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La buena voluntad. Ingmar BergmanЧитать онлайн книгу.

La buena voluntad - Ingmar Bergman


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solo un momento, pero se le para.

      henrik: Además, se me ha parado el corazón. Ahora mismo.

      anna: Yo sé lo que pasa, Henrik. Estamos en un momento decisivo, imagínate, en un momento tan singular y ­enigmático… que el tiempo se detiene, o nos parece que se detiene, o «el corazón», como dices tú.

      henrik: ¿Qué hacemos?

      anna: En realidad, no hay más que dos posibilidades… (Sobriamente). O te digo: Márchate, Henrik; o bien: Ven a mis brazos, Henrik.

      henrik: ¿A ti te parece que las dos alternativas son malas?

      anna: Sí.

      henrik: ¿Malas?

      anna: Decisivas.

      henrik: ¿No podemos permitirnos jugar un poco?

      anna: Pero si es que ni siquiera sé qué clase de persona eres.

      henrik: Yo no soy nada raro.

      Hay un asomo de espanto en el tono, de cómico espanto. Henrik no tiene mucho conocimiento de sí mismo, nunca lo ha tenido, nunca lo tendrá. Anna mueve la cabeza sonriendo: ¡Ya ves lo arriesgado que puede resultar esto! Traspone el umbral, entra en la habitación y se sienta a los pies de la cama, estirándose la falda. Henrik se mueve torpemente hasta quedarse sentado.

      anna: A mí me parece que tú no sabes nada de nada. A mí me parece que estás como ensombrecido, no encuentro otra palabra así de repente.

      henrik (débilmente): ¿Ensombrecido?

      anna: No haces más que repetir lo que yo digo todo el tiempo. Di tú lo que te parece.

      henrik: Te lo voy a decir ahora mismo. Yo nunca, y digo nunca, y juro que es verdad, yo nunca en mi vida he pasado un día, una tarde y una noche como este día, esta tarde y esta noche. Y eso lo juro. No sé nada más. Me siento turbado y agradecido y asustado. Quiero decir, que todo esto me va a ser arrebatado. Siempre es así. Me quedo con las manos vacías; suena dramático, pero así es. Quiero decir, sencillamente, que por qué habría de tocarme a mí algo de lo que he vivido hoy. ¿Entiendes, Anna? Tú y Ernst vivís en vuestro mundo, no solo en el aspecto material, sino en todos los aspectos. Para mí es inaccesible. ¿Entiendes, Anna?

      Anna afirma despacio con la cabeza y mira a Henrik con mirada triste. Luego sonríe, se levanta, va hacia la puerta y se vuelve.

      anna: Bien. De cualquier manera, podemos aplazar el momento decisivo durante unas horas, o incluso unos días o unas semanas.

      Dicho esto, sonríe con indulgencia y da las buenas noches. Luego cierra la puerta, que chirría violentamente.

      Puedo verlos en el comedor, sentados a la gran mesa con las patas de león, ya recogida. Han colocado el tablero de ajedrez del director de Tráfico entre los dos. Han quitado las sábanas protectoras de dos ventanas. Llueve serena y pertinazmente. Veo también a Ernst, está en la puerta, con gabardina y la gorra de bachiller en la mano, diciendo que se va al departamento de meteorología un rato, que el ­profesor quiere hablar con él. Cenamos a las cinco, murmura Anna moviendo un alfil. Hasta luego y buena suerte, dice Henrik, y se retira con la reina. Un portazo en el vestíbulo, luego silencio.

