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Marlon Brando tenía un bulldog. Juan José Arjona MuñozЧитать онлайн книгу.

Marlon Brando tenía un bulldog - Juan José Arjona Muñoz


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prisa por llegar al final. Lee cada tema y vuelve a leerlo tantas veces como necesites. Resalta lo que te llame la atención, haz anotaciones en los márgenes del libro, ve las películas que te recomiendo y realiza los ejercicios. Disfrutarás.

      Más valiosas que las respuestas que vamos encontrando son las preguntas que nos hacemos

      Capítulo 1

      El actor

      INTRODUCCIÓN

      Un estudiante estaba presentando una escena y “encontró” al personaje. Se sintió genial. Al terminar la escena le preguntó a su profesor cómo era que lo había “encontrado”. La respuesta del profesor fue que no se preguntara el cómo, que simplemente lo disfrutara. Lógicamente el actor se sintió frustrado en sus expectativas. Creía haber encontrado la clave sobre la que fundamentar su carrera, pero el profesor le hizo ver que eso no dependía de él. Que no podía replicar el resultado, sino que este era algo caprichoso que, simplemente, a veces sucedía.

      La carrera de un doctor, pianista, escritor, director o actor no debería estar plagada de trabajos mediocres y alguna esporádica gran creación, pues su carrera sería un sube y baja constante. Sino que debería crear grandes obras, si pretende ser un gran artista, y quizás, con el tiempo, los críticos señalen una de sus creaciones como su mejor creación. Pero todas las obras de Miguel Ángel, de Picasso, de Wagner, de Beethoven, de Mijaíl Barysnikof, de Marlon Brando, de Meryl Streep y de Anthony Hopkins son grandes creaciones que demuestran su maestría en cada uno de sus campos.

      Por lo tanto, la pregunta del “cómo” es fundamental y de nosotros depende encontrar la respuesta.

      En algún momento de nuestra carrera todos los actores hemos experimentado la magia de fundirnos con el personaje. ¡Qué maravillosa sensación! Estás presente como actor, pero desde un plano diferente, en el que observas y, lo más importante, te maravillas del personaje que has creado. Como si se tratara de alguien a quien no puedes dejar de observar y de sorprenderte. Te absorbe, te enamora, te magnetiza... Es difícil de explicar con palabras.

      La pregunta era necesaria: ¿Qué había pasado para que se diera esa “comunión”? ¿Qué hacer para conectar de esa forma con todos mis personajes? Si yo soy el mismo actor, ¿dónde estaba la diferencia? ¿Lo diferente estaba en el guion, en el personaje, en el director, en mis compañeros, en cómo me sentía en mi vida personal, en qué sucedió en un soleado día de primavera, en que llovía, en...?

      Es muy complicado analizarse a uno mismo, y no culpar a los demás de nuestros fracasos por no alcanzar a veces esa magia. Por algo dicen que la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana. Cuando ponemos el foco de atención en el exterior, inevitablemente nos convertimos en víctimas, pues no está en nuestras manos controlar lo que los demás hacen o dicen, o dejan de hacer y decir: la culpa fue del director, o de la forma en que el guionista había desarrollado mi personaje, o de mi compañero de escena, o de... Así solo se llega a la desilusión, a la frustración, al resentimiento, a la amargura y a la impotencia.

      Una vez aceptamos lo complicado de intentar comprender lo que provoca que ‘esa magia’ suceda en nosotros, la mejor opción es analizar lo que provoca que esa magia se dé en otros, y fijarnos en los actores que admiramos.

      ¿Qué provoca que ciertos actores sobresalgan del resto?

      Cuando haces esa pregunta solemos obtener la siguiente respuesta: el talento.

      Pero ¿qué es eso? ¿Dónde reside? Y lo más importante, ¿por qué lo experimentamos a veces, y otras veces no?

