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La escritura del destierro. Michelle Evans RestrepoЧитать онлайн книгу.

La escritura del destierro - Michelle Evans Restrepo


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provenía en buena parte de sus lecturas, las de temática europea en su biblioteca eran mayoría, lo que resulta lógico no solo por afinidad sino porque la industria editorial tenía su epicentro en ese continente. En materia de viajes, una de las obras más importantes de su acervo era De l’Allemagne de Anne-Louise Germaine Necker,66 también conocida como Madame de Staël. El libro es una rareza en el patrimonio bibliográfico de Santander, que no tenía otro título de autoría femenina, ni otro en el espectro romántico.67 Se trata, precisamente, de la obra que sienta las bases del romanticismo francés; en ella se exaltan las virtudes espirituales del pueblo alemán en contraste con el materialista ambiente cortesano galo. Sus críticas al régimen de Napoleón le valieron la confiscación de la primera edición de este libro y un largo exilio.

      Dicho ejemplar y los que siguen reflejan el gusto espontáneo de Santander que, por no tratar de sus dominios ni de él mismo como gobernante, he supuesto que eran para el goce personal. En ese grupo se encuentra Voyage en Syrie et en Égypte, pendant les années 1783, 1784 & 178568 de Constantin-François Chassebœuf, también conocido como Volney. El suyo es un relato de viaje científico con tal nivel de rigor que fue usado como guía por Napoleón en su campaña por Egipto. Edward Said dice de él que “es un documento de una impersonalidad casi opresiva”,69 en consonancia con lo antes expuesto sobre la excesiva objetividad de la literatura de viajes de exploración. Volney mismo declaró su intención: “Me he cuidado de no caer en locuras de la imaginación, aunque no soy ajeno a su potencia sobre la generalidad de los lectores, soy de la opinión de que los viajes pertenecen al departamento de la historia, y no al de la novela”.70

      A propósito de ficción, el único relato de viaje novelado en poder de Santander era Voyage du jeune Anacharsis en Grèce vers le milieu du quatrième siécle71 de Jean-Jacques Barthélemy, publicado en Europa con gran éxito en 1788 e introducido en el Nuevo Reino probablemente por José Celestino Mutis, quien poseía un ejemplar. Algunos seguidores del científico gaditano gestionaron la adquisición de sus propios volúmenes,72 trascendiendo el interés hasta los jóvenes próceres de la independencia que buscaban construir sus referentes ideológicos en el espíritu de la cultura clásica73 —por supuesto también hacía parte de la biblioteca de Bolívar—.74 El libro narra el viaje imaginario de Anacarsis a Grecia en el año 636 a. C., trama utilizada por el autor para evocar la civilización helénica, favorita del público francés del siglo XIX. No es raro que fuera el único relato de viaje no referencial en su haber: según se desprende del inventario de su biblioteca, Santander no era muy afecto a la literatura fantástica, prefiriendo títulos de obligada consulta a un jefe de gobierno: “Mucha atención y gran curiosidad en la lectura de ciencias políticas y de historia, es decir, de lo que directa o indirectamente se relaciona con el manejo del Estado, y tan solo con eso”,75 lo que viene a reforzar la apreciación de que era un hombre más pragmático que lírico.76

      Especie aparte son las guías que hoy llamaríamos turísticas,77 de las que Santander tenía una colección nutrida y cuyo uso menciona en el Diario a su paso por Italia e Inglaterra. Se trata de una literatura menor, probablemente adquirida a lo largo del viaje, difícil de identificar por lo anodino del género.78 Los únicos ejemplares individualizados son: Beautés de l’histoire de Paris (1820) de Pierre-Jean-Baptiste Nougaret; Beautés de l’histoire de la Hollande et des Pays-Bas (1823) de François M. Marchant de Beaumont; y A picturesque tour along the Rhine, from Mentz to Cologne: with illustrations of the scenes of remarkable events, and of popular traditions (1820) de Johann Isaac Gerning.79

