo le proporcionara hechos. Esta mañana he tenido una larga conversación con Sir Henry y hemos elaborado un plan de campaña, basado en mis observaciones de la noche pasada, que no tengo intención de explicarle a usted ahora mismo, pero que sin duda contribuirá a que mi próximo informe resulte muy interesante.»

      9. La luz en el páramo

      [Segundo informe del doctor Watson]

      «Mansión de los Baskerville, 15 de octubre

      Mi querido Holmes:

      Aunque durante los primeros días de mi misión no prodigara demasiado las noticias, ahora reconocerá usted que estoy recuperando el tiempo perdido y que los acontecimientos se suceden sin interrupción. En mi último informe di el do de pecho con el hallazgo de Barrymore en la ventana y ahora tengo ya una excelente segunda parte que, si no estoy muy equivocado, le sorprenderá bastante. Los acontecimientos han tomado un sesgo que yo no podía prever. En ciertos aspectos las cosas se han aclarado mucho durante las últimas cuarenta y ocho horas y en otros se han complicado todavía más. Pero voy a contárselo todo, y así podrá juzgar por sí mismo.

      A la mañana siguiente, antes de bajar a desayunar, examiné la habitación que Barrymore había visitado la noche anterior. La ventana orientada al oeste por la que miraba con tanto interés, tiene, según he podido advertir, una peculiaridad que la distingue de todas las demás ventanas de la casa: es la que permite ver el páramo desde más cerca, gracias a una abertura entre los árboles, mientras que desde todas las otras se vislumbra con dificultad. De ahí se sigue que Barrymore, dado que sólo esa ventana se ajusta a sus necesidades, buscaba algo o a alguien que se encontraba en el páramo. La noche era muy oscura, por lo que es difícil comprender cómo esperaba ver a nadie. A mí se me ocurrió la posibilidad de que se tratara de alguna intriga amorosa. Ello explicaría el sigilo de sus movimientos y también el desasosiego de su esposa. Barrymore es un individuo con mucho atractivo, perfectamente capacitado para robarle el corazón a una campesina, de manera que esta teoría parecía tener algunos elementos a su favor. La apertura de la puerta que yo había oído después de regresar a mi dormitorio podía querer decir que Barrymore abandonaba la casa para dirigirse a una cita clandestina. Así razonaba yo conmigo mismo por la mañana y le cuento la dirección que tomaron mis sospechas, pese a que nuestras posteriores averiguaciones han demostrado que carecían por completo de fundamento.

      Pero, fuera cual fuese la verdadera explicación de los movimientos de Barrymore, consideré superior a mis fuerzas la responsabilidad de guardar el secreto sobre sus actividades hasta que pudiera explicarlas de manera satisfactoria, por lo que después del desayuno me entrevisté con el baronet en su estudio y le conté todo lo que había visto. Sir Henry se sorprendió menos de lo que yo esperaba.

      —Sabía que Barrymore andaba de noche por la casa y había pensado hablar con él sobre ello —me dijo—. He oído dos o tres veces sus pasos en el corredor, yendo y viniendo, más o menos a la hora que usted menciona.

      —En ese caso quizá visite precisamente esa ventana todas las noches —sugerí.

      —Tal vez lo haga. Si es así, estaremos en condiciones de seguirlo y de ver qué es lo que se trae entre manos. Me pregunto qué haría su amigo Holmes si estuviera aquí.

      —Creo que haría exactamente lo que acaba usted de sugerir —le respondí—. Seguiría a Barrymore y vería qué es lo que hace.

      —Entonces lo haremos juntos.

      —Pero sin duda nos oirá.

      —Es bastante sordo y de todos modos hemos de correr el riesgo. Aguardaremos en mi habitación a que pase—. Sir Henry se frotó las manos encantado, y era evidente que acogía aquella aventura como un agradable descanso de la vida excesivamente tranquila que llevaba en el páramo.

      El baronet ha estado en contacto con el arquitecto que preparó los planos para Sir Charles y también con el contratista londinense que se encargó de las obras, de manera que quizá muy pronto empiecen a producirse aquí grandes cambios. También han venido de Plymouth decoradores y ebanistas: sin duda nuestro amigo tiene grandes ideas y no quiere escatimar esfuerzos ni gastos para restaurar el antiguo esplendor de su familia. Con la casa arreglada y amueblada de nuevo, sólo necesitará una esposa para que todo esté en orden. Le diré, entre nosotros, que hay signos muy evidentes de que eso no tardará en producirse si la dama consiente, porque raras veces he visto a un hombre más prendado de una mujer de lo que lo está Sir Henry de nuestra hermosa vecina, la señorita Stapleton. Sin embargo, el progreso del amor verdadero no siempre se produce con toda la suavidad que cabría esperar dadas las circunstancias. Hoy, por ejemplo, la buena marcha del idilio se ha visto perturbada por un obstáculo inesperado que ha causado considerable perplejidad y enojo a nuestro amigo.

      Después de la conversación acerca de Barrymore que ya he citado, Sir Henry se caló el sombrero y se dispuso a salir. Como la cosa más natural, yo hice lo mismo.

      —Cómo, ¿viene usted conmigo, Watson? —me preguntó, mirándome de una forma muy peculiar.

      —Eso


Скачать книгу
Яндекс.Метрика