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Psiqué, la enamorada de un dios. Jacqueline BalcellsЧитать онлайн книгу.

Psiqué, la enamorada de un dios - Jacqueline Balcells


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esas nubes que se entretenían dibujando caprichosas figuras eran más felices que ella, se quedó profundamente dormida.

      A pocos metros de ahí, escondido tras unos matorrales, unos ojos la observaban. Era el dios Eros, que había llegado hasta el lugar siguiendo las instrucciones de su madre. Se acercó, cauteloso. Y tan admirado quedó al contemplar ese bellísimo rostro dormido, que no se fijó donde pisaba. Entonces quiso el destino que su pie tropezara en la única piedra que había en el prado, y también quiso que una flecha cayera de su carcaj y le arañara una pierna. Así, y aún antes de darse cuenta de lo que había sucedido, descubrió que estaba perdidamente enamorado de la que iba a ser su víctima. Solo atinó a tomarla entre sus brazos y a volar con ella hacia su palacio en la cumbre de la montaña rocallosa.

      Por primera vez una flecha de Eros había herido de amor a su propio dueño.

      La civilización de los dioses

      Los antiguos griegos necesitaron de los mitos para entender el mundo; y sus dioses fueron creados por una necesidad poética. Homero y Hesíodo, los dos grandes poetas griegos fueron quienes, al recoger la tradición épica, les dieron sus características, sus poderes especiales y sus formas.

      Los griegos no escuchaban a sacerdotes, sino que a sus poetas. Ellos, los poetas, a través de su creación daban sentido a la vida y formaban el espíritu de los humanos. Fue así como la razón, el amor, la belleza y las pasiones se personificaron en Atenea, Afrodita, Apolo, Dionisio. La poesía, en la Antigua Grecia, imprimió su sello a la religión, a la moral, a la política y a las artes en forma tal que aún hoy somos herederos de la civilización de sus dioses.

      Dioses, furias, musas y titanes

      Los antiguos griegos fueron un pueblo prodigiosamente imaginativo. Una muestra de ello es su religión, que deificaba todo lo admirable y todo lo terrible de la vida humana, y que constituyó un mundo poblado de dioses, ninfas, furias, demonios, musas y titanes.

      La mitología griega, de una imaginería sin igual, ha obsesionado la mente de poetas y artistas de todas las épocas hasta nuestros días. “Somos enteramente griegos –decía el poeta inglés Shelley–: nuestras leyes, nuestra religión, nuestro arte tienen sus raíces en Grecia”. Aunque la religión cristiana llegó del Oriente, el espíritu de los griegos influyó también en ella.

      La civilización del alba

      Para la doctora en lenguas clásicas de la Universidad de Cambridge, Jane Ellen Harrison, la deuda que tiene Occidente con la civilización griega –y específicamente a través de su mitología, poesía y filosofía– es la expulsión del miedo. “Gracias a los griegos, la oscuridad y el miedo a lo invisible fueron iluminados, purificados y aquietados por la Razón y la Belleza”.

      Hasta entonces las religiones habían representado a sus dioses con formas atemorizantes o misteriosas; los dioses griegos, en cambio, estaban constantemente iluminados por la razón y representados por hermosas imágenes.

      La civilización griega ha sido llamada la Civilización del Alba: el alba es lo que se opone a la noche, a la oscuridad, a lo desconocido, a lo que produce temor. Los dioses griegos eran dioses matutinos: bellos y claros. Alumbraban y alejaban las tinieblas y todo ese mundo de monstruos que atemoriza a los seres humanos y que pertenece a la Civilización de la Noche. La noche, por no dejar ver, asusta; el día, por traer la luz, reconforta.

      Dioses a la imagen del ser humano

      Como la mayoría de los pueblos de la antigüedad, los griegos creían en distintas divinidades. Unas representaban las fuerzas de la naturaleza –como Poseidón, el dios del mar– y otras los sentimientos humanos –como Afrodita, la diosa del amor–. También había los que representaban distintas actividades humanas –Hestia, la diosa del hogar o Apolo, el dios de la música–. Todos ellos tenían en común la inmortalidad, propia de los dioses, pero también sufrían debilidades humanas; así Zeus, el dios supremo, no se resistía ante una joven bonita y se lo pasaba engañando a su mujer, la diosa Hera.

      Los dioses griegos no solo tenían figuras humanas, sino que participaban constantemente en las aventuras de los humanos. Claro que en esta relación había reglas muy claras y severas: si algún mortal osaba desafiar a un dios tendría luego que sufrir el castigo divino, pues los dioses eran celosos y vengativos.

      La creación

      Al comienzo de todas las cosas solo existía el Caos, que era una masa informe. Del caos surgió la Madre Tierra y esta, mientras dormía, dio a luz a su hijo Urano. Desde las alturas Urano contempló con cariño a su madre dormida

      y derramó sobre ella una lluvia fértil. El agua, al penetrar en todas las hendiduras secretas de la Madre Tierra produjo hierbas, flores, árboles, ríos, lagos y mares. Y luego nacieron los animales, las aves y los peces.

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