Lady Hattie y la Bestia. Sarah MacLeanЧитать онлайн книгу.
lo era. Había pocos hombres en el mundo que se pudieran comparar con el que ella había conocido horas antes. Y eso sin saber que llevaba un cuchillo.
Augie parecía saberlo. Porque, en vez de mostrar bravuconería masculina, bajó la voz y dijo:
—Necesito ayuda.
—Por supuesto que la necesitas. —El comentario sarcástico llegó del fogón.
—Cállate, Nora —dijo Augie—. Esto no es asunto tuyo.
—Tampoco debería serlo de Hattie —señaló Nora—. Y, sin embargo, aquí estamos.
—¡Parad! ¡Los dos! —Hattie levantó una mano.
Lo hicieron, milagrosamente.
—Habla. —Se volvió hacia Augie.
—Perdí un cargamento.
Hattie frunció el ceño y repasó los diarios de a bordo que había dejado en su escritorio ese día. No faltaba ningún envío en los registros de su padre.
—¿Qué quieres decir con «perder»?
—¿Recuerdas los tulipanes? —Sacudió la cabeza. No había habido tulipanes en un cargamento desde… —. Fue en verano —añadió.
El barco había llegado cargado con bulbos de tulipanes recién llegados de Amberes, ya marcados para las propiedades de toda Gran Bretaña. Augie había sido responsable de la carga y la entrega. La primera que había supervisado después de que su padre anunciara su plan de traspasar el negocio. La primera vez que su padre había insistido en que Augie dirigiera una operación de principio a fin para demostrar su temple.
—Los perdí.
—¿Dónde? —No tenía sentido. Había visto el envío marcado como descargado en los libros. El transporte por tierra había sido marcado como completado.
—Pensé… —Sacudió la cabeza—. No sabía que tenían que ser entregados inmediatamente. Lo pospuse. No pude encontrar los hombres para hacer el trabajo cuando llegó. Estaban trabajando en otra carga, así que los dejé apartados.
—En el almacén —dijo ella, y su hermano asintió. —En la muerte del verano londinense. —El húmedo verano londinense.
Otro asentimiento.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Hattie con un suspiro.
—No lo sé. ¡Por el amor de Dios, Hattie, no era carne de vacuno. Eran unos malditos tulipanes! ¿Cómo iba a saber que se pudrirían?
—¿Y luego qué? —Hattie pensaba que había mostrado una inmensa moderación porque, en realidad, quería decir: «Sabrías que se pudrirían si le hubieses prestado una pizca de atención al negocio».
—Sabía que tendríamos que devolver el pago a los clientes, y sabía que padre se pondría furioso. —Su padre se habría enojado y habría hecho bien al hacerlo. Una bodega llena de buenos tulipanes holandeses valía al menos diez mil libras. Perderlas les habría costado prestigio y dinero.
Pero no lo habían perdido. De alguna manera, Augie lo había ocultado. El miedo se le agarró al estómago.
—Augie…, ¿qué hiciste?
—Se suponía que solo iba a ser una vez. —Sacudió la cabeza mirando a los pies.
Hattie se volvió hacia Nora, que había renunciado a cualquier pretensión de no prestar atención. Cuando su amiga se encogió de hombros, se volvió hacia su hermano.
—¿Qué se supone que solo debía ser una vez? —dijo.
—Tuve que devolver el dinero a los clientes. Sin que papá lo descubriese. Y luego, encontré una salida. —Miró hacia arriba buscando sus ojos—. Me encontré con su ruta de entrega.
«Se llevó algo mío», esas habían sido las palabras de Bestia.
Nora soltó una suave maldición.
—Le robaste —dijo Hattie conteniendo el aliento.
—Fue solo…
—¿Cuántas veces? —No lo dejó terminar.
—Pagué la deuda con el primero —confesó.
—Pero no te detuviste. —Augie abrió la boca. La cerró. Por supuesto que no se había detenido. Ahora era ella la que maldecía—. ¿Cuántas veces?
—Esta noche fue la cuarta —dijo mostrando el miedo en sus ojos.
—Cuatro veces. —Hizo una mueca—. Les has robado cuatro veces… Es un milagro que no te hayan matado.
—Espera —dijo Nora desde el otro lado de la cocina—, ¿cómo sometiste a ese hombre?
—¿Qué significa eso? —Él frunció el ceño.
—Augie, ese hombre es el doble de grande que tú y te clavó un cuchillo en el muslo —señaló Nora mientras le echaba una mirada.
—Russell lo noqueó —admitió, algo beligerante.
Por supuesto que aquellos dos habían provocado un nuevo desastre. Y ahora, como siempre, le tocaba a Hattie resolverlo.
—Debería ser ilegal siquiera que os hablaseis. Os hacéis menos inteligentes el uno al otro. —Miró al techo con la mente acelerada y luego suspiró—. Lo has complicado todo.
—Lo sé —dijo su hermano, y se preguntó si realmente lo sabía.
—¿Qué me dijiste de él? ¿de Bestia?
Augie la miró a los ojos y ella vio preocupación en ellos.
—Viene a por ti, Augie. Es un milagro que no te haya encontrado todavía. Pero lo que has hecho esta noche ha sido inmensamente estúpido. ¿Qué te llevó a atarlo? ¡Y en el carruaje, por el amor de Dios!
—No estaba pensando. Me acababan de apuñalar. Y Russell…
—¡Ah, sí. Russell! —lo interrumpió—. Él también está acabado. Ponle fin a esto ya. No venderemos otra gota de su carga. ¿Dónde está el cargamento que robaste esta noche?
—Russell se lo ha llevado a nuestro comprador.
—Otro brillante movimiento táctico, sin duda. ¿Quién es? —Ella alzó una ceja.
—No quiero que te involucres en esto. —Si era posible, su hermano se puso aun más pálido.
—Como si no estuviera ya involucrada hasta el fondo por tu culpa.
—No tienes ni idea de lo profundo que es. Ese tipo no está cuerdo. —Augie sacudió la cabeza.
—¿Ahora