Mi camino: El camino de las nubes blancas. OshoЧитать онлайн книгу.
es un sueño o una realidad.
No rechaces, de lo contrario, crearás más sueños. Acepta. Cualquier cosa que te suceda, acéptala como parte de tu ser. No la condenes. Desde el momento en que te vuelvas más tolerante, los sueños se disolverán. Una persona que acepta su vida totalmente no tiene sueños, porque la esencia misma del soñar ha sido eliminada. Eso es lo primero.
En segundo lugar, la naturaleza es el todo —digo el todo— . No sólo los árboles, no sólo las nubes, el todo. Cualquier cosa que ha sucedido, ha sucedido por causa de la naturaleza. No hay nada antinatural —no puede haberlo—; de otro modo ¿cómo pudo haber sucedido? Todo es natural. Así que no construyas una división: esto es natural y esto es antinatural. Cualquier cosa que existe es natural. Sin embargo, la mente vive por las distinciones, por las divisiones. No permitas las divisiones; acepta cualquier cosa que exista y acepta sin hacer ningún análisis.
Ya sea que te encuentres en el mercado o en las colinas, estás en la misma naturaleza. En algún lugar, la naturaleza se ha convertido en colinas y árboles y, en algún lugar, se ha convertido en tiendas en el mercado. Una vez que conozcas el secreto de la aceptación, aun el mercado se volverá hermoso. El mercado posee una belleza: la vida que ahí hay, la actividad, la hermosa locura que existe alrededor. ¡Posee su propia belleza! Y las colinas son tan hermosas y tan silenciosas porque el mercado existe. El mercado le brinda silencio a las colinas.
Así que, en cualquier lugar —ya sea que te encuentres en el mercado, o cantando y bailando, o sentado silenciosamente bajo un árbol— tómalo como una extensión, no lo dividas. ¡Y cuando estés cantando y bailando, disfrútalo! Es tu manera de florecer en este preciso momento. Tu canto y tu baile pueden convertirse en un florecimiento en ti; se ha convertido en un florecimiento para muchos. Cuando Mahaprabhu Chaitanya estaba bailando en los pueblos de Bengala y estaba ejecutando su canto devoto “Hare Krishna, Hare Rama”, era un florecimiento. Fue una de las cosas más hermosas que hayan sucedido jamás. No sólo es hermoso Buda sentado bajo un árbol bodhi, un Chaitanya Mahaprabhu bailando por las calles y cantando el “Hare Krishna, Hare Rama” también es hermoso, lo mismo, sólo que del otro extremo.
Puedes sentarte bajo un árbol y puedes olvidarte de ti, tan completamente, que habrás desaparecido. Puedes bailar en una calle y ser absorbido tan completamente por tu canto y por tu baile, que habrás desaparecido. El secreto es la total absorción, dondequiera que ésta suceda.
Le sucede a diferentes personas y de distintas maneras. No podemos concebir a Buda bailando; no era de ese tipo, no era del tipo de bailar. Tú puedes ser del tipo de bailar así que no te obligues a sentarte bajo un árbol bodhi o estarás en problemas. El sólo obligarte, el silenciarte a ti mismo será algo violento. Entonces tu rostro no se convertirá en un Buda; será torturado, será una tortura de sí mismo. Puedes ser como Chaitanya, puedes ser como Meera...
Descubre la manera en que tu nube se mueve, hacia dónde se desplaza y otórgale completa libertad para moverse y desplazarse. Dondequiera que vaya, alcanzará la divinidad. Simplemente no luches, fluye. No nades contra el río, fluye con él. Un baile es hermoso, pero debes entregarte totalmente a él, ese es el punto. No rechaces nada, el rechazo es irreligioso. Acepta totalmente, la aceptación es oración.
Suficiente por hoy.
Capítulo 2 · El misterio más allá de la mente
¿POR QUÉ SOMOS TAN AFORTUNADOS DE TENERTE CON NOSOTROS Y POR QUÉ ESTAMOS CONTIGO?
Los por qué nunca tienen respuesta. A la mente le parece que siempre que preguntas “por qué”, obtienes una respuesta. Sin embargo, esa es una de las falsas suposiciones. Nunca un “por qué” ha sido ni podrá ser respondido. La presencia existe, no tiene un “por qué”. Si preguntas, si insistes, quizás puedas crear una respuesta, pero esa respuesta habrá sido creada; no será en realidad una respuesta. El cuestionamiento en sí es básicamente absurdo.
