Amor perdido - La pasión del jeque. Susan MalleryЧитать онлайн книгу.
se abrieron aún más y su rostro perdió el color.
Gage masticó su chicle durante un segundo y se encogió de hombros:
—Sabes, es muy amable de tu parte, pero creo que prefiero tratar con ella a mi modo, cuando llegue el momento.
El equipo estaba casi preparado. Gage sintió que su corazón casi se le escapaba del pecho, pero no dio muestras de ello. Sólo unos minutos más, se dijo. Sólo…
—¡Eh, mirad!
Uno de los atracadores del fondo se giró de golpe. Todos miraron. Un miembro del equipo de intervención táctica se había escondido demasiado tarde. El pistolero que sostenía a Kari gruñó enfurecido:
—Al diablo con todos.
Eso fue lo único que pudo decir.
Gage se abalanzó sobre él, liberó a Kari, le gritó que se echara al suelo y lanzó una patada al esternón del atracador.
El tipo lanzó un grito mientras expulsaba todo el aire de sus pulmones y caía de espaldas al suelo. Antes de que pudiera recuperar el aliento, dos hombres del equipo táctico lo estaban apuntando con pistolas.
Pero no fueron tan rápidos en capturar al hombre que había junto a Ida Mae. Sonó un disparo.
Gage reaccionó sin pensar. Se giró y se lanzó sobre Kari, cubriéndola con su cuerpo.
Sonaron media docena de disparos más. Gage levantó uno de sus brazos, buscando objetivos y mantuvo el brazo sobre la cara de Kari.
—No te muevas —le susurró al oído a Kari.
—No puedo —repuso ella.
Tras lo que pareció una eternidad, aunque sólo fueron unos segundos, un hombre gritó:
—Me rindo, me rindo. Me habéis dado.
Una voz firme gritó:
—Campo libre.
Cinco voces más lo siguieron, confirmando que el tiroteo había terminado. Gage se apartó de Kari y miró a su alrededor para comprobar los daños. Todos estaban bien, incluso Ida Mae, que había dado una patada al pistolero herido tras ponerse en pie. El jefe del equipo táctico se acercó a Gage. Estaba vestido de negro de pies a cabeza, llevaba la cara cubierta y armas suficientes como para tomar Cuba.
—No sé si eres un loco o un valiente por haber entrado en medio de un atraco.
Gage se sentó y sonrió:
—Alguien tenía que hacerlo y me imaginé que ninguno de tus hombres se iba a prestar a ello. Además, sabemos que son delincuentes de pueblo pequeño. Están acostumbrados a ver a un sheriff como yo. Vosotros, con vuestros disfraces de Darth Vader, los habríais asustado y lo habrías hecho actuar sin pensar. Alguien podría haber muerto.
—Si alguna vez te aburres de la acción en un pueblo pequeño, serás bienvenido a nuestro equipo.
—Estoy justo donde quiero estar —repuso Gage.
Luego se volvió y se encontró con Kari mirándolo. Aún estaba en el suelo. Su cabello, antaño largo y rubio, ahora lo llevaba corto. El maquillaje acentuaba sus ojos grandes y azules. El tiempo había convertido su cara en algo aún más bello de lo que recordaba.
—Sabías que estaban allí —dijo ella, en tono de pregunta.
—¿El equipo táctico? Sí. Estaban rodeando el edificio.
—¿Así que no estaba en peligro?
—Kari, un atracador te estaba apuntando con una pistola a la cabeza. Yo no diría que ésa es una situación de seguridad.
Kari sonrió. Una sonrisa sensual que Gage no había olvidado. El tiempo no había cambiado su belleza.
Gage de pronto se dio cuenta de que la adrenalina recorría su cuerpo. Y recordó que llevaba mucho tiempo sin tener sexo. Hacía ocho años, Kari y él no habían disfrutado de esos placeres. Se preguntó si ella estaría más abierta a la experiencia.
