Una propuesta para Amy - El amor de mi vida - Mi vida contigo. Tessa RadleyЧитать онлайн книгу.
abandonado la idea de marcharse a Australia por una temporada. La boda y el bebé parecían haber dado un nuevo impulso a su vida.
Amy alzó ahora la vista y vio a Heath inclinándose hacia ella. Parecía demacrado y ojeroso. Desde luego, no tenía el aspecto de un novio feliz y entusiasmado. Estaba trabajando duro por ella y por su familia.
–Me sentiré más tranquila cuando todo este jaleo termine.
Él no sonrió. Por el contrario, sus ojos se tornaron más sombríos que nunca. Parecían los ojos del diablo. Sin embargo, había estado tan amable con ella todos esos días…
Él la miró fijamente y apoyó los codos en el mostrador.
–¿Dónde quieres ir después?
–¿Después?
–Después de la boda. De luna de miel.
¿La luna de miel? Amy sintió un calor líquido corriendo por su vientre ante la idea de ir a un lugar donde estuviera a solas con él.
–¿Qué falta nos hace ir de luna de miel? Nadie va a esperar de nosotros que…
–Iremos de luna de miel –replicó él con firmeza–. Así podremos conocernos mejor.
Ella conocía a Heath desde siempre, pero… estar a solas con él sería diferente.
Respiró hondo el aire húmedo de la noche.
–Heath, ya sé que esto no va a ser un matrimonio platónico, pero no necesitamos una luna de miel. Nuestro matrimonio no va a ser de ese tipo.
Él la miró con los ojos entornados de forma inquietante.
–¿Y de qué tipo piensas tú que va a ser nuestro matrimonio?
–¡Uf…! Quería decir que lo nuestro no es un matrimonio por amor. ¿Quién podría creerlo? Especialmente, a solo dos meses de la muerte de Roland.
–La gente creerá que el dolor nos ha unido. Mientras tú no les digas a nadie lo contrario.
–Todo el mundo se pondrá a echar cuentas y acabará preguntándose si el bebé es de Roland… o tuyo.
Las facciones de Heath se tornaron duras como rocas.
–Todo el mundo sabe que siempre has estado enamorada de Roland. No hay ninguna razón para que pongan en duda la paternidad del bebé.
Su amante se movía, deslizando su cuerpo sobre el de ella. Un rayo de luna reveló las duras facciones de su rostro. Era un lado de él que ella nunca había visto. Un breve instante de cordura la hizo vacilar, pero entonces él la besó y sus besos eróticos la hicieron derretirse por dentro. Con un suspiro de placer, se entregó rendida.
Sintió los ojos de Heath clavados en ella. Un torrente de adrenalina comenzó a correrle por las venas.
¿Y si ella hacía algo que le hacía pensar que lo deseaba?
En realidad, lo deseaba, aunque no quisiera admitirlo.
Razón de más para hacerle desistir de su idea de la luna de miel.
–¿Y que va a pasar con el Festival de Verano? Aún quedan muchas cosas por hacer –dijo ella, enseñándole la lista de tareas pendientes que tenía en una libreta–. No puedo irme así sin más.
–Ya lo creo que puedes. Se trata de nuestra luna de miel. Todo el mundo lo entenderá.
¡Uf! No iba a resultar nada fácil convencerlo, pensó ella.
–¿Y cuánto tiempo va a durar? –preguntó, rindiéndose a la evidencia.
–Cinco días. Tendrás tiempo más que suficiente para colaborar en la organización del festival cuando vuelvas. Yo te ayudaré.
A medida que los días pasaban y la fecha de la boda se acercaba, la tensión de Amy iba en aumento. Se daba cuenta de que estaba perdiendo el control de su vida. No había tenido ocasión de decidir ni la fecha de su boda ni la luna de miel.
Pero había una cosa que aún estaba en sus manos: decidir si de verdad quería casarse o no con Heath.
Se sentía culpable y debía decírselo. Había intentado hablar con él varias veces, pero siempre le había faltado el valor en el último minuto. Era una cobarde. Sin embargo, se prometió que no se casaría sin decirle a Heath eso que tanto le costaba confesar. Pero cada día se le hacía más difícil, y cuando llegó la víspera de la boda, todas sus buenas intenciones quedaron en nada.
La noche había comenzó bastante bien. Heath había invitado al padre de Amy a cenar con ellos en Chosen Valley. Una cena informal. Sin etiqueta. Amy se había puesto unos pantalones vaqueros que casi ya no podía abrocharse y un top. Heath llevaba, como siempre, sus vaqueros negros de marca y una camiseta.
Después de una comida espléndida, los tres se fueron al cuarto de estar. Había una luz suave y relajante. Josie, el ama de llaves de Heath, llevó una taza de chocolate caliente para Amy y los dos hombres se sirvieron una copa de oporto.
Amy se sintió avergonzada cuando su padre, para amenizar la velada, se puso a contar historias de cuando ella era niña. Heath, sin embargo, parecía muy interesado escuchándolas. Aparte de alguna mirada ocasional, se comportaba como si se hubiera olvidado de que ella estaba allí.
Finalmente, pareció recordar su presencia.
–¿Has tomado ya el hierro y las vitaminas, Amy? No te olvides de tomarlas. Mañana va ser un día muy duro.
–Deja de decirme lo que tengo que hacer –replicó ella indignada–. A pesar de lo que puedas creer, ya no soy una niña.
Las palabras retumbaron como una sentencia por las paredes del cuarto. En el fondo, ella sabía que estaba siendo injusta con él. Pero no podía dominar el resentimiento que había estado latente en su corazón desde que él había comprado Chosen Valley.
–Cálmate –dijo Heath.
–Deja entonces de entrometerte en mi vida como siempre has hecho.
–¡Amy! –exclamó su padre–. Heath salvó esta hacienda. ¿No puedes entender eso? Sé que tenías intención de ayudarme, pero no lo habrías conseguido.
–¿Qué quieres decir, Ralph? –preguntó Heath en voz baja.
Ralph Wright miró a su hija con ojos indulgentes, como si quisiera disculparse con ella.
–La situación era muy complicada. Me demoré demasiado con la vendimia y… cuando llegaron las lluvias… ya no se pudo hacer nada por salvar la cosecha.
–Está bien, papá –dijo ella, poniéndole una mano en el hombro.
–¿Qué planes tenías? –preguntó Heath, dirigiéndose a ella.
–Fui a hablar con el director del banco para ampliar nuestro crédito. Pero me dijo que no les interesaba –respondió ella, recordando la humillación–. Había pensado poner un pequeño hostal. Era algo que siempre había soñado. Tenía preparado incluso un plan de negocio.
–Deberías habérmelo dicho.
–¿Para qué? ¿Habrías ido a amenazarles con una porra para me dieran el préstamo?
Él esbozó una leve sonrisa.
–Creo que me sobrestimas. Supongo que yo tampoco habría conseguido que te dieran el crédito, pero podría haberme presentado como avalista. O haberte adelantado el dinero…
–No. Eso habría sido lo último que hubiera hecho.
–¿Por qué?
–No quería estar en deuda contigo. Soy una persona adulta. No quería que vinieses a solucionar mis problemas como siempre has hecho.
Como había hecho cuando era una colegiala. Solo que esa vez había ido más lejos. Había comprado su casa y le había buscado un empleo en Saxon´s Folly. Siempre