Los árboles existen, no puedes preguntar por qué.
El cielo existe, no puedes preguntar por qué.
La presencia existe, los ríos fluyen, las nubes flotan, no puedes preguntar por qué.
La mente pregunta por qué, lo sé. La mente es curiosa; desea saber el por qué de todo. Sin embargo, esta es una enfermedad de la mente y es algo que no puede ser satisfecho porque, si respondes a un por qué, entonces de inmediato surge otro. Cada respuesta únicamente origina más preguntas. Y la mente no estará satisfecha a menos que obtengas la respuesta definitiva, y no puede haber una respuesta definitiva. Por respuesta definitiva me refiero a que ya no podrás preguntar por qué nunca más. Sin embargo, no existe tal posibilidad. Cualquier cosa que se diga, volverá a relacionarse con el por qué.
Esta ha sido la absurda búsqueda de todas las ideologías: ¿Por qué existe este mundo? Así entonces, idearon y crearon una teoría al respecto: Dios lo creó. ¿Pero por qué creó Dios al mundo? De nuevo más teorías y, finalmente: ¿Por qué existe Dios? Por lo tanto, lo primero que hay que conocer es este atributo que tiene la mente de seguir preguntando por qué. Así como las hojas brotan de los árboles, los por qué brotan de la mente: si cortas una hoja, crecen muchas más. Puedes reunir muchas respuestas, pero la respuesta no estará ahí. Y, a menos que la respuesta esté ahí, la mente seguirá adelante, incansable en su búsqueda. Así entonces, esto es lo primero que me gustaría decirte: No insistas mucho en los por qué.
¿Por qué insistimos? ¿Por qué queremos saber la causa? ¿Por qué queremos profundizar en algo y llegar hasta sus orígenes? ¿Por qué? ...Porque si conoces todos los “por qué”, si conoces todas las respuestas de algo, te habrás convertido en el maestro de ese algo. Entonces ese algo podrá ser manipulado. Entonces ese algo no será un misterio; no causará asombro ni duda. Lo has conocido, has matado el misterio.
La mente es una homicida, una asesina —la asesina de todos los misterios—. Y ésta se siente cómoda con todo lo que esté muerto. Con todo lo que está vivo, la mente se siente incómoda, pues ya no puedes ser el amo total. La vida, lo vivo, siempre está ahí, impredecible. Con algo vivo, el futuro no se puede precisar y no sabes hacia dónde irá, hacia dónde conducirá. Con algo muerto, todo es cierto y preciso. Te sientes cómodo. No te preocupas, más bien estás seguro de eso.
En la mente existe la necesidad de convertir todo en una certidumbre, pues la mente le teme a la vida. La mente crea la ciencia tan sólo para matar toda posibilidad de vida. La mente intenta buscar explicaciones. Una vez que se ha encontrado la explicación, el misterio se disuelve. Preguntas “por qué” y obtienes una respuesta, entonces la mente se siente cómoda. ¿Qué has conseguido a través de eso? No has conseguido nada, has perdido algo, se ha perdido un misterio.
El misterio te incomoda porque es algo más grande que tú, algo que no puedes manipular, algo que no puedes usar como una cosa; algo que agobia, algo que subyuga, algo frente a lo que te encuentras desnudo e impotente —algo frente a lo que simplemente te desvaneces—. El misterio te deja una sensación de muerte; en consecuencia, una gran duda de por qué esto y por qué aquello. Esto es lo primero que hay que recordar.
Pero no penséis que estoy evitando vuestra pregunta. No la estoy evitando, os estoy diciendo algo acerca de la mente: el por qué hace preguntas. Y si podéis retener la sensación del misterio, os responderé. Si se retiene la sensación del misterio, entonces no resulta peligroso responder, más bien puede resultar ventajoso. Entonces cada respuesta os adentrará más en el misterio. Entonces la curiosidad no será mental sino que se convertirá en una investigación, una profunda investigación del ser.
¿Puedes ver la diferencia? Si anhelas una explicación, entonces está mal y yo seré el último en satisfacerla porque entonces me convierto en tu enemigo y mato las cosas que se encuentran a tu alrededor. Hasta los teólogos han hecho de Dios algo muerto, lo han explicado tanto, han respondido tantas cosas acerca de Dios, que por eso Dios está muerto. La humanidad no le ha dado muerte,