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La pirámide visual: evolución de un instrumento conceptual. Carlos Alberto CardonaЧитать онлайн книгу.

La pirámide visual: evolución de un instrumento conceptual - Carlos Alberto Cardona


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Así, por ejemplo, si percibimos la tristeza, podemos reducir esa propiedad al reconocimiento de ciertas formas geométricas de nuestros gestos en la cara; advertimos esos gestos como la expresión de la tristeza encarnada en el cuerpo de un ser humano (cfr. Alhacén, Aspectibus, II, 3.44).

      48 Alhacén propuso un montaje experimental para mostrar que el reconocimiento del estadio 2 no es simultáneo con el estadio 1. Ptolomeo propuso un montaje semejante (cfr. Óptica, II, § 96). Alhacén pide construir un disco circular, sobre el que se han trazado distintos radios vecinos con colores diferentes. Se hace girar el disco alrededor de su eje, mientras se pide a un observador que reconozca el tipo de color que observa. En los casos de mayor velocidad, reporta Alhacén, somos conscientes de una mancha coloreada que gira, pero no logramos atinar con seguridad el tipo de color correspondiente. Es posible que notemos simplemente ciertas manchas cercanas al gris. Si el reconocimiento del tipo de color fuese simultáneo con la impresión, no tendríamos dificultad para distinguir los diferentes colores. Ahora bien, si la mancha gira a alta velocidad, cuando ya estamos dispuestos a hacer la comparación entre la mancha efectiva y las opciones invocadas por la memoria, ya aquella habrá desaparecido para dar lugar a una nueva mancha (Alhacén, Aspectibus, II, 3.58).

      49 El estadio 1 coincide con la recepción aristotélica de la forma sin la materia.

      50 Guardadas las diferencias, hay cierto parecido de familia con los modelos de construcción cromática explorados por Rudolf Carnap (1891-1970) en la tercera década del siglo XX. Las experiencias cromáticas vividas por un sujeto particular son agrupadas con base en rasgos mínimos de semejanza y ciertos criterios abstractos de construcción de clases. Cuando después incorporamos una nueva experiencia, ella permite acoplarse o modificar el repertorio de clasificación elaborado por el sujeto (cfr. Carnap, 1928/1998).

      51 La construcción de tales cartas se puede seguir con todos sus detalles en los apartados “Gramáticas del color y sus consecuencias” y “Helmholtz vs. Hering: gramática del color revisitada” del capítulo 8.

      52 Como en otros casos que hemos mencionado, solo a mediados del siglo XIX se fabricaron los instrumentos adecuados para evaluar cuidadosamente la contribución del movimiento de los ojos en la percepción visual (véase capítulo 8, sección titulada “Percepción de la distancia y visión estereoscópica”).

      53 Además de mencionar las dificultades cualitativas en el análisis, Ptolomeo no desarrolló herramientas cuantitativas para estudiar la contribución de la inclinación del plano de la cara visible del objeto con respecto a la percepción del tamaño.

      54 Los psicólogos contemporáneos conocen este hecho como la invarianza del tamaño (cfr. Rock, 1985, pp. 20-31).

      55 Todo esto vale si concedemos sin dificultad que la conciencia tiene acceso a las dimensiones del simulacro que yace en el cristalino o si deriva esto del hecho de comparar la imagen del objeto con la imagen de su mano.

      56 Admitimos también que ya hay, gracias al hábito, criterios para reconocer la identidad del objeto.

      57 Veremos, en los capítulos 7 y 8, que esta historia es absolutamente central.

      58 Esto no es del todo cierto, porque el objeto ya no encara frontalmente al observador.

      59 Pese a la solución alcanzada, Alhacén advierte la posibilidad de ofrecer una explicación más completa que pudiese hacer uso de la hipótesis de Ptolomeo según la cual el fenómeno puede deberse a vapores húmedos capturados en la atmósfera. Sin embargo, dicho recurso daría cuenta de una magnificación accidental y no de la magnificación regular que se observa. Tendrían que darse siempre las circunstancias accidentales de hallar capas de vapores húmedos en la dirección del horizonte y no en la dirección del cenit (Alhacén, Aspectibus, VII, 7.72-7.73). Si el lector está interesado, puede seguir la excelente explicación que Mark Smith ofrece de estos pasajes (cfr. Smith, 2010, vol. 2, pp. 395-397, n. 194, 195).

      60 Tendríamos que percibir una distancia menor para las partes más alejadas del eje visual.

      61 Este argumento es similar al que mucho tiempo después esgrimió Galileo para defender que la superficie lunar presenta asperezas; cfr. Galileo (1610/1984, pp. 41-53).

      62 La definición de la belleza no es precisa. Señala el autor: “Crear belleza significa disponer el alma de una manera tal que perciba que lo que es visto es un objeto bello” (Alhacén, Aspectibus, II, 3.202).

      63 El papel central que desempeña el desplazamiento del eje visual para adelantar un escrutinio cuidadoso del objeto observado será especialmente estudiado por Helmholtz a mediados del siglo XIX; véase el capítulo 8 de la presente investigación.

      64 Mostramos, a lo largo del capítulo 7, cómo llegó Berkeley a concebir la historia perceptual de cada observador, después de invalidar el uso de la pirámide visual como la herramienta central para desentrañar las claves de la percepción.

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