Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия ГейтсЧитать онлайн книгу.
ya que no puedo tenerla en lo fundamental. Si un anillo forma parte de esta charada, quiero elegirlo. Lo recuperarás al final, pero soy yo quien lo llevará puesto, y un año es mucho tiempo.
–Entonces lo elegirás. Eso y cuanto quieras. Como mi princesa tendrás cuanto desees.
–Curioso. Tengo un contrato de doscientas páginas que detalla que no podré tener nada.
El silencio se alargó unos segundos.
–El contrato es solo para… –calló, como si no encontrara las palabras correctas.
–Protegerme de cualquier idea oportunista que pueda tener al final del contrato –lo ayudó ella–. Por eso es raro que me lo ofrezcas todo al inicio. No es que quiera nada de ti, solo estoy señalando las contradicciones.
–He cambiado de opinión –afirmó él.
Por lo visto, estaba retirando la oferta de que podía tenerlo todo. Debía de haberlo dicho para conseguir su objetivo sexual. A ella no le extrañó.
–No tienes que firmarlo si te parece excesivo. Y no tienes que decidirte ahora. Y eres libre de decir que no. Por supuesto, no dejaré de intentar persuadirte, pero por ahora puedes volver a dormir. Mañana te recogeré a las cinco para ir a elegir el anillo. Siento haberte despertado –colgó.
Ella se quedó mirando el teléfono, atónita. Por lo visto había un cuarto hombre dentro de él.
No sabía en qué se estaba metiendo ni con cuál de esos hombres. Si era con todos ellos, acabaría volviéndose loca de confusión y deseo, tal vez hasta el punto de la autodestrucción.
Pero no tenía otra opción. Entraría en su guarida y pasaría un año allí. Era dudoso que consiguiera salir de ella entera.
No, dudoso no. Imposible.
Capítulo Cuatro
–¡Imposible!
Vincenzo ladeó la cabeza ante la estupefacción de su ayuda de cámara. Su cariño por Alonzo hizo que sus labios, tensos desde su conversación con Glory la noche anterior, se relajaran.
Incluso por teléfono, ella se había metido en su piel, trastornándole el sentido común. No tendría que haberla llamado, pero no había podido aguantarse. Además le había dejado claro que ardía de deseo por ella.
Y al oír un deje de decepción e indignación en su voz, le había ofrecido todo para borrarlo. Había renunciado a las precauciones que su mente, y más aún su abogado, creían imprescindibles.
Recordó el momento en que Alonzo lo había agarrado de los hombros.
–¿Bromeas? El otro día me lamentaba de que ambos acabaríamos viejos y solteros. Pero tú nunca bromeas –los ojos verdes se habían abierto de par en par–. Es en serio. Vas a casarte.
No le había explicado a Alonzo cómo ni por qué. Quería que creyera que era algo auténtico, y que lo gestionara todo como si lo fuera.
–¿Cuándo? ¿Cómo? –Alonzo se había agarrado la cabeza con dramatismo–. Conociste a una mujer, te enamoraste, decidiste casarte, se lo pediste y aceptó, ¿y no me dijiste nada?
Alonzo era como su sombra desde la adolescencia; se anticipaba a sus deseos y era meticuloso en su apoyo y resolución de problemas, tanto en el trabajo como en lo personal. Había tenido que enviar a Alonzo a realizar una gestión innecesaria para que no se enterara de su encuentro con Glory.
–¿Quién es? Es lo más importante –dijo Alonzo, inconsciente del torbellino emocional que asolaba a Vincenzo–. Por favor, no me digas que es una de las mujeres que luces ante los paparazzi.
Alonzo era el único que sabía que la reputación de Vincenzo era una farsa para mantener alejadas a las mujeres. En ese sentido, la imagen de playboy sin escrúpulos daba mejor resultado que la de príncipe científico. Un año después de romper con Glory había empezado a contratar a «acompañantes», para dar esa imagen.