      Otra tipología conexa al relato de viaje era el “arte de viajar” o ars apodemica. El término hace referencia a una serie de textos preceptivos que reglamentan la práctica del viaje.80 El primer instructivo del viaje letrado es “Of travel” de Francis Bacon. Originalmente publicado en 1597 como parte de Essays civil and moral, no es improbable que se hubiera conocido en la Colombia del siglo XIX, dado que constan otros títulos del mismo autor en los antiguos catálogos de la Biblioteca Nacional. Lo que ciertamente circuló, y tempranamente, fue el Emilio o de la educación de Jean-Jacques Rousseau, a pesar de que había sido objeto de censura por parte de la Inquisición.81 Se trata de una obra de carácter formativo tras la historia ficcionada del joven Emilio y su tutor. La última parte del libro V que lleva por nombre “De los viajes” trata del bildungsreise, o el viaje educativo y útil, que culmina la preparación del discípulo antes de su emancipación de la casa familiar. El Emilio está en la base de la formación de Bolívar, que fue educado en sus principios de la mano de Simón Rodríguez, maestro de primeras letras del Libertador. Por influencia de Bolívar, o simplemente porque para los independentistas Rousseau era una referencia ideológica fundamental, Santander también tenía un ejemplar del Emilio entre sus libros.82 La impronta de “De los viajes” en el viaje de Santander no parece tan clara como en el viaje de Francisco de Miranda, según mostró Joselyn M. Almeida,83 o incluso como lo fue en el segundo viaje de Bolívar a Europa.84 Para comenzar, Santander no era un joven noble en etapa de instrucción y su viaje no era ni siquiera voluntario. Sin embargo, algo hay en sus preocupaciones que recuerda las palabras que tuvo Rousseau para el viajero típico español, quien, a diferencia de la futilidad de ingleses, franceses y alemanes, “estudia en silencio el gobierno, las costumbres, la policía, y es el único de los cuatro que de regreso a casa saca de lo que ha visto alguna observación útil para su país”.85

      Queda claro hasta aquí que Santander era un consumidor de literatura de viajes; que su incursión en el género estuvo precedida por la lectura de viajeros extranjeros cuya forma de aproximación a la realidad era más ilustrada que romántica; que probablemente la influencia de esas lecturas marcó el tono concreto de su propia narrativa; que era consciente de la capacidad del relato de viaje de poner a circular una visión del mundo que podía ser favorable o no a sus intereses; y que, sabedor de ese poder, cuidó la forma en que sería representado tanto en los relatos ajenos como en el suyo propio, es decir, como viajado y viajero.86

      ***

      En conclusión, el modelo de escritura que inspira a Santander puede rastrearse en varias fuentes. Si bien no se puede hablar de un piloto que guía su discurso, lo que sí hay son varios paradigmas que ejercen influencia sobre su forma de narrar. El primero y de mayor arraigo viene de la tradición hispánica y se expresa en la capacidad de Santander para inventariar lo visible en toda su complejidad, pero con el discernimiento de quien sabe distinguir lo útil de lo innecesario. Es un tipo de inteligencia “inoculada” por el sistema administrativo español después de varios siglos de práctica burocrática y que debió desarrollar Santander a lo largo de su entrenamiento como aspirante a funcionario colonial. El segundo fue un fenómeno de su tiempo, un movimiento de personas que imbuidas del espíritu de la Ilustración encontraron en los informes de los exploradores europeos una lección sobre cómo hacer del viaje espacio de conocimiento. Impregnados de esa atmósfera cientificista, los iluminados criollos popularizaron un tipo de lenguaje neutro que reñía con la expresión afectada de la subjetividad. Sin ser un “sabio”, es posible que Santander hubiera encontrado en la literatura naturalista el tono exacto para contar su viaje sin revelar su intimidad. Y, finalmente, el último ascendiente es electivo en la medida en que deriva del criterio caprichoso de quien forma una colección. La serie viática de la biblioteca personal de Santander es representativa de ese momento de la historia en el que aventureros extranjeros se lanzaron al encuentro de mundos que, aunque ya habían sido descubiertos, estaban a la espera de revelar su potencial mercantil. Pese a que en la época circulaban relatos de viaje románticos, la preferencia de Santander por los viajes de exploración refleja la inclinación del autor del Diario por las empresas productivas, incluso si el viaje a Europa le reportó más réditos personales que materiales. El canon de la literatura


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