Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez GómezЧитать онлайн книгу.
los trabajos que allí hacían los pensionados. Con este motivo se intensificaron también sus relaciones con los romanistas italianos que habían empezado ya el año 1940 en que él había sido pensionado en Roma. A esta época corresponde el aumento de su colaboración con la revista del Laterano Studia et Documenta Historiae et Iuris, especialmente por la crónica de Epigrafía jurídica griega y romana que, durante esos veinte años, publicaba trienalmente en esa revista. Por ese Instituto Jurídico Español pasaron como becarios pensionados muchos jóvenes juristas españoles, buena parte de los cuales fueron accediendo después a cátedras de las más variadas especialidades jurídicas.
Desde el curso 1961-1962 profesó en la Universidad de Navarra, en la que continúa actualmente como profesor emérito, tras su jubilación oficial en 1985. Durante los diez primeros años de Pamplona estuvo encargado de la organización de las nuevas bibliotecas de esta Universidad, culminando así lo que había sido un quehacer constante de toda su vida académica.
Sus servicios como universitario fueron oficialmente reconocidos con la concesión de la Cruz de Alfonso X el Sabio al mérito docente, y los de la Universidad de Navarra con la Medalla de Plata por los XXV años de servicio.
[1] Mis Catalipómenos metaescolásticos (Sinfonía de una vida) no sé si se llegarán a publicar. Son una serie de estampas distribuidas en cuatro tiempos sinfónicos y vienen a sustituir a las memorias habituales pero que yo no escribiré, pues mi vida de catedrático en provincias no tiene tanto interés. Epistolario A. F., Pontevedra, 24-IX-1997.
1.
ADAGIO DE JUVENTUD (1915-1936. INFANCIA Y JUVENTUD)
BARCELONA, PRINCIPIOS DEL SIGLO XX
El 14 de abril de 1915, en plena guerra europea, nace en Barcelona el último de los hijos de Eugenio d’Ors Rovira y María Pérez Peix. El nacimiento de Álvaro Jordi tuvo lugar en el mismo domicilio familar, un sexto piso de la conocida como Casa de les Punxes, en la Avenida Diagonal.
«Sepa usted y diga a mis amigos que mi tercer retoño ha nacido estos días, varón como los otros dos, y que se cristiana mañana con el nombre de Álvaro. Tómese nota de él como de un futuro residente. Ya ve usted, yo estoy hecho ya un joven patriarca mientras que, por lo visto, usted continúa en Zenobita». Con estas palabras daba cuenta Eugenio d’Ors al poeta Juan Ramón Jiménez de la venida al mundo del protagonista de estas páginas[1].
Dicen que nací con más de seis kilos de peso, y que, exuberantemente lactado a pechos de mi buena madre, irrumpí en la vida con gran empuje[2].
El embarazo y, sobre todo, el parto de una criatura con semejante peso debieron de ser difíciles para una mujer menuda, como era su madre, que, siete y cinco años antes, ya había dado a luz a otros dos hijos: Víctor y Juan Pablo.
Fue bautizado a los nueve días del nacimiento, el 23 de abril, fiesta de san Jorge. Para la ocasión se eligieron como padrinos a un representante de la familia materna (su tío Álvaro Pérez Peix) y otro de la paterna (una prima de su padre, Conchita Ors, a la que familiarmente se conoce por el apelativo con que la llamaba Eugenio d’Ors: Tel∙lina[3]).
La estirpe de los Ors procede de la provincia de Barcelona, si bien, en tiempos más lejanos, podría entroncar también con Lérida. Según la interpretación que hacía don Eugenio, su apellido significa “oso”: «El nombre de Ors significa, naturalmente, el Oso y se encuentra en la onomástica de todos los países. Hay los Ursinos, que son príncipes, y los Orsini, que son anarquistas y ponen bombas. Hay los Beer, que dan nombre a Berna, que los agasaja, y a Berlín, que se los come (...) La estirpe de los Ors (…) procede del pueblo de Ors, en la provincia de Lérida, o quizá del otro Ors, de la misma provincia, convertido por los modernos en Os de Balaguer»[4].
Fue Xènius quien tuvo la idea de modificar el apellido para evitar la cacofonía que se producía al unir la última “o” de su nombre y la primera de su apellido, de manera que colocó en medio una “d” (minúscula) seguida de un apóstrofo. El apellido, singular en la España de principios del siglo XX, sería fuente habitual de conflictos administrativos cada vez que se hiciera precisa la inscripción en cualquier registro. Todavía, a fecha de hoy, una parte de la prole de don Eugenio figura en el Registro Civil como Ors, mientras que otros lo hacen como d’Ors y como D’Ors. La «d» minúscula y el apóstrofo ha dado lugar a una larga serie de variantes[5].
