Educación, arte y cultura. Juan Sebastián Ariza MartínezЧитать онлайн книгу.
Eustaquio Álvarez y la enseñanza de la filosofía experimental en el siglo XIX colombiano
Pedro Javier Velandia*
El siglo XIX se caracterizó por ser un siglo de constantes disputas. Desde la configuración de los lenguajes republicanos que dieron sustento a los cuerpos políticos que se formaron desde 1810, Colombia pasó por múltiples procesos sociales, políticos y culturales a lo largo de dicha centuria. En apariencia, muchas de esas disputas corresponden a coyunturas políticas o a campos de saberes específicos; sin embargo, la urdimbre social del siglo XIX presenta una vasta densidad, que vale la pena revisar en sus propios términos. Siguiendo a Mauricio Tenorio Trillo, el siglo XIX es un río en el que convergieron múltiples corrientes, habitadas por varios personajes que nos permiten entender, desde localidades específicas, sucesos de escala global.1 Uno de los habitantes de la fauna decimonónica fue Francisco Eustaquio Álvarez (1827-1897), un intelectual y hombre público liberal que tomó parte en disputas jurídicas, políticas, filosóficas y pedagógicas.
Francisco Eustaquio Álvarez, c. 1866. Pintura: Autor desconocido. Óleo sobre tela, 85 × 74,5 cm. Colección del Museo de la Universidad del Rosario.
Declaración en la cual Francisco Álvarez aclara los hechos sucedidos en la noche del 29 de octubre, en la que un grupo de militares armados tomó rumbo hacia Usme, 1879. Autor: Francisco Eustaquio Álvarez, 1879. Imprenta de Gaitán. Bogotá. N.° topográfico: HSI 0531. Colección de la Biblioteca virtual del Banco de la República. Consultado el 30 de marzo de 2020. http://babel.banrepcultural.org/cdm/singleitem/collection/p17054coll10/id/740/rec/2
Francisco Eustaquio Álvarez nació en Gigante (Huila) el 29 de septiembre de 1827. Su padre era Francisco Álvarez Inclán, un español recientemente migrado de Oviedo, y su madre, Irene Ribero, quien provenía de una familia de próceres americanos. No obstante ser una reconocida figura pública desde mediados del siglo XIX, la niñez de Álvarez y su época de estudiante son una incógnita. En algunos esbozos biográficos se señala que, al ser parte de una familia acomodada, Álvarez se trasladó en 1844 a Bogotá, donde ingresó a estudiar derecho en la Universidad del Primer Distrito, que para ese entonces funcionaba en las instalaciones del Colegio de San Bartolomé. Allí formó parte de la generación de Salvador Camacho Roldán, Miguel Samper y Manuel Pombo, que fue formada por importantes personajes de la élite nacional, como José Ignacio de Márquez.2
No obstante lo anterior, el mismo Álvarez nos presenta otra perspectiva de su época estudiantil. De acuerdo con un corto relato autobiográfico,3 escrito en defensa de sus posturas políticas, y fiel a las narrativas de la época, en las cuales la educación es uno de los caminos del progreso, Álvarez cuenta que su llegada a Bogotá se dio con bajos recursos económicos, y que, en muchos casos, sus padres tenían que pasar necesidades para enviarle dinero. De acuerdo con esta narrativa, en 1848 Álvarez se hizo con una beca en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en calidad de interno; sin embargo, ese año no funcionó dicha modalidad de ingreso. Cuenta entonces:
En los días de mis mayores sufrimientos tuve siempre un cuarto en el Colejio de Nuestra Señora del Rosario. La casa levantada por el Ilustrísimo señor don Frai Cristóbal de Torres para la juventud pobre, me dio un abrigo, ya que las circunstancias no permitían otra cosa. Encerrado en mi cuarto sufrí el terrible rigor de las necesidades físicas más de una vez. […] Los beneficios que en ese Colejio recibí son una de las razones por las cuales he procurado siempre servirlo, i pagar así mi deuda de gratitud trabajando en favor de los jóvenes pobres, pues en la desgracia aprendí a compadecerme de los desgraciados.4
Esta suerte de agradecimiento con el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario se haría evidente durante las rectorías de Álvarez (1866-1874). Pero antes de llegar a ocupar dichos cargos, y desde sus últimos años de estudiante, Francisco Eustaquio Álvarez se articuló a diferentes espacios de sociabilidad decimonónicos, como las logias masonas y las sociedades democráticas. En 1849 Álvarez recorrió el suroccidente colombiano, donde fundó sociedades democráticas en Popayán, Buga y Palmira. En 1850 regresó a Bogotá, recibió su título como abogado y, un año después, obtuvo reconocimiento en el ámbito jurídico por el caso contra José Raimundo Russi, líder de una sociedad democrática de artesanos en Bogotá.5
Escudo de la sociedad “Estrella del Tequendama”, a la cual pertenecía Francisco Eustaquio Álvarez, 2010. Alberto Saldarriaga Roa, Alfonso Ortiz Crespo, José Alexander Pinzón Rivera, En busca de Thomas Reed. Arquitectura y política en el siglo XIX.
