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Una hoja de ruta. Miguel Ángel Garrido GallardoЧитать онлайн книгу.

Una hoja de ruta - Miguel Ángel Garrido Gallardo


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Ya han escuchado un discurso y no quiero dar otro, pero, Verzeihung bitte, es ist wichtig, esto es muy importante. La verdad científica está constituida por hechos, por la realidad que podemos ver, tocar y calcular. Es racional, pero la razón no puede determinar el valor de las cosas y no tiene significado. La razón puede describir, puede informarnos acerca de los hechos, pero no puede decirnos cuál es el significado moral de esos hechos, porque no sabe qué es el bien y qué es el mal. La ciencia, y este es su don más grande, nos permite conoce la naturaleza, pero no el espíritu. La ciencia debe trabajar con teorías y definiciones, pero el espíritu humano no puede ser expresado y capturado en teorías y definiciones, ni tampoco nuestro orden moral, el reconocimiento de lo que es y no es una sociedad justa. Este conocimiento corresponde a una verdad distinta, una verdad que la ciencia no puede conocer porque es una verdad meta-física. Quizá por envidia una envidia provocada por el hecho de que existe otra verdad, más alta—, la ciencia ha intentado privarnos de la verdad, ha intentado hacer que la olvidemos, hacernos creer que todo cuanto existe es científico, debe ser científico, si no, no es importante. Y esto es una mentira, damas y caballeros. ¡Una mentira grande y peligrosa! Una mentira que, desafortunadamente, todos hemos llegado a creer y a la cual nos sometemos. Para nosotros, ya solo cuentan los hechos; nos hemos enamorado de los datos y la información y, dado que ya no podemos distinguir los significados verdaderos, el único valor que reconocemos es el económico: ¿Cuánto podemos cobrar? ¿Qué de altos serán nuestros rendimientos? Así, a todo se le impone la obligación de ser útil, instrumental; debemos ser capaces de hacer algo con cada cosa, de lo contrario la descartamos. La ciencia se ha convertido en una ideología, una idea, un engaño, en el que estamos atrapados. Estamos atrapados porque en nuestro mundo solo hay cabida para las cosas materiales, todo se ha convertido en dinero, todo es calculable y reducido a un número. ¿Comprenden esto? ¿Comprenden las consecuencias, el terrible resultado de la desaparición de la realidad metafísica? Hemos perdido todas las cualidades y calidades, la calidad de la vida, porque la calidad es la expresión de un valor espiritual, un valor que ya no reconocemos y que no deseamos reconocer. El mundo, el futuro, como acaban de decirnos, se ha vuelto “exponencial”. Los desarrollos tecnológicos y la información aumentarán exponencialmente y cambiarán el mundo. Sin lugar a dudas. Pero ¿saben qué otra cosa aumentará ex-po-nen–cial-mente? ¡La estupidez! La ciencia nos ofrece conocimiento, pero ni un atisbo de autoconocimiento. Pascal —quien, no lo olviden, era matemático— tenía razón: “Le coeur a ses raisons que la raison ne connaît point”. El corazón tiene razones que la razón no entiende. El nuevo conocimiento, con la ayuda del conocimiento científico, quiere que todo sea inteligente. Pero ya nadie busca la sabiduría, y la ciencia nunca podrá encontrarla. Toda forma de educación superior ha de ser científica, es decir, llena de teorías, definiciones y pruebas. Sin embargo, la literatura, la historia, la filosofía y la teología no saben de teorías, definiciones o pruebas. Estas disciplinas cuentan historias, historias sobre lo que implica ser humanos, sobre las limitaciones humanas, las mismas que nos definen como personas. Su verdad no es científica, pues la verdad que ofrecen es metafísica, la cual nos ha sido arrebatada y ya no es enseñada en ninguna parte. ¿Quién, en estos días, nos enseña a leer la vida? Nos hemos vuelto ciegos ante todo lo que es verdaderamente importante en la vida y que la hace digna de ser vivida. Pues ¿qué cosas nos parecen aún importantes? La utilidad, sobre todo la utilidad económica. Nuestro ideal de conocimiento, el mundo de la cultura, nuestra vida social, todo y todos somos medidos con esta regla económica. Por lo tanto, los economistas se han vuelto los nuevos sumos sacerdotes de nuestra era, y declaran —en un lenguaje oracular de números y teorías— qué tiene y qué no tiene valor económico, qué debe existir y qué no. Dado que la calidad de vida no puede probarse en términos económicos ni científicos, la economía solo reconoce la cantidad; todo es un número, por ello la economía siempre debe crecer, pues un número más grande es mejor que un número pequeño, sin importar las consecuencias sociales. Lo único que cuenta es el dinero.