Mi apellido, con la D y la O, siempre fue causa de dificultades burocráticas, que me hacían ver con miedo cualquier ventanilla de matrícula o similar. Mi documentación nunca estuvo del todo en orden, y respiro aliviado cuando obtengo cualquier papel sin más dificultades[6].
El padre de Xènius era José Ors Rosal, nacido en Sabadell, que ejercía su profesión de médico en el hospital de la Santa Creu de Barcelona. Era, a su vez, hijo de Joan Ors i Font y Concepción Rosal i Sanmartí. De otra parte, la familia Rovira proviene de Villafranca del Penedés, si bien la madre, Celia Rovira García, había nacido en Manzanillo (Cuba), donde sus parientes, entre otras actividades agroindustriales, fabricaban una conocida marca de ron. Los padres de Celia se llamaban José Rovira Alcocer y Eloísa García Silveira. El matrimonio Ors-Rovira tuvo dos hijos: Eugenio y José Enrique, que quedaron huérfanos de madre cuando tenían 14 y 12 años respectivamente. Este hecho de su orfandad influiría de manera notable en la personalidad de los chicos. A ello hay que añadir que, una vez viudo y jubilado, José Ors contrajo nuevas nupcias con la francesa Hortensia Coutencour, con la que se estableció en La Garriga (Barcelona). Este segundo matrimonio enfrió las relaciones con sus hijos: Eugenio, aunque nunca perdió el contacto con él, se distanció de su padre, y José Enrique desapareció pronto de la vida familiar, después de alguna discrepancia, como consecuencia de que no se le permitiera disponer de la herencia materna hasta cumplir los 25 años (momento en el que se alcanzaba entonces la mayoría de edad)[7].
Por lo que se refiere a la familia de María Pérez Peix, su padre era Benigno Álvaro Pérez González, a quien los suyos nunca le llamaron por el primero de sus nombres. Este era un rico hombre de negocios de la Barcelona de finales del siglo xix, que había hecho una importante fortuna en la industria textil y gozaba de una posición muy sólida. Aunque era vallisoletano y riojano de origen[8], se afincó en Cataluña y fundó la empresa Pérez y Paradinas, que extendió a Madrid, Salamanca, Valladolid y Córdoba. Podría decirse que Pérez y Paradinas era una máquina de ganar dinero. Al principio, Álvaro Pérez era copropietario del negocio y después fue su único dueño, tras el fallecimiento de Paradinas, su socio. Sus más directos competidores eran los establecimientos Peyré de Sevilla y los almacenes Simeón de Galicia.
Álvaro Pérez se casó con Teresa Peix Calleja, que era hija de un industrial de Manresa, José Peix i Quer, y de una palentina, Eugenia Calleja, asentada en Barcelona desde tiempo atrás y muy introducida en sus círculos sociales. Eugenia Calleja influyó decisivamente en la formación de su hija, a la que trasmitió su dominio del francés y del inglés, cosa muy poco frecuente en aquella época y menos aún entre las mujeres. Una vez casada y viviendo instalada entre la mejor burguesía barcelonesa, Teresa Peix, la abuela materna de Álvaro d’Ors, desempeñó el papel de mujer resignada que sacrificó su vida por la empresa de su marido. Habituados a las ausencias del padre por viajes de negocios, sus hijos, Fernando, María, Álvaro y Pilar, fueron educados en buena medida por ella, que lo haría de la manera más refinada posible en aquellos años.
En el momento en el que se casaron, en Barcelona el 31 de septiembre de 1906, el matrimonio d’Ors-Pérez podía considerarse muy poco corriente: fueron una de las parejas de moda de la Barcelona de su tiempo[9]. Cinco meses antes de la boda, Eugenio se había ido a vivir a París para trabajar como corresponsal de La Veu de Catalunya. Los recién casados permanecerían en la capital francesa de forma estable hasta 1910, en que volvieron a Barcelona. En la Ciudad Condal, los dos esposos eran bien considerados como intelectuales y artistas, por lo que se integraron en sus círculos culturales, rodeados de personas que llevaban una existencia parecida a la suya: hablaban de literatura, teatro, música, filosofía, escultura