Consultado el 15 de abril de 2020. https://issuu.com/patrimoniobogota/docs/thomas_reed_web/2
Más allá de los detalles jurídicos, la querella contra Russi es muestra del quiebre en el interior del liberalismo colombiano. Como señala Germán Colmenares, desde las disputas de 1848 el liberalismo colombiano se dividió entre gólgotas y draconianos.6 Los primeros eran comerciantes y abogados que apuntaban a un liberalismo económico, que eliminaba cualquier tipo de proteccionismo y sentaba una postura de secularización; especialmente, en el ámbito educativo. Por su parte, el ala draconiana estaba compuesta por el artesanado que sostenía la necesidad de crear ciertos aranceles y restricciones económicas con el fin de proteger la producción interna.
Además de esta disputa jurídica, el ejercicio de Álvarez como abogado muestra la filigrana y las tensiones que suponía construir una normativa jurídica luego de la independencia. En un sonado caso resuelto el 9 de diciembre de 1856, Mariano Pinillos llevó al Tribunal del Distrito de Bogotá a Antonio Narváez por una deuda que este contrajo como fiador de Juan Bautista Merizalde. Dentro de la defensa realizada por Narváez se señalaba que él no puede actuar como fiador, al ser soldado, y para esto se acoge las Partidas de Alfonso X, ‘el Sabio’. Es así como, para definir la legislación sobre préstamos y cobros jurídicos, se recurría a jurisprudencia creada en el siglo XIII. Al actuar como magistrado interino del Tribunal Superior de Bogotá, Álvarez cita las siete partidas para señalar:
Hoi el mandato de la lei carecería de objeto, pues no hai quien, entre nosotros, se llame caballero de la meznada del rei; pero cuando se trata de aplicar en la República la lejislacion castellana del siglo décimo tercero, no solamente se necesita traducir una parte del lenguaje, que se ha modificado considerablemente, sino que es preciso acomodar las disposiciones de esa lejislacion, dada bajo un sistema de gobierno distinto del nuestro, de manera que en vez de buscar los mismos nombre busquemos la sustancia de las cosas para las cuales se dieron esas disposiciones, i aplicar esas leyes en su sentido, no en lo material de sus palabras, pues esto nos espondria a quedarnos sin lejislacion civil muchas vezes.7
Luego de una larga disquisición histórica, Álvarez concluye que la referencia jurídica a los caballeros de la mesnada del rey se puede entender como los soldados de la república, y que, por lo tanto, la deuda no existe, pues un soldado que contrae este tipo de relaciones pone en riesgo las arcas del gobierno. A pesar de que Álvarez fue sancionado económicamente por dictar dicha sentencia, el caso de Narváez muestra la forma como la jurisprudencia operaba igual que un territorio de disputa, por cuanto en la práctica era necesario crear un nuevo lenguaje acorde a las apuestas republicanas, pero se seguían dictando sentencias y dándose querellas a partir de la legislación castellana.
Además de las disputas jurídicas, la segunda mitad del siglo XIX fue el escenario de múltiples disputas de orden político, que fueron caldo de cultivo para guerras civiles que terminaron por perfilar las posturas y las diferencias entre draconianos, gólgotas y conservadores. Ahora bien, tales posturas, marcadas