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Mis cartas a Papelucho. Marcela PazЧитать онлайн книгу.

Mis cartas a Papelucho - Marcela Paz


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       bolita XIII

      ESTEBAN ME PILLÓ aguando la leche.

      —¿Es por adelgazar o para adelgazarnos? —preguntó malicioso.

      Silencio.

      —No abriré mi boca si me sirves de esclava...

      —¿Qué? —tartamudeé espantada.

      —Entendiste bien —dijo con calma superior—. Te estoy sobornando, pero entre hermanos es apenas un compromiso amistoso.

      —De verdad no te entiendo... —balbuceé.

      —Eso no importa. Tú no quieres que cuente lo que he visto y yo no quiero que cuentes lo que veas... ¿De acuerdo?

      Mi cabeza asintió mientras enrojecía de malos pensamientos por él. Los misterios de esta casa se atropellaban en mi memoria:

      1. El anillo que se le perdió a la mamá cuando yo era chica y dijeron que me lo había tragado.

      2. El paquete con jamón que desapareció antes de entrar al refrigerador.

      3. Un pantalón de Esteban nuevecito...

      4. Tantas cosas que se hablan y que enmudecen las bocas cuando yo entro.

      Frené mis pensamientos. Si no lo hago, en poco rato más estaría culpando a mi hermano de algún crimen.

      Mi pecado es juzgar mal a Esteban, pero fue él quien usó la palabra “soborno” que huele a podrido.

      N. T. T. D. E. M.

       bolita XIV

      SIENTO TANTA CONGOJA, pero tanta, que tengo que escribirte aunque no lleve esta carta a la piedra.

      Papá se fue... Sí, ahora se fue de veras de la casa. No volverá jamás. Yo lo conozco: es terco, irresponsable, inmaduro. Lo detesto. Me da alivio decirlo, aunque no sea verdad...

      Tenía que pasar... Todos y cada uno lo veíamos venir, pero nadie lo hablaba.

      Muchas veces sorprendí a la mamá llorando. También a la Susana y Rosario. Todos secaban sus lágrimas al verme aparecer...

      Es cierto que él se iba cada lunes a su trabajo en el campo, pero volvía los sábados. Ahora no volvió...

      En las vacaciones llevaba a uno u otro. Nunca a todos, nunca a la mamá ni a mí. Sin quererlo yo sospechaba algo (me carga sospechar). Siempre te decía que en esta casa había algo misterioso. Algo que iba a pasar y, cuando fueras mi amigo de verdad, te lo contaría.

      Ahora pasó y, aunque no eres todavía ese amigo, igual tengo que escribirlo. Veré después si me guardo o no esta carta.

      Se va un papá y una queda en suspenso. No es película. No es libro. Es la vida de una.

      ¿Qué pasará en esta casa si él no vuelve?

      Si al menos alguien hablara. Pero nadie dice nada. Cada uno se come su pena, su angustia, sus uñas y su rabia.

      Quizás sea respeto por mi mamá, por sus sentimientos, por su fracaso (¿es fracaso para una mujer que la deje el marido?). El tremendo silencio que nos rodea es porque no aceptamos la verdad. No queremos creerla. Queremos seguir igual que antes: “el papá está en el campo...”.

      El engaño no funciona. El aire se ha hecho pesado como el smog. Nadie discute y Esteban no molesta hace dos días.

      ¿Qué pasó con el papá? ¿Hizo algo malo? ¿Por qué no ha vuelto a casa? ¿Le aburrió su familia, la mamá, el trabajo?

      Puras caras en blanco.

      Si mi mamá no supiera por qué no ha vuelto, estaría intranquila averiguando en las postas u hospitales, en los aeropuertos, en la cárcel. En vez de eso, le ha dado por tejer una bufanda que no termina nunca, y pienso que cada punto es un recuerdo o acaso una posibilidad de que el papá vuelva.

      Yo no tejo, ni menos una bufanda, pero pienso y sé que maduro pensando... He pensado tantas cosas que siento que he envejecido en estos días. Sigo al papá en sus razones para dejarnos, imagino los “por qué” de sus desavenencias con mi mamá y me disparo en una teleserie de aventuras amorosas muy inspiradas en la TV. Veo al papá perseguido por vampiresas desodorantes, semidesnudas, envueltas en nubes de perfumes diabólicos, flotando en humos de colores entre la cordillera y el mar.

      Sin querer, al acostarme lo sigo en su aventura de pecado. Y no puedo dormir porque la imagen me persigue. Odio el pecado pero me arrastran las aventuras del papá igual que a él sus jabonosas vampiresas.

      Creo que el papá está atravesando su Edad Media y, convertido en serial, me persigue cuando cierro los ojos. Bailan por todos lados globitos de jabón, con ondulantes tules que el papá persigue idiotizado o embrujado.

      Abro los ojos para alejar todo esto y lo que alejo es el sueño... Hasta que por fin caen desmayados mis párpados y duermo.

      Al despertar de mis confusas pesadillas, lucho desesperadamente por encontrar una solución: que el papá vuelva a casa.

      No puedo hacer tareas y me caigo de sueño en clase. Las compañeras me sacuden, me remecen preguntándome si estoy enferma. Temo que alguna sospeche lo que pasa, entonces exagero una alegría forzada.

      Un día le oí decir a mi mamá que ella tiene un sistema para sus problemas caseros: “Cuando espero una cuenta que puede ser grandota, me imagino que será enorme, y entonces, cuando llega, resulta mucho menor que lo imaginado y me alegro”.

      Pero ese sistema no corre en este caso. Yo imaginaba que si algún día mi papá y mamá se separaban sería terrible. ¡Pero es todavía peor de lo que imaginaba!

      La tristeza se arrastra en esta casa y cuesta respirar.

      ¿Es que no existe un cerrajero o una ambulancia para solucionar problemas de esta clase?

      Tengo miedo de no poder contenerme y preguntar de una vez por todas y decir las cosas por su nombre.

      Quizás debería salir yo en busca del papá. ¿Dónde encontrarlo? En realidad, no te lo pregunto a ti, porque eres menor que yo y no te pediré consejo. Tampoco te mandaré esta carta porque es archiprivada y sería como abrir mi corazón, que es mío.

      Tengo en verdad otro amigo en el que puedo confiar y estar segura que no me fallará. Y no sé cómo no pensé antes en Él...

      En el colegio no hay una capilla, pero no hace falta cuando se puede rezar para dentro en cualquier parte.

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