Había intentado tener relaciones con mujeres no contratadas, pero habían durado poco. No conseguían interesarlo. Alonzo había llegado a preguntarle si había cambiado de orientación sexual, escandalizándose cuando le dijo que había decidido abstenerse del sexo un tiempo. A su modo de ver, un hombre viril tenía la obligación de dar y recibir placer en la medida de lo posible. Mientras no estuviera comprometido, claro.
El problema era que, aunque Vincenzo no tenía pareja, su cuerpo parecía pensar que sí. Tenía a Glory grabada a fuego en sus células.
Decidió contarle a Alonzo, un romántico sin remedio, lo que le quería oír. Lo que había sido verdad, si obviaba los detalles feos y dolorosos.
–Se llama Glory Monaghan. Una americana que fue mi consultora ejecutiva, y ahora es consultora de proyectos humanitarios. Me enamoré de ella cuando estuviste en Brasil, con Gio. La historia acabó mal. Pero Ferruccio me ha conminado a casarme para limpiar mi imagen y representar a Castaldini ante la ONU. A pesar de cómo nos separamos, y de los años transcurridos, fue en ella en quien pensé. La busqué y descubrí que me atraía tanto como antes. Las cosas siguieron su curso y… voy a casarme con ella.
–Oh, mio ragazzo caro! No tengo palabras –los ojos de Alonzo se llenaron de lágrimas.
Alonzo lo envolvió en un abrazo paternal.
–Por favor, dime que me vas a dar tiempo suficiente para organizarlo todo –dijo Alonzo, con ansiedad, tras soltarlo.
–Cualquiera pensaría que estamos hablando de tu boda, Alonzo –dijo Vincenzo, sonriente.
–¡Ojalá lo fuera! –dijo Alonzo, entre burlón y resignado–. Pero si Gio no me lo ha pedido en estos quince años, dudo que vaya a hacerlo ahora.
Era una de las razones por las que Vincenzo pensaba que Giordano Mancini era un estúpido. Todos el mundo sabía que Alonzo era su pareja, pero Giordano parecía creer que si no lo admitía abiertamente se libraría de los prejuicios asociados a las relaciones homosexuales. Hombre de negocios de una familia tradicional, sabía que obviarían su orientación sexual siempre que no hiciera alarde de ella.
Eso indignaba a Vincenzo. Consideraba a Giordano un cobarde que fallaba a Alonzo para protegerse a sí mismo. Los matrimonios del mismo sexo aún no se aceptaban en Castaldini, pero Vincenzo le había dicho a Gio que los apoyaría y haría que los respetaran, personal y profesionalmente. Eso no había sido suficiente para Gio, que había convencido a Alonzo de que siguieran como estaban. Pero era obvio que Alonzo seguía añorando una validación pública de su relación, y celebrarla por todo lo alto.
Vincenzo lo miró fijamente. Todos pensaban que era muy distinto del hombre, catorce años mayor que él, que lo había acompañado desde que cumplió los diez años. Solo él sabía cuánto se parecían. Además de su atención por los detalles y por el cumplimento de objetivos, compartían algo esencial: la monogamia. La única razón de que no le dijera a Alonzo que se librara de su pareja, era saber que Gio le era totalmente fiel. Vincenzo se había asegurado de eso; pero nada libraría a Gio de su furia si la situación cambiaba.
–Esto es peor –dijo Alonzo, interrumpiendo sus pensamientos–. Es tu boda. ¿Sabes cuánto tiempo he esperado este día?
–Más o menos desde que tenía veinte años. Hace dos décadas que empezaste a desear que llegara el improbable día de mi boda.
–¡Pero ya no es improbable! Me gustaría besar al rey Ferruccio por hacerte tomar la decisión.
–Te gustaría besar a Ferruccio con cualquier excusa –bromeó Vincenzo.
Alonzo empezó a asolarlo con preguntas sobre fechas, preferencias, Glory y todo lo necesario para empezar a preparar La Boda del Siglo. Insistió en conocer a Glory cuanto antes, para conocer sus gustos y crear el entorno ideal para «la joya real» de Vincenzo.
Solo lo dejó en paz cuando le dijo que tenía