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El corazón de la pastoral. Fernando Cordero MoralesЧитать онлайн книгу.

El corazón de la pastoral - Fernando Cordero Morales


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juntos, pero no han afrontado el desafío de mostrarse a sí mismos y de aprender quién es en realidad el otro».

      Elegir las lecturas, los cantos y los otros elementos de la celebración ayuda a crear un ambiente de contemplación y de conexión con el misterio de la Trinidad, que es el culmen del amor. Escuchar los criterios para la elección de las lecturas puede ser muy útil de cara a la homilía, así como la pregunta en torno a qué papel va a jugar Dios en el matrimonio.

      Seguramente, a pesar de las críticas que ha tenido, una de las homilías de boda que más se nos ha quedado grabada ha sido la del arzobispo Michael Curry en la boda del príncipe Harry y Megan Markle. Podríamos titularla: «Imaginad un mundo en el que el amor fuera el camino». La forma de decirlo, con su tableta en el histórico templo y su pasión, despertaron el interés mundial. Probablemente dijo cosas básicas, pero muy bien dichas y sentidas en un altavoz mediático único: «Imaginad nuestros hogares y familias donde el amor fuera el camino. Imaginad nuestros vecindarios y comunidades donde el amor fuera el camino. Imaginad nuestros gobiernos y naciones donde el amor fuera el camino. Imaginad los negocios y el comercio donde este amor fuera el camino. Imaginad este viejo mundo cansado donde el amor fuera el camino».

      Unción o «tabernáculo sagrado»

      Los equipos de pastoral de la salud de las parroquias saben bien de la necesidad de acompañar a los enfermos, de visitarlos, de compartir diálogos, de «llevarles la comunión», de leer juntos la Palabra y hacer presente a la comunidad eclesial en medio de la etapa de enfermedad que vive la persona destinataria de esta atención, que entronca con la cercanía de Jesús por los enfermos. Además, esta pastoral es «magisterio mariano», porque, como afirma Jesús Martínez Carracedo, «María, la Madre, encarna la moral de la responsabilidad en el cuidado, es decir, la que se caracteriza por una gran proximidad a la realidad cotidiana, unas relaciones más afectivas, un lenguaje concreto (“No tienen vino”), una cercanía intuitiva y práctica».

      La unción de enfermos, celebrada en torno a la Virgen de Lourdes o en la Pascua del Enfermo, en medio de la comunidad cristiana, es un momento significativo de la vida parroquial en el que nos abrimos al misterio de la esperanza. Acompañar es clave. Ungidos por Jesús, que nos acompaña en el dolor y en la enfermedad. La comunidad queda también ungida y urgida en ese acompañamiento. Así lo experimenté hace años en la parroquia de Ntra. Sra. de la Candelaria, de Sevilla, donde su equipo de pastoral de la salud mimaba la visita a los enfermos, y el día de la unción comunitaria entregaban un clavel a cada una de las personas que recibían el sacramento y luego ofrecían una merienda preparada con esmero.

      Con ocasión de la Pascua del Enfermo de 2018, la diócesis de Málaga publicó en su canal de YouTube una entrevista al sacerdote José López Solórzano, párroco de Ntra. Sra. de la Encarnación, de Marbella, y padrino del joven Pablo Ráez, donde cuenta con sencillez su historia, su relación con Pablo y lo que él le enseñó. Es un testimonio precioso para acompañar. Lleva por título: «El legado íntimo de Pablo Ráez». En un determinado momento, el joven que comienza a ser mediáticamente conocido por su lucha contra la leucemia y el trasplante de médula, da gracias a la vida. El sacerdote le dice: «¿Por qué no das gracias a Dios? Yo sé que tú eres creyente». De hecho, Pablo ha comulgado y recibido la unción de enfermos administrada por el propio sacerdote. Responde el enfermo: «Pepe, yo no quiero que nadie se sienta excluido, ni siquiera por Dios. A mí Dios no me ha dado la médula, me la tiene que dar la gente. Dios es mi fuerza».

      El joven destaca en un documental que se hizo viral la cercanía de su párroco: «Pepe es mi padrino, pero es mucho más que mi padrino. Es mi amigo. Realmente, Pepe es un gran amigo para mí. Ha estado muy presente en mi enfermedad. Ha sido de las personas que más cercanas han estado. Siempre, siempre, siempre que ha podido ha estado para venir a verme. Siempre que he necesitado algo ha estado para dármelo».