Se dijo que, durante el tiempo que ella estuviera en Possum Landing, iba a averiguarlo.
—Bienvenida —dijo él y le tendió la mano para levantarla.
Ella la aceptó.
—Demonios, Gage, si querías darme la bienvenida de una forma especial, ¿no podrías haber organizado un simple desfile?
—Ya puede irse, señorita Asbury —dijo el detective cuatro horas después.
Kari suspiró aliviada. Había explicado los hechos, había sido interrogada, le habían dado de comer y beber y al fin era libre para irse a casa. Sólo había un par de problemas más. Para empezar, su corazón se negaba a volver a la normalidad. Cada vez que pensaba en lo que había pasado en el banco, su corazón se ponía a galopar. El segundo problema era que había ido caminando al banco, que estaba a menos de un kilómetro de su casa, pero la comisaría estaba en la otra punta del pueblo. Era verano en Texas, lo que significaba que la temperatura era de un millón de grados, impregnada de humedad.
—¿Cree que alguien podría llevarme a casa? —preguntó Kari—. ¿O sigue Willy conduciendo su taxi por aquí?
—Me gustaría poder llevarla a casa yo mismo. Por desgracia, tengo trabajo que hacer. Le diré a uno de los oficiales que la lleve.
Kari dio las gracias con una sonrisa. Cuando se quedó sola, miró a su alrededor. Sólo quería echar un vistazo, se dijo. No buscaba a nadie en especial. Y menos a Gage.
Pero, como una abeja busca la flor más dulce, su mirada se posó en él. Estaba sentado en su despacho de paredes de cristal, hablando con algunos hombres del equipo táctico. ¿Estarían intentando convencerlo de que dejara Possum Landing y se uniera a ellos? Kari negó con la cabeza. Había cosas que no cambiaban nunca, se dijo. Gage Reynolds nunca dejaría Possum Landing antes de que Ida Mae fuera enviada como astronauta a la Luna.
Observó a Gage mientras hablaba y los otros hombres reían. El tiempo lo había convertido en un hombre, pensó. Con fuertes músculos y rostro firme. A pesar de que ella misma lo había presenciado, no podía creer que hubiera entrado así en medio de un atraco. ¡A propósito! Había actuado con calma y frialdad y casi la había vuelto loca.
—Señorita Asbury, puede esperar en el mostrador de la entrada. Un oficial la llevará a casa dentro de un par de minutos.
Kari se lo agradeció y caminó hasta la salida. Ida Mae estaba sentada en la sala de espera, con las manos entrelazadas en el regazo. Al verla, esbozó una amplia sonrisa.
—Kari.
La mujer se levantó y extendió las manos. Kari se acercó y aceptó su abrazo. Le resultó tan familiar… Los brazos huesudos de Ida, su cabello peinado de forma impecable, con su tupé, el aroma de gardenias de su perfume de siempre…
—Tienes buen aspecto, pequeña —comentó Ida y se sentó de nuevo.
—Y tú no has cambiado nada. ¿Estás bien?
—Pensé que me iba a dar un ataque al corazón allí en medio. No podía creerlo cuando aquellos hombres nos apuntaron con sus pistolas. Entonces, entraste tú y fue como ver un fantasma. Luego entró Gage. Qué valiente, ¿verdad? —comentó Ida Mae.
—Claro que sí —contestó Kari y pensó que ella tal vez no se hubiera atrevido a entrar en medio de un atraco de forma consciente, a pesar de quién estuviera en peligro. Pero Gage siempre hacía aquello en lo que creía.
—Aún es muy atractivo, ¿no crees? ¿No está más alto que cuando te fuiste?
Kari no respondió.
—Nadie sabía que habías vuelto —continuó la mujer mayor—. Por supuesto, sabíamos que algún día lo harías, ya que aún posees la casa de tu abuela y sus pertenencias. Puedo decir que las malas lenguas dijeron muchas cosas cuando te fuiste del