Integrismo e intolerancia en la Iglesia. Juan María LaboaЧитать онлайн книгу.
cada comunidad.
Naturalmente, no es posible llegar a esta situación de comunión intraeclesial si predomina el fundamentalismo, sus métodos, sus miedos y sus sospechas. El reto más importante en la Iglesia actual es el de superar el reino de la sospecha. Durante estos dos siglos se ha instalado en el ámbito eclesial la óptica de situación, la sospecha de que los que piensan o sienten de otra manera resultan deletéreos para la comunidad creyente y para la evangelización. Los «otros» son considerados herejes infiltrados, movidos por extrañas intenciones, o personas ignorantes o ávidas de poder que buscan solo la imposición de sus ideas. No es posible un pluralismo convergente en el planeta de la sospecha, no es posible una comunión eclesial allí donde la desconfianza camina en todas direcciones. Otro tanto se debe afirmar de las causas de nombramientos o exclusiones. Conviene recordar las palabras de Newman: «Exigen una Iglesia dentro de la Iglesia [...] convirtiendo en dogma sus puntos de vista particulares. Yo no me defiendo contra sus opiniones, sino contra lo que se debe llamar su espíritu cismático».
Y junto a la sospecha, el miedo. Aunque se trate de una moneda corriente en los ámbitos del poder político o económico, si se instala en la Iglesia se resquebraja su esencia. Además, allí donde se instala el miedo crece la prepotencia y la tiranía, tal como he expuesto en estas páginas. Además, ¿miedo a qué? ¿A que se deforme la Palabra de Dios o a que se cambien interpretaciones de esta palabra que se deben a sensibilidades, informaciones o comprensiones propias de la cultura y de la mentalidad de otros tiempos y que hoy han sido superadas o completadas gracias a una precisa evaluación del signo de los tiempos?
Hay muchas clases o manifestaciones del fundamentalismo. Todas van contra la libertad del acto de fe, contra la comunión eclesiástica, contra la paz y la alegría interior, fruto de la Buena Nueva anunciada. Todas van contra la autoridad entendida como servicio, contra la fe razonable y el amor fundamento de la comunidad. Todas atentan contra la realidad de una Iglesia espacio de comunión de sus miembros.
Este fundamentalismo se ha expresado virulentamente con motivo del pontificado de Francisco en una Europa y Norteamérica cuyas Iglesias católicas se encuentran en grave crisis de descomposición. El papa que viene del fin del mundo, que ha vivido la aplicación del Vaticano II y los sínodos de Medellín, Puebla y Aparecida, con la sensibilidad de los países del Sur, preparados para considerar con seriedad los signos de los tiempos, está dispuesto a seguir el Evangelio y a renovar tradiciones, interpretaciones y teologías que responden a sensibilidades y reflexiones de otros siglos. Esta decisión del papa está resultando demasiado fuerte para gente estancada en la rutina y siempre añorando el pasado, sin darse cuenta de que esta evolución se ha producido a lo largo de los siglos y que en la situación actual resulta necesaria y urgente si nos consideramos discípulos del Cristo de los evangelios.
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