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Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl WoodsЧитать онлайн книгу.

Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods


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       Capítulo 22

       Capítulo 23

       Si te ha gustado este libro…

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      Para todos los que habéis descubierto la magia de la cadena de islas de Carolina del Norte y habéis creado allí recuerdos felices, incluyendo a mi propia familia especial. Gracias por los buenos ratos que hemos vivido juntos.

      Queridas amigas:

      La mayoría de vosotras sabéis cuánto me gusta vivir cerca del agua (ya sea a la orilla del río Potomac, en Virginia, o en la costa del cayo Vizcaíno, en Florida), y hay otra zona que se ha vuelto muy especial para mí en estos últimos años: la de las poblaciones costeras de Carolina del Norte.

      Os invito a compartir conmigo mi propia versión de esa zona tan especial en la nueva trilogía que empieza con esta novela. Vais a conocer a las tres hermanas Castle y a su sabia y maravillosa abuela, por no hablar de los fuertes y sexys hombres con los que comparten su vida, y vais a ver cómo se enfrentan a los cambios y a los desafíos que muchas de vosotras habréis vivido en alguna ocasión.

      Espero que disfrutéis de esta nueva familia y de este nuevo escenario, y que mientras leéis sus historias os imaginéis la arena bajo vuestros pies y la caricia de la brisa marina en las mejillas.

      Un saludo,

      Sherryl

      Emily Castle estaba en una habitación de hotel en Aspen, Colorado, con la televisión puesta en el canal del tiempo. Estaban dando un seguimiento pormenorizado del huracán que se dirigía hacia la costa de Carolina del Norte, el lugar que había sido como un segundo hogar para ella. Los veranos que había pasado allí en su infancia habían sido plácidos, relajantes y dulces. En la localidad costera donde vivía su abuela había sufrido por amor por primera vez, pero, a pesar de aquellos dolorosos recuerdos y de lo atareada que estaba en ese momento, se sentía en la obligación de regresar a aquel lugar de inmediato.

      Incluso antes de que sonara el teléfono, ya estaba consultando en su portátil los vuelos que había programados. Seleccionó uno que iba de Atlanta a Raleigh, una ciudad de Carolina del Norte, mientras contestaba a la llamada.

      –Ya estoy en ello –le dijo a su hermana Gabriella–. Llegaré a Raleigh mañana por la tarde.

      –Ni lo sueñes, van a cancelar todos los vuelos de la Costa Este durante uno o dos días como mínimo. Será mejor que esperes hasta la semana que viene y reserves plaza para el lunes o el martes, así evitarás todo el jaleo.

      –¿Qué sabes de Samantha? –le preguntó, haciendo referencia a la mayor de las tres hermanas.

      –Ha alquilado un coche y ya ha salido de Nueva York, estará aquí esta misma noche; con un poco de suerte, logrará adelantarse a la tormenta. Han pronosticado que el huracán entrará en tierra esta misma noche, aquí ya han empezado a llegar rachas fuertes de viento y lluvia.

      Emily estaba convencida de que Samantha iba a lograr adelantarse a la tormenta, y no pudo evitar fruncir el ceño. La extraña rivalidad que siempre había tenido con su hermana mayor, una rivalidad que ni ella misma había entendido nunca, resurgió con fuerza. Teniendo en cuenta que eran tres hermanas, quizás fuera comprensible que existiera cierta competitividad entre ellas, pero no entendía por qué le pasaba con Samantha y no con Gabi; al fin y al cabo, esta última era la exitosa empresaria centrada en su carrera, la que más se parecía a ella en cuanto a ambición.

      –Tomaré un vuelo esta misma noche aunque tenga que ir en coche desde Atlanta –afirmó con decisión, motivada por los planes de Samantha.

