En el paraíso con su enemigo. Annie WestЧитать онлайн книгу.
rio con amargura y se encaminó hacia la playa. Al volver la esquina de la villa, se chocó contra una inesperada pared de músculos que olía a aire fresco y a hombre.
–Stephanie, venía a verte.
Aquella perfecta sonrisa hizo que se le contrajeran las entrañas. ¿Había algo en Damen que no fuera perfecto?
Damen miró aquellos ojos chispeantes y sintió un golpe en el plexo solar aún más fuerte que cuando el día anterior había visto a Stephanie en su sensual vestido, tan femenina, tan seductora. Pero entonces había pensado que su reacción se debía a la sorpresa.
¿En aquel momento?
La sujetó por los brazos. El bañador rojo que llevaba, supuestamente recatado, sobre sus delicadas curvas resultaba…
Damen alzó la mirada a su rostro. Y vio en ellos algo distinto al desdén del que había hecho gala el día anterior. ¿Angustia?
Miró por detrás de ella, buscando a la persona que la había incomodado, pero no había nadie. Bajo su mano, la sintió tensa, como un cable estirado al máximo.
–¿Qué te ha pasado?
–Nada –Stephanie tomó aire, poniendo a prueba la determinación de Damen de no mirarle el pecho–. Solo que invades mi privacidad.
Aunque a Damen casi le alivió que reaccionara con sarcasmo, algo seguía sin convencerlo.
Era extraño que una mujer que lo desdeñaba despertara su instinto protector y, sin embargo…
La soltó y tras un leve balanceo, Stephanie se estabilizó.
–He venido por una respuesta –dijo él, cruzándose de brazos y asombrándose de lo rápido que le latía el corazón.
–¿Hablabas en serio?
Damen la miró fijamente.
–Desde luego. Dos millones por un par de meses de tu tiempo.
Vio que Stephanie tragaba saliva y decidió presionarla.
–Piensa en todo lo que podrías hacer con ese dinero.
Cualquier otra mujer habría aceptado sin pestañear. Stephanie Logan tenía tendencia a llevar la contraria. Pero eso no era malo.
Stephanie parpadeó, ocultando sus ojos momentáneamente y mordisqueándose unos labios que él sabía lo dulces y suaves que eran. Estaba tan concentrado en ellos que tardó un momento en darse cuenta de que ella lo estaba mirando.
–De acuerdo. Seré tu novia ficticia por dos millones de dólares.
Capítulo 3
UNA SENSACIÓN de triunfo recorrió a Damen al tiempo que se aligeraba el peso que llevaba sobre los hombros. No soportaba complicar la vida o hacer daño a quienes amaba, como Clio y su madre en aquel momento.
Pensó por un instante en el terrible episodio del que había sido responsable cuando la tragedia golpeó a su familia, pero se obligó a bloquear el recuerdo.
Stephanie estaba a su lado, sexy, provocativa, misteriosa… Lo que solo importaba porque la convertía en la perfecta amante virtual.
Se detuvo en la palabra «amante» y volvió a recordarse que aquello solo era un trato.
–Pero pongo condiciones.
–¿Cuáles? –Damen frunció el ceño. ¿Iba a pedirle más dinero?
Stephanie se cruzó de brazos y la mirada de Damen se dirigió instintivamente a sus senos, al tiempo que se reprendía por dejarse distraer en medio de una negociación.
–Quiero que redactes un contrato.
Damen suspiró aliviado.
–¿Eso es todo?
Esa era su intención. Incluyendo una cláusula de confidencialidad que le prohibiera vender información a la prensa.
–No. Quiero la mitad del dinero a la firma del contrato.
Damen vio que se ruborizaba y que le palpitaba un nervio en la base de la garganta. ¿Estaba en dificultades económicas? Cuando iba a preguntárselo se dijo que no debía interesarse por sus motivaciones. Solo se trataba de un acuerdo.
–Hecho.
Stephanie abrió los ojos de sorpresa y algo más… ¿Nervios? ¿Temía que se echara atrás? ¿Los dos millones eran tan tentadores que se había dejado convencer a su pesar?
–Una cosa más.
Miró a Damen a los ojos, despertando aún más su curiosidad. Se puso alerta.
–Los besos quedan prohibidos.
–¿Perdón? –preguntó él desconcertado.
–Me has oído –Stephanie descruzó y volvió a cruzar los brazos–. Haré de tu novia en público, pero no te besaré… ni tú a mí. Lo quiero en el contrato.
Damen arqueó una ceja.
–La gente esperará que nos mostremos cariñosos.
La curiosidad de Damen aumentó al ver que Stephanie se ruborizaba aún más violentamente.
–Hay maneras de mostrar afecto sin necesidad de besarse.
Damen metió las manos en los bolsillos.
–Te voy a pagar una fortuna. Puedo exigir que resultes convincente.
–Y lo seré. Solo que sin besarte.
–¿Por cuestiones religiosas, de salud…?
Stephanie extendió las manos al tiempo que se encogía de hombros.
–Porque no quiero, ¿vale? Con una vez me basta. No voy a repetir ese error.
Damen fue a decir que para él no había sido un error. Que, de hecho, aquel beso lo había impactado de una manera a la que no estaba acostumbrado. Pero por eso mismo guardó silencio.
–¿Y cómo piensas persuadir a la gente de que somos amantes? –preguntó, en cambio.
Stephanie hizo un gesto vago.
–Estando pendiente de cada una de tus palabras; mirándote a los ojos, pegándome a ti…
–Entonces el contacto físico sí está permitido.
Vio que Stephanie apretaba los labios como si evitara maldecir.
–No seas sarcástico, no te pega –sacudió la cabeza y su melena rizada le acarició el rostro–. Hay maneras de mostrar atracción e intimidad sin…
–Que ponga mis labios en los tuyos.
Damen se preguntó si aquella mujer era consciente de hasta qué punto lo estaba provocando, si se daba cuenta de lo peligroso que era lanzar un ultimátum como aquel, y más, a un hombre que iba a pagar una fortuna por su compañía.
No solo era un ultimátum, sino un reto, y él jamás rechazaba un reto: se limitaba a ganarlo.
–Demuéstrame que puedes resultar convincente o cancelamos el trato
Damen vio que titubeaba y por un instante pensó, desilusionado, que iba a echarse atrás.
Por cómo había defendido a Emma, enfrentándose a Christo y a él para guardarle el secreto, y cómo se había revuelto contra él después de que la secuestrara, había tenía la convicción de que aquella mujer no se arredraba ante nada. Pero en aquel momento…
Stephanie se aproximó lo bastante como para que pudiera oler su perfume a vainilla y recordara el instante en el que la había tenido en sus brazos y lo había besado con una pasión que había estado a punto de hacerle perder el control.
Estaba todavía sumido en ese recuerdo cuando ella posó una mano