      »Círculos viciosos, los llamó Kierkegaard. Círculos viciosos: cuando la calidad de la vida es subordinada a abstracciones y la moralidad es desplazada por la racionalidad. ¿Entienden ustedes que, si el único criterio para las decisiones que debemos tomar como sociedad es la utilidad económica, estamos entonces a merced de los excesos? Porque los números nunca son lo suficientemente grandes. Y esta es la razón por la que nuestra sociedad se encuentra sumida en el caos. Andamos a la deriva, arrastrados y empujados por nuestros propios deseos y ansiedades.

      »La ciencia como ideología nos ha hecho, no solo estúpidos, sino también mudos. Ya no tenemos idea de lo que significan las palabras y nos hemos vuelto incapaces de sostener una conversación real. Lo que queda es la palabrería. Y los más grandes palabreros son las personas que más tienen que decir: los políticos, los empresarios, y las personalidades de los medios de comunicación. Pero todo está bien, esta mañana han sido anunciadas las Buenas Nuevas, nacerá el hombre-máquina inmortal, una estrella brilla al occidente de Occidente. Sea como fuere, yo prefiero ser un hombre mortal con corazón y alma que un inmortal hombre-máquina sin alma. Prefiero vivir en una civilización humanista con un orden social, aunque siempre deba ser defendida de fuerzas bárbaras, que sumergido en un mundo regido por la ciencia y la tecnología. Anhelaba que este horror científico fuera mera ciencia ficción. Tristemente, he aprendido esta mañana que no es así, y más triste aún me parece el hecho de que estas noticias sean recibidas tan apasionadamente por ustedes, como descerebrados».

      Ese último comentario, que concluyó lo que ya había sido una dura invectiva, fue una bofetada para todos los que habían aplaudido con entusiasmo la visión de Shashi, y yo pensé que hubiera sido mejor que Walter no lo hiciera. Ni siquiera un aplauso de cortesía era ya viable y Wolfgang estaba claramente molesto con la situación. Para romper con el doloroso silencio, dijo: «Bueno, Walter, nos das mucho en que pensar. Afortunadamente, también hay mucho que comer, ¡así que vayamos!». Sin mirar siquiera a Walter, Shashi tomó sus cosas y salió de la biblioteca sin decir una palabra. Los otros lo siguieron. Me sorprendió notar que Radim, el añoso profesor checo que parecía ausente mientras Shashi hablaba, había escuchado, sin embargo, con mucha atención a Walter, y cuando los otros se fueron, se acercó a este en silencio y asintió enfáticamente. Jossi también se ha acercado a Walter y ha dicho: «Gracias, Walter, me alegra mucho haberte escuchado».

      Me pareció ver que los ojos de Walter se llenaban de lágrimas al darse cuenta de que no estaba solo.

      Después de comer, caminé un poco y tomé algunas notas para mañana. Con algo de suerte, el clima mejorará y el sol pondrá a todos de mejor humor.

      …

      Personajes mencionados:

      WALTER: intelectual austriaco retirado que había estado a cargo del Archivo Brenner en Innsbruck.

      SASHI: ponente estadounidense de ascendencia hindú, afincado en California, que defiende la importancia radical de la ciencia y de la tecnología.

      WOLFANG WALDERSEE: propietario del Schcloss Waldersee, donde se celebra el simposio al que se refiere Riemen.

      [1] Rob Riemen (Países Bajos, 1962) es ensayista, y fundador del Nexus Ins­titute. El texto ha sido incluido por cortesía de Random House Grupo Editorial S. A. de C.V. (México). D. R. Copyright 2017, Romero Tello A., por la traducción.

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