      En los momentos más duros también estaba el sacerdote. Así lo recordaba Pablo: «Lo más importante de todo fue el día en que yo me estaba trasplantando. Tenía muchísimo miedo. Él apareció por allí y, cuando le vi, me inflé a llorar, estuve un rato llorando y supe que me iba a recuperar e iba a ir bien». Es tan importante aparecer, estar, compartir... Solo así se puede acompañar la pasión de los que sufren. El párroco de la Encarnación revela que, «cuando Pablo está más malito, su casa se convierte en un tabernáculo sagrado con su padre, su madre, su hermana y un servidor. Pablo se va muy en paz. No se va derrotado. Ha derrotado a la enfermedad, porque la enfermedad no ha podido con él ni le ha quitado la esperanza ni las ganas de hacer el bien». Y como colofón: «La leucemia no pudo con Pablo. Pablo venció a su enfermedad muriendo».

      Podríamos decir que hay un denominador común a la hora de preparar bien los sacramentos, que es que el sacerdote conozca y tenga trato con aquellos que van a recibirlos. En ocasiones puede suceder que alguien esté en un proceso para recibir algún sacramento y las circunstancias de la vida le lleven a encontrarse con Jesús en otro de los siete signos. Esto ha sucedido hace unos meses en Francia. Un terrorista tenía como rehenes, en un supermercado, a cuatro hombres y una mujer. El gendarme Arnaud Beltrame se ofreció para ocupar el puesto de la mujer y, en el intento de reducir al terrorista, recibió varios disparos, que le causaron la muerte unas horas más tarde. Arnaud iba a contraer matrimonio canónico con Marielle. El padre Jean-Baptiste, de los Canónigos Regulares de la Madre de Dios, en la abadía de Santa María de Lagrasse, conocía muy bien a ambos. Prueba de ello son algunas de sus palabras en la homilía del funeral: «En el hospital estábamos reunidos los tres como para el matrimonio que debía celebrarse próximamente, y lo que celebramos en su lugar fue la unción de enfermos. Dentro de dos meses debería haber presidido la alegría del matrimonio de Arnaud y Marielle, y aquí estoy, celebrando su funeral».

      Sentados en la hierba

      Me gustaría terminar estas pinceladas en torno a preparar los sacramentos con otra reflexión del bisbe Toni que me parece ciertamente inspiradora en torno a la multiplicación de los panes y los peces. Celebramos los sacramentos en comunidad, nos sentimos hermanos, somos Iglesia en salida que comparte la vida y la intemperie con los otros.

      Escribe Toni:

      Jesús bendijo el pan y lo partió, solemne eucaristía del prado; y animó a los apóstoles a que indicaran a la gente que se sentara en el suelo. «Había mucha hierba en aquel sitio»: siempre me ha sorprendido esta descripción del evangelista. ¿Por qué este detalle de la hierba? Quizá simplemente para indicarnos que podían sentarse cómodamente en el suelo. Y resulta que aquí está otra clave significativa de este milagro, que para mí le da el título, ya que se trata de un detalle importante.

      Y prosigue el joven bisbe sobre el sentido de este sentarse en la hierba:

      Cuando uno se sienta en el suelo y deja la silla, descubre que el vecino, sentado también en el suelo, es igual que yo, y juntos, cara a cara, sentados cómodamente en la hierba, podemos compartir de corazón a corazón. Sentarse en el suelo significa abandonar la silla, la cátedra, el trono, que me hace diferente, por el título, la clase social, la casta, etc. Porque sentado en el suelo poco importa lo que tienes, solo cuenta quién eres. La silla y el trono no permiten intimar, porque siempre me sitúan en una altura, rango o categoría diferente. La intimidad es posible sentado sobre la hierba.

      Ojalá, al celebrar los sacramentos, creemos un ambiente de familia, de estar sentados en la hierba, junto a Jesús, que en medio de nosotros apuesta por el milagro de la fraternidad. Solo así la existencia se transforma con una extraña felicidad que lo impregna todo, dándonos el impulso de la esperanza y emplazándonos a vivir la alegría del Evangelio.

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