Toda la noche con el jefe. Natalie AndersonЧитать онлайн книгу.
aumentar cada vez que estoy cerca de ti. Pero no puedo permitirme estropear este proyecto perdiendo el tiempo persiguiéndote cuando debería estar trabajando. Créeme, es bastante tentador. Así que te lo digo ahora. Estoy interesado en ti. Si sientes lo mismo, házmelo saber.
Lissa fue apenas consciente del movimiento de la gente que pasaba a su lado, de los autobuses y de los taxis avanzando por la calle; era como si sólo estuviese Rory delante de ella, impactándola con su claridad.
El tiempo pareció suspenderse mientras lo miraba, observándola al tiempo que su cerebro repasaba todas las razones por las que no podía ser sincera con él ni con ella misma. No podía permitir que ocurriese nada, aunque minutos antes prácticamente se lo hubiera pedido. Era su jefe. Los juegos de poder entrarían en la ecuación, y además no sabía nada de él. No podía arriesgarse.
Finalmente habló.
–Rory, no puedo.
Él se acercó más.
–¿No puedes o no quieres, Lissa? Sé que estás soltera. Sé que disfrutaste besándome.
Negarlo era inútil, pues su rubor lo confirmaba todo, de modo que se mantuvo callada.
–Supongo que eso es que no quieres, Lissa. Está bien. Así que, por ahora, nos concentraremos en el trabajo. Pero, cuando hayamos acabado el proyecto, volveremos a tener esta conversación.
La sangre le palpitaba por todo el cuerpo, las mejillas le ardían. Pero no podía ser una esclava de su deseo de esa forma. Ya había echado a perder un buen trabajo por eso. No iba a hacerlo de nuevo.
–No pongas esa cara de preocupación –dijo él agarrándola del brazo–. Todo saldrá bien –añadió mientras la metía en el bar–. Elige mesa. Yo iré a por las bebidas. ¿Manzana o cereza?
Lissa lo miró frunciendo el ceño.
–El alcopop. ¿De qué sabor?
–Oh –sintió cómo el calor en sus mejillas aumentaba, y una pequeña sonrisa apareció en su cara sin permiso–. De hecho creo que tomaré sólo una limonada.
–¿Hoy quieres ser sensata?
Ella asintió y vio cómo se alejaba hacia la barra. La camarera se puso en guardia, dando un golpe de melena y dirigiéndole una sonrisa coqueta.
Dándose la vuelta antes de empezar a sentirse molesta, Lissa eligió la mesa bajo la luz más brillante, situada en mitad de la sala. No quería rincones oscuros, nada que pudiera implicar intimidad. Debería haber sabido que no funcionaría. Su cerebro había pasado al modo de seducción. Su seducción. Se había quedado sorprendida por su acercamiento en la calle, así como porque hubiera confesado sentirse atraído por ella. Pero lo había dejado claro; el trabajo iba primero. Aquello era bueno. ¿Cómo lo había llamado? Una «distracción». Eso era lo único que sería. Tenía que recordarlo. Los hombres que tenían aventuras en la oficina no pensaban en matrimonio ni en hijos. Querían diversión para aliviar las largas horas e trabajo, y generalmente decían cualquier cosa para conseguirlo.
Rory volvió junto a ella con una bebida en cada mano y se sentó enfrente. No había manera de escapar a su mirada penetrante.
–¿Te gusta trabajar en Franklin?
Hasta hacía poco, sí. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por el móvil de Rory. Contestó con una sonrisa de disculpa y habló con monosílabos durante unos minutos. Cuando colgó, la miró y le dirigió un guiño que ella no supo interpretar.
–Era James. La reunión se ha alargado.
–Ah, de acuerdo –Lissa sabía que no podía permitirse pasar más tiempo a solas con Rory–. Debería irme a casa.
Rory señaló las bebidas, que estaban casi sin empezar.
–No puedo ir malgastando el dinero de la empresa, Lissa. Al menos quédate hasta que termines la copa.
Sería una grosería no hacerlo, pero las señales de alarma se habían activado en su cabeza. Levantó su copa y dio un largo trago.
–¿Tan nerviosa te pongo? –preguntó él riéndose.
–Claro que no –estaba más nerviosa por ella y por su debilidad. No podía permitirse ser tan tonta por segunda vez, pero la atracción que sentía hacia él amenazaba con sobrepasarla.
–La indecisión en tus ojos me mata, Lissa.
Ella miró hacia abajo inmediatamente. Su franqueza volvió a colarse entre sus defensas una vez más. Rory también era directo en el trabajo. ¿Pero era sincero? ¿O sería una frase practicada una y otra vez hasta la perfección?
–Realmente debería irme a casa.
–¿Deberías?
–Sí.
–¿Por qué no comemos algo antes de que te vayas?
Lissa no pudo evitar sonreír.
–Buen intento, Rory.
–¿Qué? –Rory levantó las manos fingiendo inocencia. Sonrió y bajó la voz–. Vamos a reestructurarnos, Lissa.
El tono de su voz hizo que se pusiera en guardia, y supo que no se estaba refiriendo al trabajo.
Declinó su oferta de llevarla a casa y escapó del bar y de su presencia arrebatadora. Siempre aprovechaba la oportunidad de ver los monumentos de la ciudad, de modo que tomó el autobús. Sólo le quedaban unas pocas semanas para disfrutar de las vistas. Pero, cuando se sentó junto a la ventana, su vista estaba desenfocada, y estaba tan perdida en sus pensamientos que se le pasó la parada.
Había creído que Grant era sincero. Sólo era diez años mayor que ella, pero infinitamente más experimentado. Había sabido exactamente cómo acercarse a ella sin asustarla. Había hecho las cosas típicas; le había prestado atención, le había regalado flores. Era el tipo de cosas que Lissa nunca había experimentado, las cosas de las que nunca le había visto disfrutar a su madre, y que sólo había visto en las películas. Eso debería haberle hecho darse cuenta de que todo era una mentira. Había creído estar enamorada de él, incluso pensaba que era recíproco. Que iba a tener el final feliz que su madre no había conseguido.
Luego se había enterado de lo de Melissa. Su prometida. La sórdida verdad se había hecho evidente. Nunca la había llevado a su apartamento, le había dicho que mantuviera la relación en secreto y no la comentara con sus compañeros de trabajo porque no quería favoritismos, nunca habían salido; él iba a su casa, cocinaba para ella y la adulaba. Pero había estado utilizándola todo el tiempo.
Lissa había puesto fin a la relación inmediatamente. O al menos lo había intentado. Pero él se había vuelto desagradable. Había convertido el trabajo en un infierno para ella, denigrándola enfrente de sus compañeros, asignándole los peores trabajos y, en alguna ocasión, había intentado tocarla.
Lissa podría haberlo denunciado por acoso, pero ya se sentía suficientemente herida y avergonzada por las miradas de sus compañeros.
De modo que había hecho las maletas.
Y ahora Rory había entrado en su vida. No sabía nada de él salvo que, en pocos días, había conseguido tirar abajo sus defensas. Lo deseaba, simple y llanamente. Deseaba deslizar las manos por su cuerpo, sentir su piel contra ella. Pero no podía arriesgarse a echar a perder otro trabajo. Lo único que podía hacer para evitarlo era ignorarlo. Retirarse tras una cortina de hielo, no mirarlo, no hablar con él, salvo cuando fuera necesario para el trabajo.
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