      Nadie tiene respuesta a eso. Lo más que se puede decir sobre el talento es que es una cualidad innata, una facilidad natural para desarrollar alguna actividad. Pero hay personas que tienen talento y no llegan a ninguna parte. Y otras que quizás no tenían esa facilidad, pero que llegaron a destacar como deportistas, cantantes, bailarines o actores. Este punto era fácilmente observable al analizar las carreras de algunos actores, en los que sus primeros trabajos pasaron desapercibidos, pero que con el tiempo se forjaron grandes carreras. En otras ocasiones hemos presenciado la opera prima de algún actor y nos ha dado la impresión de que tendría una brillante carrera, para luego descubrir que sus siguientes creaciones eran mediocres.

      Cuando el resultado se define por una serie de altibajos, sin importar que sean más los altos o los bajos, solo puede ser debido a que no seguimos un proceso, una serie de pasos comunes.

      ¿Cómo lo han logrado los actores que admiramos? Son muchas las variaciones que encontramos; a veces parecía que era casi inevitable debido al guion, al director y al casting. A veces, pero no siempre. Los productores de El Padrino no querían a Marlon Brando y el director, Francis Ford Coppola, no tenía nada claro que la película llegara a ser un éxito. Más bien la consideró el final de su carrera como director.

      El personaje de Hannibal Lecter no era ni el protagonista ni el oponente principal de El silencio de los corderos, pero fue tal el impacto de la creación de Anthony Hopkins que no solo es el primer personaje del que nos acordamos al pensar en esa película, sino que posteriormente se desarrollaron dos películas más basadas en ese personaje. E incluso una serie de televisión sobre su infancia.

      Todos los actores antes mencionados siempre presentan un gran nivel en sus creaciones, y esto solo puede ser debido a la ética de trabajo de dichos actores. Es decir, al proceso de trabajo que seguían, ya fuera debido a su talento, a su intuición, a su experiencia o a su formación.

      Pero ¿qué era lo que provocaba que algunas de sus creaciones se convirtieran en personajes inolvidables que impulsaban sus carreras profesionales? Tras analizar esos personajes llegamos a la conclusión de que habían encontrado un resorte, un punto de apoyo, un pequeño gran detalle que transformaba su creación, “impulsándola” de forma que permanecía en nuestra memoria, convirtiéndose en un personaje inolvidable y en una inspiración para todos los que amamos esta profesión.

      Son muchas y variadas las razones que encontramos de estos pequeños grandes detalles, pero de alguna forma se descubre que todo estaba conectado.

      Todo surgía de un entendimiento profundo del guion y de su personaje

      Te propongo un ejercicio. Selecciona una película que aún no hayas visto de un actor o actriz que admires. Consigue el guion, léelo y selecciona una escena, preferiblemente una en la que el personaje tenga un texto suficientemente largo y que no necesite réplica. Trabaja la escena como trabajes normalmente, y grábate. Ahora es el momento de ver la película y observar la escena que seleccionaste. Observa con atención al personaje creado por el actor que admiras. Ahora contempla la escena que tú interpretaste. No se trata de compararte, sino de observar la profundidad y sutileza de los trabajos que ambos habéis creado.

      Sería interesante que repitieras el ejercicio, con una escena diferente, una vez hayas leído este libro.

      Si hay diferencia, habrás encontrado una forma de trabajar que te acercará a tu deseo de ser un gran actor, como esos que admiras.

      Cierto día vi una película en la televisión, La felicidad nunca viene sola (James Huth, 2012). Se trata de una comedia romántica francesa, sin pretensiones, pero que me conmovió, me había “enamorado”—incluso me inspiró para escribir un guion—. La actriz era Sophie Marceau. Sabía que ya la había visto en varias películas. Busqué su filmografía y, efectivamente, actuó junto a Mel Gibson en Braveheart (Mel Gibson, 1995) —Oscar a la mejor película y al mejor director— y en la película de James Bond, protagonizada por Pierce Brosnan, The world is not enough (Michael Apted, 1999), por mencionar algunas.

      ¿Qué había provocado que ahora me enamorara, si ya la había visto antes y me había pasado “desapercibida”? Seguía siendo la misma actriz, muy atractiva. Pero ahora, con cuarenta y cinco años, seguramente no sería tan atractiva como con treinta. Nos pasa a todos. En fin, que este “amor” no podía surgir de su apariencia, sino de otra cosa, de su personaje. Había creado un personaje que enamoraba, y esa era exactamente la idea que barruntaba en mi interior.

      Reflexionando


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