      En vez de reprenderla, Gabi soltó una carcajada y admitió:

      –Samantha ha adivinado que ibas a decir algo así. Desde que aprendiste la diferencia que hay entre ganar y perder, no soportas que ella te gane en nada. Haz lo que quieras, lo que importa es que llegues aquí sana y salva. Esta tormenta tiene muy mala pinta. Si se desvía lo más mínimo hacia el oeste, golpeará de lleno a Sand Castle Bay. Te apuesto lo que quieras a que la carretera de Hatteras volverá a quedar intransitable si no hicieron las cosas con más cabeza cuando la arreglaron después de la última tormenta.

      –¿Cómo está la abuela?

      Cora Jane Castle tenía setenta y tantos años, pero seguía rebosando energía y estaba decidida a mantener abierto el restaurante que su difunto marido había abierto en la costa, a pesar de que nadie de la familia había mostrado interés alguno en tomar las riendas del negocio; en opinión de Emily, debería venderlo y disfrutar de su vejez, pero la mera mención de semejante idea se consideraba una blasfemia.

      –Estoica ante la tormenta, pero hecha un basilisco porque papá fue a buscarla para traerla a Raleigh hasta que pase el huracán –le contestó Gabi–. Está aquí, en mi casa, cocinando y mascullando unas palabrotas que me sorprende que se sepa. Creo que por eso papá se ha marchado en cuanto la ha dejado aquí, para no estar cerca cuando ella tuviera a mano mis cuchillos.

      –Puede que no supiera qué decirle. Típico en él, ¿no?

      Emily lo dijo con un deje de amargura. Su padre, Sam, no era nada comunicativo en el mejor de los casos; en el peor, simplemente se esfumaba sin más. Ella había acabado por resignarse en gran medida, pero los resentimientos que permanecían latentes salían a la superficie de vez en cuando.

      Tal y como solía pasar, Gabi salió en defensa de su padre de inmediato.

      –Está ocupado, su trabajo es importante. ¿Tienes idea del impacto que podrían tener en la vida de la gente los estudios biomédicos que lleva a cabo su empresa?

      –Me gustaría saber cuántas veces le dijo eso a mamá cuando se largaba y ella tenía que criarnos sola.

      Por una vez, Gabi no sacó las cosas de quicio y admitió:

      –Sí, la verdad es que era una excusa habitual en él, ¿verdad? Pero ya somos adultas, a estas alturas ya tendríamos que haber superado el hecho de que no viniera a vernos en los recitales, las obras de teatro y los partidos de fútbol de la escuela.

      –Y eso lo dice la mujer nada equilibrada que parece empeñada en seguir sus pasos –comentó Emily, en tono de broma–. Sabes que eres igualita a él, Gabriella. Puede que no seas una científica, pero eres adicta al trabajo. Por eso te molestas tanto cuando le critico.

      El silencio que se creó tras aquellas palabras fue ensordecedor, y Emily se apresuró a disculparse al darse cuenta de que acababa de pasarse de la raya.

      –Ha sido una broma, Gabi, no lo he dicho en serio. Sabes lo orgullosos que estamos de ti. Eres una alta ejecutiva en una de las empresas de biomedicina más importantes de Carolina del Norte, puede que de todo el país.

      –Sí, ya lo sé, es que tu comentario me ha pillado desprevenida. Bueno, avísame cuando vayas a llegar, iré a buscarte al aeropuerto.

      Antes de que Emily pudiera disculparse de nuevo por hacer un comentario tan desconsiderado y fuera de lugar, Gabriella ya había colgado. No lo hizo de golpe, con un arranque de genio similar a los que tenía la propia Emily, sino con suavidad… y, por alguna razón, eso fue mucho, pero que mucho peor.

      Boone Dorsett había vivido una buena cantidad de situaciones de alerta por el acercamiento de huracanes que, en algunos casos, habían llegado a afectar a la costa, así que se sabía de memoria cómo había que sellar la casa con tablones para protegerla; aun así, la pura verdad era que la Madre Naturaleza era la que tenía siempre


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