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Entrenamiento total - Jürgen Weineck


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rel="nofollow" href="#ulink_371dac36-b40d-5816-abb7-2d1857edbde2">figura 47, las células nerviosas del sistema nervioso central experimentan ya en el transcurso de los primeros años de vida una reticulación creciente, de gran importancia para el futuro potencial funcional. Se suele aceptar que esta germinación de nuevas fibras es especialmente intensa hasta el tercer año de vida aproximadamente (cf. Akert, 1979, 509, citado por Falck/Lehr, 1980, 103; Le Boulch, 1978, 54; David, 1981, 9) y se puede incrementar con el ejercicio adecuado.

       Figura 44. Cambios de la estatura corporal y de las proporciones entre los segmentos corporales durante el crecimiento (de Demeter, 1981, 10).

      Figura 45. Relación entre las dimensiones de la cabeza y del cuerpo, que cambia con el paso de la edad. Las cifras en el margen superior indican las veces que la altura de la cabeza está contenida en la del cuerpo (de Stratz, citado en Demeter 1981, 11).

       Figura 46. El desarrollo de la cabeza/cerebro y el crecimiento corporal general hasta alcanzar la edad adulta (modificado de Scammon, citado en Hellbrügg/von Wimpffen, 1977, 21).

      Desde el punto de vista del movimiento interesa, pues, proporcionar al niño de corta edad estímulos suficientes para la formación de sus estructuras reticulares y, por tanto, para la configuración plástica de sus áreas cerebrales. Si no existen estos estímulos favorables, o no se dan en la medida suficiente, el resultado será una infraestructura menos marcada de las estructuras cerebrales correspondientes, esto es, un menor grado de maduración funcional (cf. Pickenhain, 1979, 45).

      El rápido desarrollo del cerebro permite una elevada capacidad de rendimiento en el ámbito de las capacidades coordinativas, el “equivalente deportivo” del sistema nervioso central, que ya funciona perfectamente; por ello el entrenamiento infantil deberá centrarse en la formación óptima de las destrezas y técnicas deportivo-motoras y en la ampliación del repertorio de movimientos y de la experiencia motora. El entrenamiento de las capacidades físicas tiene lugar en paralelo a este proceso, si bien sólo en la medida en que lo requiera una formación coordinativa global, y aquí observamos una diferencia básica respecto al entrenamiento de adultos: las capacidades físicas en la edad infantil no se forman para maximizar sino para optimizar.

      Otro problema del crecimiento consiste en que niños y jóvenes no crecen de forma continua, sino mediante estirones (fig. 48).

      Como muestran los estudios de Lampl/Veldhuis/Johnson (1992, 802), los lactantes y niños en la pubertad crecen entre 0,5 y 1,65 cm por día y unos 2,5 cm por semana. Alternan fases de crecimiento y de estancamiento (¡hasta 63 días!).

      La velocidad del crecimiento disminuye progresivamente desde el nacimiento hasta la edad adulta. Una excepción la constituye la aceleración transitoria de la época de pubertad. Este empujón del crecimiento se inicia por lo general en las chicas entre el 11o y el 13o año de vida, y en los chicos, entre el 13o y el 15o. Observamos aquí que los diferentes segmentos del esqueleto experimentan su empujón del crecimiento en momentos diferentes: pies y manos maduran antes que pantorrillas y antebrazos, y éstos, a su vez, antes que muslos y brazos; se constata una regularidad centrípeta del crecimiento (cf. Zurbrügg, 1982, 53).

       Figura 47. Células nerviosas y uniones de sus fibras en el transcurso del desarrollo infantil. De izquierda a derecha: neonato, niño de 10 días, de 10 meses y de 2 años (de Ackert K.: Klinische Wochenschrift 49 [1971], 509; citado en Falck I., Lehr U.: Zeitschrift für Gerontologie 13, 2 [1980], 103).

       Figura 48. El aumento anual de crecimiento en la edad infantil y juvenil (según Eiben, 1979, 193).

       Figura 49. La edad biológica de alumnos (trazo discontinuo) y alumnas (trazo continuo) con una edad cronológica media de 12,9 años. El diagnóstico de la edad se objetivó mediante radiografías de las epifísis de los huesos de la mano (Weineck, según datos de Kemper/Verschuur, 1981, 97).

      El inicio de la pubertad supone un profundo corte en el desarrollo psicofísico del niño o del joven, cuyos cambios “revolucionarios” no tienen equivalente en la vida del adulto: sólo tenemos que comparar, por ejemplo, el perfil de cambios entre los 12 y los 16 años de vida con el que observamos entre los años 32-36 o 52-56.

      Otro problema especial para el entrenamiento en el grupo o clase de niños de edades cronológicas iguales lo plantea el momento de aparición del empujón de crecimiento puberal, debido a la amplia dispersión y a su diferente grado de asentamiento.

      La figura 49 y la tabla 9 muestran hasta qué punto la edad cronológica puede diferir respecto de la edad biológica; por lo general se constata, en el ámbito escolar, un margen de dispersión de 5 años desde el alumno más joven biológicamente hasta el más desarrollado, y en el ámbito de la selección deportiva incluso de 7 años.

       Figura 50. Diagrama para la comparación de los desvios de la edad esquelética de individuos precoces (A) y retardados (R) frente a los de desarrollo normal (N). Trazo continuo: chicos; trazo discontinuo: chicas (de Wutscherk/Schmidt/Köthe, 1985, 144).

      Hemos de constatar, no obstante, que en los tres tipos de desarrollo el crecimiento es armónico en cuanto a la capacidad de rendimiento orgánico, a las dimensiones de los órganos y al sistema esquelético. Numerosos estudios actuales refutan la tesis de un crecimiento inarmónico, tantas veces mencionada en el caso de los individuos acelerados, en relación con un desarrollo acelerado del esqueleto frente a un desarrollo más lento de los órganos (cf. Hollmann/Hettinger, 1980, 607).

      En los niños de desarrollo normal coinciden la edad cronológica y la edad biológica. En los individuos precoces, la sucesión de las fases del desarrollo corporal se acelera uno o más años, y en los retardados dicha sucesión se retrasa uno o más años.

      Como se puede ver en la figura 50, la edad esquelética de los individuos acelerados y retardados presenta claras diferencias en comparación con la de los individuos de desarrollo normal. Las desviaciones aumentan con el paso de los años y alcanzan su dimensión máxima en el 13o año cronológico en los chicos y en el 12o en las chicas (cf. Wutscherk/Schmidt/Köthe, 1985, 144).

      Hasta el 16o año de vida (chicos) o el 15o (chicas) no se clasifica a la mayoría de los jóvenes como normales en su desarrollo.

      La edad esquelética influye claramente sobre la estatura corporal (fig. 51). En ambos sexos


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