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Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel FernándezЧитать онлайн книгу.

Los cinco minutos del Espíritu Santo - Víctor Manuel Fernández


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“Ven Espíritu Santo, y ayúdame a perdonar.

       Porque a veces recuerdo el daño que me han

       hecho, y eso alimenta mis rencores y mis

       angustias.

       Ayúdame a comprender a esas personas que me lastimaron, enséñame a buscarles alguna excusa para que pueda perdonarlos.

       Ven Espíritu Santo, y derrama dentro de mí el deseo de perdonar y la gracia del perdón, porque solo no puedo.

       Ayúdame a descubrir que es mejor estar libre de esos rencores y ataduras, y dame tu gracia para liberarme de verdad.

       Derrama tu paz en todas mis relaciones con otras personas, para que reine el amor y nunca el rencor. Amén.”

      21 ¿Quién es el Espíritu Santo? Estamos ante el Misterio de un amor infinito.

      Si leemos la Biblia, allí Dios nos habla permanentemente de su amor por cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros es obra de sus manos, criatura amada: “Tú eres precioso a mis ojos, y yo te amo” (Is 43,4). Y nos habla de un “amor eterno” (Jer 31,3), de manera que, aun cuando nadie esperaba nuestro nacimiento, él desde siempre nos imaginó para darnos la vida. Y si los demás esperaban un niño de otro sexo, de otro color, con otro rostro, él nos esperaba tal como somos, porque él es el artista maravilloso que nos hizo, y él ama la obra de su amor. Mi existencia y la tuya tienen una sola explicación, que Dios nos ama:

      “Aunque tu propia madre se olvidara de ti, yo no te olvidaré... Mira, te llevo tatuado en la palma de mis manos” (Is 49,15-16).

      “Tu Dios está en ti, poderoso salvador. Él grita de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de alegría” (Sof 3,17).

      El mismo Dios es un Misterio de amor. Porque él no es un ser aislado, sino tres Personas que son un solo y único Dios. Este es un Misterio profundísimo que no podemos comprender en esta vida.

      Pero nos hacemos una pregunta. Si las tres Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nos aman con un mismo amor divino, ¿por qué se llama especialmente Amor al Espíritu Santo?

      Porque el Espíritu Santo procede, como si fuera un fruto perfecto, del amor que se tienen el Padre y el Hijo. Es decir, el amor que se tienen el Padre Dios y su Hijo termina en una inclinación, en un movimiento de amor que los une como una llama infinita de amor, y esa llama es la Persona del Espíritu Santo. Él es el amor que une al Padre y al Hijo, y el regalo de amor que ellos dos derraman en nuestros corazones.

      22 “Ven Espíritu Santo, y ayúdame a mirarme a mí mismo con cariño y paciencia.

       Enséñame a descubrir todo lo bueno que sembraste en mí, y ayúdame a reconocer que en mí también hay belleza, porque soy obra de un Padre divino que me ama y me ha dado su Espíritu.

       Sabes que a veces me duelen los recuerdos de errores que he cometido. Ayúdame a mirarme como Jesús me mira, para que pueda comprenderme y perdonarme a mí mismo.

       Ven, Espíritu Santo, derrama en mí toda tu fuerza, para que pueda comenzar de nuevo y no me desprecie a mí mismo.

       No permitas que me dominen los remordimientos, porque tu amor siempre me permite comenzar de nuevo. Ven Espíritu Santo. Amén.”

      23 Uno de los aspectos más fuertes de nuestra existencia es el deseo de vivir intensamente. Eso es lo que lleva a muchos jóvenes a tomar un auto y llevarlo a toda velocidad, o a buscar drogas excitantes, o a desbocarse en relaciones sexuales cada vez más desenfrenadas, etc.

      Es mejor que no nos engañemos con esas falsas fuentes de vida. Cultivemos lo más grande y noble que tenemos, la vida interior. Si no lo hacemos, buscaremos cada vez más esas falsas experiencias que nos engañan, y cada vez nos sentiremos más muertos por dentro.