      De pronto Anna revuelve las piezas del juego y se tapa la cara con las manos, mira a Henrik entre los dedos y se ríe a hurtadillas. Henrik se inclina sobre el tablero y trata de colocar las piezas como estaban. Después de un débil intento se queda quieto y expectante. En algún lugar de la casa alguien toca el piano despacio y con torpeza.

      anna: No tenemos que contarle a todo el mundo que… Bueno, que tenemos intención de…

      henrik: No, claro.

      anna: Me horrorizo cuando pienso que no sabemos nada el uno del otro. Deberíamos estar aquí sentados cien días hablando y preguntando cosas.

      henrik: No bastaría.

      anna: Decidimos que vamos a vivir juntos toda la vida y no sabemos nada el uno del otro. Es un poco raro, ¿no?

      henrik: Y ni siquiera nos hemos besado.

      anna: ¿Nos besamos ahora? No, no, que eso puede esperar.

      henrik: Primero tenemos que decir nuestros defectos.

      anna (risas): No, no me atrevo. ¡Igual te marchas!

      henrik: O te marchas tú.

      anna: Mamá dice que soy obstinada. Que soy egoísta. Amiga de diversiones. Impaciente. Mis hermanos dicen que tengo muy mal carácter, que me enfado por cualquier cosa. No sé qué más decir. Ernst dice que soy coqueta, que me encanta mirarme al espejo. Papá dice que soy perezosa para las cosas que hay que hacer: limpiar, cocinar, hacer deberes aburridos. Mamá dice que me gustan demasiado los chicos. Bueno, como ves, la lista es interminable.

      henrik: Mi mayor defecto es que soy confuso.

      anna: Pero eso no es un defecto.

      henrik: Sí, eso es exactamente lo que es, un defecto.

      anna: ¿Qué quieres decir?

      henrik: Soy confuso. No entiendo nada. Solo hago lo que los demás me dicen. Yo creo que no soy muy inteligente. Si leo un texto complicado me resulta difícil comprender lo que dice. Tengo tantos sentimientos, eso también contribuye a mi confusión. Casi siempre tengo mala conciencia, pero la mayoría de las veces no sé por qué.

      anna: ¡Qué pena!

      Tristeza y desánimo. ¿Qué clase de juego es este? ¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué no nos besamos hoy que es fiesta? Guardan silencio y evitan mirarse.

      henrik: Nos hemos puesto tristes los dos.

      anna: Sí.

      henrik: Es la soledad la que nos da miedo. Si estamos juntos, tendremos valor para entender y perdonar nuestras faltas. Hay que tener cuidado de no empezar mal.

      anna: Si nos besamos ahora, nos pondremos de buen humor otra vez.

      henrik: Espera un momento. Hay algo importante que tengo que contarte, Anna. No, no te rías. Es necesario que te diga que…

      anna: ¡Ya estoy cansada de estas tonterías!

      Se pone frente a él, le toma la cabeza entre sus manos, le vuelve la cara hacia arriba, se inclina sobre él y lo besa fervorosamente. Henrik solloza, su olor, su piel, sus pequeñas y fuertes manos que lo aprisionan, el pelo que se desborda por su espalda.

      Se abraza a su cintura y la oprime contra él, la frente apoyada en su pecho, ella no suelta su cabeza, se tambalean, enlazados. Así se quedan durante largo rato, no se atreven o no pueden romper el abrazo. ¿Cómo será la vida real después de esto? ¿Qué nos pasa?

      anna: … Ahora me figuro que somos novios.

      Ella se libera y acerca su silla a la de él, están sentados uno frente a otro, ya no está la mesa por medio, entrelazan las manos, están emocionados y tratan de serenar la respiración y el corazón. Henrik, además, sufre, debería decir lo que tiene que decir, pero no puede. Ella nota que hay algo que no está bien y escudriña la cara de Henrik.

      anna (sonriendo): … Ahora somos novios, Henrik.

      henrik: No.

      anna (risas): … ¿Que no somos novios?

      henrik: Yo ya sabía desde el principio que iba a salir mal. Tengo que irme. Nunca más volveremos a vernos.

      anna: Hay otra mujer.

      Henrik asiente con la cabeza.

      El rostro de Anna se vuelve ceniciento, apoya el índice sobre los labios, como imponiéndose silencio. Pasa ­fugazmente la mano izquierda por la frente de Henrik y la deja descansar sobre su hombro un instante. Luego va rodeando la mesa y se sienta en la cabecera a espaldas de ­Henrik. Allí se queda, sentada, mordiéndose una uña, sin saber qué decir.

      henrik: Hemos vivido juntos más de dos años. Ella estaba tan sola como yo. Me quiere.


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