      Algunos viven confundidos, creyendo que entregarse al Espíritu Santo es peligroso, como si él pudiera quitarles el entusiasmo por vivir. Nada más contrario a la realidad. Porque el Espíritu Santo es vida, vida pura, vida plena, vida divinamente intensa, vida total. Y si algo en este mundo tiene vida, es porque allí está el Espíritu Santo derramando una gota de su vida infinita. Leamos cómo lo dice la Biblia:

      “El Espíritu es el que da la vida” (Jn 6,63).

      “La letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor 3,6).

      24 En lo más íntimo de nuestro ser, en la raíz de nuestra existencia, sólo el Espíritu Santo puede hacernos sentir vivos. Sólo él puede hacer que dejemos de sobrevivir o de soportar la vida, y que realmente vivamos, que experimentemos en todo nuestro ser los efectos de la gloriosa resurrección de Jesús, algo de esa deslumbrante intensidad de la vida divina.

      La Palabra de Dios tiene una promesa de vida, no sólo de vida eterna, sino de vitalidad en esta tierra, de manera que si poco a poco dejamos que el Espíritu Santo invada nuestro ser, iremos experimentando que cada vez estamos más vivos. Veamos lo que nos asegura la Palabra de Dios y creamos en estas promesas:

      “El hombre de Dios florece como una palmera, crece como un cedro del Líbano... En la vejez sigue dando fruto, se mantiene fresco y lleno de vida” (Sal 92,13.15).

      “Bendito el que confía en el Señor, porque él no defraudará su confianza. Es como un árbol plantado a las orillas del agua... No temerá cuando llegue el calor, y su follaje estará frondoso. En año de sequía no se inquieta, y no deja de dar fruto” (Jer 17,7-8).

      Notemos que esta promesa de vida incluye también el gozo de dar frutos, de ser útiles, de producir algo para el bien de los demás; porque nadie se siente vivo si no se siente también fecundo: en el servicio, en la paternidad espiritual, en el arte, en el trabajo, etc.

      Pidamos al Espíritu Santo esa agradable fecundidad.

      25 Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la conversión de San Pablo. Esa conversión maravillosa ciertamente fue obra del Espíritu Santo, porque sin él un corazón cerrado no puede abrirse. Además, el Espíritu Santo impulsó a San Pablo a predicar el Evangelio con gran entusiasmo

      La predicación del Evangelio está al servicio de un mundo nuevo. Cuando esa predicación es entusiasta, convencida, valiente, confiada, entonces el poder de Jesucristo se manifiesta de maneras variadas, transformando la vida de las personas y de la sociedad.

      Si hay un modelo de lo que significa una predicación con poder, ése es San Pablo. Su fervorosa misión apostólica es un modelo del entusiasmo que derrama el Espíritu Santo. Vale la pena leer la descripción que él mismo hace en 2 Cor 11,26. El libro de los Hechos recoge las tradiciones que se habían difundido sobre los prodigios “poco comunes” que Jesús hacía a través de Pablo (Hech 19,11-12). Y concluye: “Así, por el poder del Señor, la Palabra se difundía y se afianzaba” (Hech 19,20).

      Recordando a San Pablo, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude para que podamos convertirnos más profundamente y también para que no desgastemos inútilmente nuestras energías y vivamos con ese entusiasmo que experimentó San Pablo.

      26 “Ven Espíritu Santo, y entra en mi hogar. Hoy quiero entregarte a todos mis seres queridos para que hagas en cada uno de ellos tu obra maravillosa.

       Te abro las puertas de mi familia. Entra, y derrama amor para que sepamos vivir juntos, para que aprendamos a valorarnos, a respetarnos, para que sepamos dialogar.

       Protege mi casa de todo mal con tu presencia santa, y no permitas que allí reine la tristeza, el rencor o los miedos. Derrama seguridad, confianza, serenidad y alegría, para que todos los que entren en mi casa experimenten qué bueno es vivir en tu presencia. Ven Espíritu Santo. Amén”.

      27“Penetra mis entrañas con tu amor, Espíritu Santo, para que sienta que los demás son


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